Etiqueta: escritura

  • Mucho albedrío

    Estoy agotada de mente y alma, y llueve, ya ni se incendia la llama. «Quédate», me susurraste allá en aquella hamaca que se balanceaba. Te arrastrabas, yo ya iba desgastada. Te lo repetí varias veces en distintas ocasiones, pero ni me escuchaste. Te seguiste acurrucando, me descolgué: mi corazón danzando en el limbo. La canción resbaló en los tres últimos bailes. Dicen que «a la tercera va la vencida» y, oye, llevo más de una copa y cinco bailes. ¿Echamos un brindis? Ambos, digo, por lo que pudo haber sido y que se quedó en mitad del camino. Bueno, sencillamente consistía en recorrerlo entero para que nuestros labios se conocieran. Es lo que tiene ser escritora, que incluso te describo lo imperceptible -aquel sentimiento con apellidos-, tú. ¿El significado? Que todavía estás inscrito en el primer pedazo que se desgarró al verte por primera vez, porque se colgó, de ti. ¿Ahora? Me he transformado, soy otra. Me he comido la loca, la ola y la rotura al borde de la costura. Sí, he ahogado casi todas las penas y tus pecas, me puse la sabiduría por delante, se me escapa de las manos tu alegría. Después de la pausa y también del paréntesis, aparece la peripecia. Me la bebo entera. Las bocanadas de aire resulta que son pellizcos de realidad. La verdad va saturada, y yo enamorada de mi mirada. Ha florecido la Anna, pues la anterior, no es que se haya caído por el precipicio ni huido… es que se ha enorgullecido, ensanchando el pecho derecho y, con ello, sopla una risa ligera, muy sincera. Me muevo eterna al son de mi queridísimo viento.

  • La nota rara

    Ya me caí, creo, desde hace varias heridas. Luego, me las comí. Aunque son las cuatro de la tarde, ya pasadas, y se van las horas, se marchan. Se diagnostican la tristeza, tan arraigada a la cicatriz. Se murió, o se mató (sola) la perdiz después de intentar estar feliz. La venda, y la vena aorta, ahora, resulta que se ahorca. Bueno, tantas mariposas loquillas, al final, la cuenta se desliza, con el café derrumbándose. Sigo aquí, no sé ni qué escribí. Será, como cada madrugada, la descripción de mi alma arrugada. Quise ensancharme la mirada. Tanta observación para nada, o para, absolutamente, todo. ¿Que me quede? Si ya me derretí, pues me fui. Resulta que la vida afloja y, a la vez, aprieta, ahí, en el corazón de donde se va cerrando a cremallera. Aletea, corre, y vuela, que se te pasa el arroz. Acelera en la carretera, gira a la derecha y aprieta (el gatillo). Voy, grito. Me quedo casi ciega, de voz, y medio sorda de sensación, porque, si te hablo de la emoción, se me baja el subidión. Vaya colocón. Descoloréame esta, por favor. Y gracias, ríete de mis desgracias.

  • Me estoy yendo

    Sé hacia donde me dirijo, pero va y sin querer me desperdicio, caigo, no me elijo. Aunque las florecillas vayan ascendiendo en picado, sigo en la buhardilla, ocultándome, y tragando, hacia fuera, la miseria, muy imprecisa e inconexa. Los codos los tengo rasgados. ¿O eran los ojos? Será el cora‘ que va desgastado. ¿Cuándo dejaré de arrastrarme y amargarme? A día de hoy, ya está siendo el ayer, me quedé de piedra, con la cicatriz abierta. Me pica la oreja izquierda, me escuece la coletilla, la última colilla eres tu misma, o el otro reflejo. Déjame decirte: he perdido el espejo. Fugazmente me voy yendo. Creí marchitarme tantas veces que, al final, solo consistió en quemarse la semilla, sí, en carbonizarla para, a posteriori, ejecutar el crímen con la mirada asesina, perdida. Así culminé en el placer número 33. «Me quise quedar. Me iba a quedar, de hecho, ya me había quedado», sopla mi latido enfermizo. La acción más complicada es el hecho de no accionarse, de querer irse y no poder porque aún, una, sigue en el vaivén del gerundio. ¿En qué momento le cortaré las alas o la lenguaa? ¿Cómo puedo dividir a cuchilladas sus letras? Porque ese presente intermitente parece imposible de detenerle. Supongo que comiéndome la realidad. ¿No se transformará en muchas verdades? Supongo que juntas la forman, la crean, lo son. ¿El qué? Me derretí por quinta vez. El inconveniente recae en que no me conviene y me pertoca quererme más, y mejor, a mí, a mi niña interior. Se me rompió el color. ¿O es que dejé caer el dolor y ahora me ha absorbido por contactar con él desde mis insignificantes pies?

