El amor se escapó

Me he dejado la libreta roja, y cada rosa, allá fuera. Se están marchitando, y enfriando, porque se quieren tanto que los colores, y dolores, repiquetean. Suenan los huesos y los reflejos de los espejos, sombras que se van ocultando para luego ir estallando, se van, pero en el otro vaivén. He perdido el tren porque fui caminando del revés por el andén. Los gusanillos de mi estómago se mueven rápidamente, las mariposas se han suicidado después de tantos daños consecutivos. Será el miedo, pienso. O el sufrimiento, siento, atragantado en mitad de mi garganta. El sabor, amargo, y el ir queriéndose de una forma tan sustancial y agridulce, me va matando. Agarro mis raíces por debajo de las pieles: ya no sé. Aún así, me percato de varios hechos, entre ellos, que me quiero querer y, alzando tanto el vuelo, me quedo en el gerundio sempiterno. Dejó de llover, la sequía ahora abunda. Me quiero quedar, de verdad que me gustaría, y sin necesidad. ¿Pero en qué consiste quererse? ¿Y amar? ¿El amor mutuo existiría? Porque si hablo, si narro, aquel de mi pasado, jamás tuvo acto de presencia. Simplemente hizo bomba de humo, y vaya si explotó. A posteriori, tristemente se exclamó, personificándose entre los pliegues, y recovecos, de mi ser que tenía un impulso ahuecado que se transformó el agujero. Aquí me pierdo, en la inercia, entre la peripecia y la voltereta.


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