  • Amor con amor

    ¿Será una manía? Eso de querer sentirme querida. Hace años, después de tantos daños, que no he deseado absolutamente nada hasta que llega la agridulce velada donde pido ser amada, y no una amargada. Oíste hablar de esa sensación de sentirse querida por una misma, pero que aún le falta la penúltima costilla para que se vea florecida. Yo soy la última costilla rescatada, y alzada, del suelo. Quise, quise, quise…, aunque tampoco recibí. ¿Alguna vez di? Me he golpeado con el futuro tantísimas veces. Fueron intentos fallidos. Ahora nace, quizás crecerá y luego brotará ese presente tan latente, algo inerte. Quiero borrarme, transformarme, pero ya no pudo ser. Aunque si te apetece leerme, únete a mi nueva novela Punto, y aparte, que la encontrarás en Wattpad.

  • La escena servida

    Todo va cambiando: la rutina, los quehaceres y la vida, pero mi sensación sigue siendo la misma; la monotonía sentimental, tan normal, de sentirme igual y, a la vez, neutral. La mismísima alegría se descojona, colocándose la tontería en una esquina. Luego aparezco yo, justo en medio de esa belleza negra, y muy extraña, que se asoma desde la ventana, y se cae. El caso es que el suceso es tan imperceptible, tan predecible, que los pasos -torcidos y cohibidos- se disocian. Consistía en dejarse llevar, ser y florecer. La cosa va del revés, bastante derretida. ¿Para qué leerme tanta filosofía si entre líneas voy ya servida? El último placer que encuentro en esta casi dinámica es la insuficiente perspectiva, pues carezco de autocrítica. A posteriori agradezco ese momento descontento. Descuelgo la fe del tendedero. Ahora voy con los pies de plomo, pero me pesan, me duelen. ¿Me esperan? Parecía sencillo en mi panorama teatral, digo, la escena montada en mi mente. Solo eran tres pasos y un párrafo preparado soltado, en un futuro, a bocajarro a conjunto con un breve diálogo y la escasa afirmación, sí, que te quiero con menos intensidad, una de tipo fluorescente, de forma intermitente, y ese foco que contiene una superflua intensidad.

  • ¿Soy yo?

    Disimuladamente me acentúo las pestañas o las entrañas. Extraño nuestras miradas, que se crucen en un atardecer impreciso, como si fuese cualquier inciso. El impulso, el vaivén de ir y gritar «¡Ven!» Se marchó cobijándose en otro placer. El del número treinta y tantos, allá van unos cuantos. Me he perdido contando los cuartos. ¿De qué? Ya ni lo quiero saber porque eso significa perder. Tiempo atrás magnifiqué, sí, equivocándome: pinté de colores, y muchísimos sabores (abstractos) la nube que acabó convirtiéndose en un sujeto ennegrecido. Mi reflejo querido. Después, sin querer, atravesé la silueta y culminé reconstruyéndome de una pulmonía que, a posteriori de estallar, ha estrellado. Ahora le han nacido algunas florecillas, nada, cinco margaritas. Resulta que vuelan, y que huelen a algodón, que se componen de picardía sin quitarte la alegría. ¿La viste? Está oliendo a sabiduría, y tanta, que se siente la belleza, y la vejez, interna, no tan hueca ni cabizbaja, de la poesía, pues mi ser externo iba a conjunto con ella. Dejó de de detestarse, de apestarse y separarse. Al fin, decidió unirse. Bueno, luego de desvestirse, o es que, dentro de su simplicidad, repitió tanto el verbo… El sujeto se ha quedado quieto: ha pisado el penúltimo acento. De mientras se saca el sombrero. ¿O a acción significa que se lo quita? Vaya, abundan las analogías con la vida. ¿O eran diferencias? Se me escapan, a escupitajos, las paradojas. Será que han saltado el charco -ensangrentad- del martes pasado. Un cuadro que se dio el lujo de deshacerse a pedazos. ¿Soy yo ese espejismo roto? La costura, se te ha caído.

  • La poetisa quebradiza

    Buenas tardes, ¿Podríamos, si fuese posible, redefinir o, mejor verbalizado, dejar de definir lo nuestro? Sacar ambos pronombres y separarlos, dividirlos de un escopetazo o varios tortazos, que después de rasparme las costillas, rasgarme las alas y quedarme en la escasez de las comillas, que parece que digan algo intrascendente. Spoiler: no hablan porque son, eso, tristes signos de puntuación que van de dos en dos. Pues mi yo-poético desearía, con esa intensidad que le caracteriza, desvanecerse del presente y de la pura realidad, centrarse en la divina irrealidad, sumergirse fervorosamente en ella. Dejar de ser la ola alocada. Me voy expresando, supongo. Interioricé tanta miseria. Soy varios poemas enturbiados, quebrados, como los papeles y aquellas cartas del pasado. El caso se acentúa, va en cursiva y en mayúsculas, y entre letras se regocija, ocultándose, pero mi otro reflejo, que carece de espejo porque se observa de reojo, acaba de plantarse: quiero, intento, escribo, piensa, el suceso acaecido, pero no sé. Serán los pretextos de los cuales abundan los escasos acentos. De interrogantes, aún quedan porque así lo eligieron desde hace ya tres segundos atrás, que van restándose. «Me apetecía caer mientras aprecio aquel quehacer», se asombra mi cerebro que va aprisa. Descorreré la cortina, que se ilumine la caricia y traspase la fase entristecida. Aunque el verbo quisiera cerrarse, jamás podrá, pues se va meciendo y, así, intenta, sin poder ya definirse. Esa acción es en la que me he convertido. Dejé de derretirme, de definirme, de convencerme. Lo único que surge es el impulso fallido, vacío de esperanza, de ser. Por tanto, me dirijo, a tiro fijo, a mi queridísimo discurso absurdo. Seré zurda, por eso me sale todo con el pie izquierdo. Voy, y quiebro.

  • Las florecillas

    Me cobijé en el asterisco, el cuál, ni yo lo sé, solo voy, siento hacia dentro, ardo llanamente, y estallo vulgarmente. Luego, vuelvo, volcándome intensamente, en el acto -espacio inédito- de quererme. Continúo en el gerundio, esta enésima vez, el del presente. Y, aunque me expreso con inercia, la subjetividad se aparta de mi mente (no tan demente), y me acuchilla, me acicala, incluso parece que se resbala porque imperceptiblemente se para, pero vaya si dispara la bala. Se ha puesto en contra, mi arma se desarma, quiere, le apetece encenderse el alma. Va tarde, lo asimila. Aparece disimuladamente en el punto de mira, me horroriza, porque tanta crítica junta me construye. ¿Consistía en derrumbarse? Puse entre tanta arena, herida seca y sentimientos cadavéricos me encuentro floreciendo. Me ofrezco a ser el semáforo enrojecido. Quizás ya lo soy, de ir y vestirme con florecillas y escupirme a bocajarro. ¿Las semillas estarán heridas? Me las engullí. Tanta margarita, al final, me he transformado en la humedad. Ahora soy el jardín agradecido porque ha florecido.

  • El intitulado

    He cambiado de panorama, de cicatriz, y de perdiz en perdiz solté, me estrellé y fui feliz. Después de tantos, sí, retrocedí. Quiero decir, cuando voy, me planto y cambio de escenario, me caigo sin querer. Me tropiezo y, queriendo ya ni sé desvanecerme bien. La soledad me ha ido acompañando algunas veces. Se ha quedado en espacios huecos y muy eternos. Luego miro hacia atrás (me miro la espalda, la peca aquella, por el reflejo del otro espejismo rarísimo), y creo encontrarme cuando sencillamente culmino situándome. La cuerda, nena, se está aflojando porque aguantó los latidos casi salidos, vacíos y, la gran mayoría, enternecidos. Realmente estaban todos enloquecidos. Me fastidia, me revientan las colillas llenas de coletillas, pedazos rotos, ocultos entre algo de barro. ¿Para qué ponerle título a mi vida cuando puedes colocarle varios puntos suspensivos, que vayan suspendidos como las nubes o las olas superfluas o, simplemente, se suspendan. Que se elimine la función por carencias o muchísima desviación. Mira qué bonito aquel avión… ¿Será el bárbaro? Completamente, aunque exagerado. Bueno, aquí zanjo los temas, pues se me acumulan mientras se van iluminando de negrura espesa.

  • La diana soy yo

    Cansada, desesperada de tantos escopetazos, de todos los balazos por y para encajar en un golpe, o varios, ya insostenibles y muy sospechados, aunque totalmente desechados. Me apatecía quedarme, allá, en el borde de la orilla, apreciar la ola enloquecida, convertirme en ella y llenarme entera de arena para luego vaciarme. Quiero armarme sin tantas erres y sin ser la que siempre va errando. Y, oye, ¿Me escuchas? ¿Me hueles? A mí me dueles y, ahora, ya ni me sostiene la ira. La tremenda y gigante herida parece que se cicatriza, pero con tanta sal pica. Arrasé en el muelle mientras llueve. Quizás, de un «zás» me caigo queriendo. ¿El suspiró se quedará atrás o se quedará conmigo? Posiblemente se ensangrentará: las costillas te escocerán, ya que habrán chocado en el cielo del suelo, la profundidad enfermiza del agua del mar. Los diminutos agujeros (ahora perfiero dejar aparcados los diminutivos, me sangran los pelillos de las orejas…) El caso es que los agujeritos de mis ensombrecidas ojeras se asoman de una forma abstractamente gradual y también en desigual. Está mal estar bien, según la percepción de mí misma. A pesar de todo, rompo el tacón, abro el telón y enciendo la televisión del año del dos mil veintidós: espera, ya llego, que aparezco y, en un par de toques ajenos, que son los polvos mágicos, sí, ¿No me pillas? Las pastillitas de cuando ni dormir podías. Bueno, resulta que te has quedado sin casa, vas divina del asco. Y con tu cara dura, te da el subidón después de tanta cafeína. Sigue sonriendo tristemente a tu nube dela izquierda, la de la esquina, la rota, la negativa. Pégate bien la tirita que tienes la sonrisa ensombrecida. A conjunto, con tanto cuadro pintado a garabatos enturbiados -grises y muy blancos-, los demás, los restantes, se quedaron en el otro banco fotografiándote. Eres la reina del baile de tu propia telenovela, pequeña y bien escueta, y ellos son el blanco perfecto.

  • Un estado que me define hoy

    Hoy es un día de no hacer absolutamente nada. Voy cansada, estoy agotada. Me pica la pereza, abunda, resplandece por y para ella. Es uno de los domingos, de los que una se queda en el sofá leyendo Virginia Woolf o algún poema de Shakespeare. O leerme a mí mientras estallo al son de varios balazos que van sangrando después de dejar que se desvanezca mi ansiado corazón. Lo quiero arropar durante este vaivén, que pase la tormenta. Estoy tan deshecha. Metida en mi melancolía, se me peta el chispazo de alegría, revienta, se quiebra. Aunque mi enemiga, ella, se cuelga la fe de la oreja izquierda, y le soplaría hasta que saliesen las estrellas y le brindaría unos cuantos destellos de ellas, y de sencillez y un tempo sólido para darle poco al coco. La voz se me ahoga dentro de mi mísera razón, y la patata palpita con rapidez, así, yéndose borracha, dando la lata. Es tan veloz… y, yo, tan absurda e ingenua.

  • Queriéndome

    Me estoy enamorando de mí misma y es un acto hermoso. ¿Y sabes qué pasa? Que se suceden tan lentamente los sucesos que van así, derrapando, arrasando y desarmándose y, yo qué sabré. El último caso es que ahí  me quedé. Esto, justamente, ¿Significará quererse? Supongo que con el simple acto de quitarse la armadura y cantarle  a mi espesura ensombrecida, para después soplarle a la herida, saltarme la caída, pues solo consistía en decirle a la cicatriz que iba a florecer, que se dejase hacer y, sobretodo, ser. Entre mis pliegues, ¿Huyes? ¿O te destruyes? Bueno, mis yo poéticos se fueron marchando, danzando al unísono de todos los latidos tanto ajenos como intensos. Yo me quiero: me veo, me aprecio el recoveco. Se fueron aquellas ansias, y la tía Angustias, tan lejana, por quererme desvivir entre nubes rosadas. ¿Me pillas? Me he puesto pila… ¿Quieres una pizca de semillita? La que te lleva de golpe y portazo, y porrazo, a la realidad. Me quiero quedar, me va gustando ese nuevo latir, sí, esa forma tan abstracta de existir, de vivir, que hay, y abunda, dentro de mí.

  • Vaya vaivén, y ven

    El caso, el hecho y el suceso al mismo tiempo resulta que consisten en que sin querer te espero. ¿Y sabes qué? Aunque me duele, aunque podría estar mejor, ser de otro color, o dolor, elijo quedarme en ese vaivén de ir queriéndote sin ya esconderme y sin saber si tú me perteneces. ¿Cómo decirme…? ¿De qué forma describirme…? Quería colocar el punto final, pero no quiero después de tantos suspiros y milagros entristecidos, te quiero, cariño, en mi pecho. Te quiero aquí conmigo. Dirán que una de las mayores locuras del amor es esperar al otro sin saber si sí o si no. Yo te espero con la fe colgando de la punta de mi corazón de donde le sangra una chispa de ilusión. ¿Se incendiará? ¿Estallará? ¿O se estrellará? Bueno, todas mis ideas inéditas, y muy ciegas, y bastante ensombrecidas, centellean allá en el cielo, se recrean en su único latir. Luego está mi ser poéticamente roto falleciendo, desvaneciéndose, vaciándose del eco hueco. Me pierdo, me encierro y, con todo ello, te alejo de mí como un colibrí. Me va picando la lengua y la oreja izquierda y siento un cosquilleo raro en mi ser interno porque aún arde ese fuego. Ahora, mientras voy imaginándome algún que otro cielo, oye, despierto, te observo en mi pensamiento y te ves tan imperfecto que, joder, me hallo queriéndote de forma incesante, indiscreta, directa y entera.

  • ¿Alguna vez te has descrito?

    Me paseo por estos, mis queridísimos recovecos, y te deletreo el teatrero que hacen mis palabras escritas, derretidas, transmitiendo y plasmando varias ironías, entre ellas, que me palpitas y me picas, pero te quitas. Así que, si debo describirme, o autoconvencerte -reflejo de mi espejo- te suelto, te escupo el dolor para que cicatrice aunque siga escociendo. Espera, te cuestiono algo, que surge de mi duda más inquieta:

    ¿Alguna vez te describiste, Anna?

    Demasiadas, tantas, que abundan y, con Punto, y aparte agarro la separación, el espacio vital y, me hundo, me caigo, alzo el vuelo y arraso en aquel aleteo. Me estoy mirando desde el otro lado, desde la esquina, y la espina, y resulta que me he quedado inerte, y muy muerta del asco. Hay algo de atasco, aquí, en mi infierno interno. Saca tu cabeza, aférrate a esa fe extraña (de ti), déjala fluir. Nada, que el principio del Prólogo dice así:

    El mundo estalló, mi alma gemela se apagó, se silenció y, aquí sigo yo, ardiendo en otro color.

  • La última cicatriz

    Justo en este preciso instante me ubico en ese limbo: si te sigo esperando o si me voy yendo. Solo se trata de tomar una decisión, de perderme aún más. Esta mañana rocé el cielo con la yema de mis dedos y caí descendiendo del derecho, quizás. Se está bien, pero aspiro a más, me quiero alcanzar ya que tú no sabes… Después, las mariposas, que iban arrasando la cólera, así, nerviosas enloquecieron todas. ¿Sabes? De tanto sonrojarse, pues estallaron porque se estamparon con la ilusión. Mucha perdición, y las perdices…, que acabaron comiéndose entre ellas en una tristeza profunda. Déjame decirte, tal vez, describirme o definirme, que soy aquella, la última cicatriz.

  • Mi hogar es este texto, y los demás

    Veo los números, aquí, que me van repiqueteando la cabeza, cuestionándome qué carajos plasmar. Entre cartas huecas, borradores sin ideas y frases inéditas, empiezo, pongo un pie detrás de otro, me recoloco, colocándome de la forma más correcta posible y, bueno, me caigo, aunque comprometiéndome. Qué gran novedad, ¿Verdad? Antes, hace escasos minutos atrás, ¿Me describí, quizás? ¿O escribí? Un popurrí, eso sí. Espera, dame diez segundos que recupero el domingo de hoy, momento en el que me encuentro (habla el reflejo de mi espejo). ¿O era al revés? El caso es que ya llevo dos minutos, y se van solapando las tristísimas horas, aunque un poco dicharacheras. Me vibra el ojo derecho, me pica la costilla izquierda, justamente la del medio. Me rindo: no sé escribir si tengo un pretexto, algo ya preestablecido. Así que resisto. ¿Esto no era un lugar seguro para redactar? Nada, aquí oculto mis sandeces y, oye, gracias por estar leyéndome. Manifiesto, definitivamente, que el texto escueto, la imprecisión, una gigantesca impresión y la caótica imperfección…, son algunas de las características de mis cosquillas: las mariposillas ya sueltas. En resumen, si se pudiese precisar algo, que entre palabras es donde me siento en libertad  para poder narrar mientras voy sintiendo. Si me permites, te concedo este baile.

  • Desbloquéate

    Hola, ¿Cómo estás? O, mejor cuestión maldita: ¿Cómo te sientes? ¿Y hacia dónde te diriges? Pues me estoy yendo de mí, aunque me van brillando los ojos, dicen. ¿Será de tristeza, de amargura eterna o de ambas? Las pisadas las voy colocando del revés, pero no pasa nada, hasta que la patada alcanza el alma y, entonces, el balazo estalla y se estampa. Solo me paseaba por aquí para preguntarte, y he acabado cuestionándome. Siempre me rebota la miseria, la sombra, la duda inédita y tan extraña de ella que, bueno, se estrella, y se queda: se ha posicionado, está mirándome, y arrugo la frente, pestañeo tres veces. Detente, muere. ¿Y por qué no te desvaneces reflejo de mi queridísimo espejo? Oyes sin escucharte, sin siquiera percatarte de que ya vas tarde, porque el proceso de quedarse hueca, ¿En qué consiste? ¿En describirse en una novela, o algo así, y luego adueñarse de una misma y acabar desterrándose? Te comparto mi novela que se desgarra por si misma…

  • ¿O sí?

    Después de la herida, la semilla. ¿Cuándo cambiaré de registro? ¿De qué manera? Los pies y las corazonadas  despedazadas, sin esperanzas, se me solapan. Estoy, de hecho, voy triste, y enloquecida por la rosa marchita. Me gusta el monstruo, y de la sombra que atrasa y arrastra, ¿A qué se dedicará? ¿Con quién insistió tanto en un pasado? Me arraigo, me enredo, me atrapo, porque mis pensamientos bailan al son del viento muy espeso. Si hablo del enamoramiento…, se difuminarán las luces creando un cielo. Anoche vi las estrellas que me remontaron a la tristeza más inédita; la mía. Aquellas, tan bellas y eternas, eran todas las bombillas petadas. Estallaron de toda la soledad que fueron llevando. Cortando de raíz se me ha disecado la cicatriz. Y perdí la última perdiz, pues ya no hay un final feliz.

  • Ilusiones, y mucho café

    Un café, y a seguir escribiendo o describiéndome del revés, porque ir del derecho ya ni sé. Me descosí tantas veces que solo me queda huir (de mí). Y sí, quizás me reí. Y no, tal vez no me quiera así, aunque permanezco -en vano- para sobrevivir. A qué es una muy buena cuestión. Pensé y dudé y me retiré, y te pillé observándome mientras mi corazón sintió un pellizco de dolor. Puede ser que en un pasado intentaras llenarme de color en mi interior. Dije puede, porque instantáneamente me fotografiaste y todavía, toda yo, voy queriéndote, ingenua de mí… agarraste el horror estampándomelo a cámara lenta con mucha intención. Quedé estrellada, tan enamorada, hasta las trancas, que me chirrían las escamas de mi corazón amargamente roto, pero estoy aquí: otra vez intentando silenciar cada uno de mis latidos, pero si me captas los suspiros, si me los pillas al vuelo, verás mis reflejos de donde mis miradas irán saliendo los destellos. ¿Sabes qué son? Mis sueños rotos. Obsérvame, ya que mis ojos van cojos, también rojos. Después de los infiernos solo queda florecer y créeme, lo sé, culminaré en aquel arte tan abstracto de ser: volver a nacer, crecer, romper y etc., porque, bueno, a posteriori aún abundarán los cielos enngrecidos, el carbonizarse el alma porque sí -por ti-, el acto de sobrevivir. ¿A qué sí? Déjate de tantas cuestiones, incondicionales paranormales, de tiempos verbales atrasados y hombres raros. Arréglatelas tú sola aunque vayas bailando en ese gerundio. Un día la guerra estallará, lugar donde seguramente serás la menos coqueta, aunque de tierna, hecha y un poco entera, pues yo qué sé. ¿Estaban bonitas las heridas que te comiste? A mí me continúan escociendo, y sobretodo aquellas desilusiones.

  • La frase que escuece

    Por tu culpa se me ha escapado la frase, ¿O es que ha huido como yo? Cobarde de mí. Voy con las ojeras metidas en las orejas. De las costillas ni me hables, déjalas. Luego sácate las entrañas, ¿Me extrañas? Estoy cansada de que tus suspiros le roben alas a mis latidos, porque se mueven, se van desgastando, marchitando. Marchando a otra estación, estancionarse o quedarse de pie para después envejecer y renacer del revés. ¿Sabes qué? La frase sigue estancada, arraigada y enturbiada en el pasado reciente No está mal, tampoco bien, porque sencillamente se pasea relamiéndose entera. Las letras, las heridas y las tiritas tiritan, ¿Sabes? Se repiquetean. Serán las tostadas, o los portazos, del ayer enjaulados en muchos tipos de amanecer y terminar en el mismo quehacer. ¿Me permites este baile? Y todos los que continuarán… chocamos nuestras miradas, a ver si nuestras hadas se unen al unísono y comparten el mismo tono. Aunque de tonalidades grisáceas hay tantas que abundan, y amargan esa rara esperanza. ¿Te apetece colorearlas?

  • Entre líneas y un poco de vida

    Después de charlar de forma distendida e inusual conmigo, con el reflejo y perderme y encontrarme y verme cicatrizada, me visualizo, me acepto, me aprecio y me estoy queriendo. ¿Sabes qué? Que ¿Te puedo escribir algo? estará gratuito. Léeme y, quizás, te hundas un poco más. Fueron momentos intensos, llenos de suciedad, quiero decir, a rebosar de mierda y miseria que, fíjate tú, ya he salido de esta, o sea, de mí.

    Continúa siendo complicadísimo resurgir entre la negrura espesa y mirarse de frente… estrellarse y convertirse en una estrella, bella. ¿En serio aún te crees destello?

    Bueno, a posteriori del susceso, del muermo cayéndose al suelo, rompiéndose, pues sí, pero, oye, viniste aquí a ser feliz. Sencillamente, yo, me paso por aquí tarareando una de las muchas canciones que me dedicaste para recordarme que sigo más translúcida que cuerda que, aunque sagra el corazoncito, sucede para transmitirse a una misma, comunicarse desde dentro, que hay que seguir vívida y existir y quererse. Porque de heridas habrán siempre: ponte la sonrisa, alza la vista y desvístete por sonreír que te queda bien esa actitud, te sana, te cura el alma y la mirada, y además, inquieta a la tristeza, la que hace conjunto con todas tus facetas y que debería ir alejándose.

    Asústala con tus carcajadas a pulmón abierto, a costillas sin tanto miedo. Vaya domingo, qué hermoso está acabando.

  • ¿Lugar dónde me he sentido querida?

    Abundan los lugares donde me he desarmado, momentos en que me he soltado el pelo y sacado la coraza, y todo para nada, justo cuando se me ha roto la esperanza. Mirándome en el espejo, después de enfundarme en aquel vestido de un color morado oscurecido, semejante al amor descosido, y ennegrecido… Descolorada voy, sonrojada vengo. Luego me quedo latiendo solo con mirarte: se me ha estrellado la cotidianidad, y las estrellas que chispean, que chispean, han estallado. Entonces culmino narrándome, describiendo metafóricamente la forma, espesa que pesa, que mis latidos se han convertido en pétalos ya marchitos, muy muertos, derretidos. Mi otra yo, la poeta real, ha decidido colocarse, y descolocándose, los tacones, enchufarse a la música más rompedora y sanadora, y profundizarse, hundiéndose en aquel texto jamás verbalizado, aunque cicatrizado en el pecho izquierdo. Me van doliendo las costillas, pues se repiquetean tanto entre ellas, que no alcanzan a transmitir las mentiras más honestas. Así que, sencillamente cabe destacar que me he sentido menos querida, incluyéndome y, también, excluyéndome con un pesimismo abundante, y redundante. Y, precisamente, Burlando el tiempo, es un sitio donde ya no resido, o quizás aún sigo conviviendo con ese hueco. Bueno, me desvanezco.

  • Sorda, de corazón

    Más rota que coja, voy de cora‘ sorda. Aquel inciso, un pequeñísimo detalle: soy, me acabo de convertir en la muerte personificada. Lo siento, lo voy sintiendo tan adentro. ¿Que sonría? ¿Qué tipo de finalidad hay después de? ¿De qué? De todo el mísero, y maldito, caos. Vaya inmensidad, qué absurdez, y la brutalidad de tu serenidad, e indiferencia. Porque después de tomarme dos cafés, de los días consecutivos que se solapan; me sobran las mentiras, sí, mírame, continúo roja: mi costilla izquierda siente un dolor abstracto, pero muy, muy, muy preciso. Te está queriendo, te estoy queriendo en el jodido infierno sempiterno. ¿Y tanta eternidad para qué? Me sequé, me quedé fuera del latir: te quise y te querré a conjunto con el hueso hueco, que repiquetea entre lágrima y sonrisa amarga. Cómo abunda la soledad…, pues me siento tan solitaria. Gracias amor, por ser el erróneo. Gracias desamor por desatenderme y no corresponderme, por jamás llamarme y enviarme señales fuera de lugar, así, desconectados. Sí, porque llegaron a mí, pero distorsionados. Ya me estoy cosiendo, cogí hoja, hilo y cerebro y me marqué un triple: solté, te borré y te eliminé. Ahora estoy grapando mis dos cables inconexos. Están tan dolorosamente mal atados, los costados. Hablo de los costados… que están mal colocados. Antes se me sonrojaba la costilla derecha porque se había incendiado, estallando. El caso es que continúo rota y coja y colgada, también, de alma (por ti).

  • Piénsalo durante dos escasos segundos

    En primer lugar, gracias a aquellos que os habéis descargado Burlando el tiempo y también a los que me váis leyendo. Por cierto, estos libros tengo. Y, en segundo lugar, no hay donde hallar o, mejor dicho, ubicar absolutamente nada. ¿Qué pasa…? Más preciso: ¿Qué significa cuando una no tiene cabida? Que se pierde aún más. ¿Me pillas? Pues yo…, yo voy yendo escopeteada y está bien y hay veces que está mal, es correcto equivocarse, desistirse, enterrarse para luego fruncir el ceño y entre pestañas deslumbrar otra escasa vez. He escrito, y sigo, varias pinceladas, así, absractísimas, que provocan el cambio. ¿Sabes? El impulso con un efecto intenso de ir queriéndose. Ese es tu único poder, entre otros. El sentir, sufrir, elegir, aceptar y, luego, dejar ir. Se le llama vivir. Bueno…, sencillamente me paseaba por aquí para agradecer que, oye, es un acto que debería ir haciéndose de forma habitual sin importar las figuras ni las maneras. Supongo que acabo de plasmar una pequeñísima, pero importantísima reflexión. Piénsalo por dos segundos y, al cabo de medio más, haz saber a ti mismo que estás siendo un ser, aunque de carácter humano, eres válido.

  • Jane Eyre, Charlotte Brontë

    Charlotte Brontë (1816-1855) fue una novelista inglesa, quien narra la biografía de Jane Eyre (1847), uno de sus obras más populares del siglo XIX, durante la época del Romanticismo. Una novela constituida por treinta y ocho capítulos donde la autora describe, básicamente, la vida de Jane Eyre: desde su infancia hasta su adultez.

    La obra parte de una niña huérfana, quien fue criada en casa de su tía, la señora Reed, donde vive encarcelada, ya que la encierran en una habitación donde solo abunda la soledad y el desamor, pues ha sido tan despreciada que se ahoga en su propia tristeza. Al cabo de un tiempo, su tía la lleva a un orfanato: Lowood. Cuando cumple su mayoría de edad, decide ser dueña de su propia vida, así que va en busca de un nuevo trabajo, quien acaba ejerciendo de profesora en Thornfield Hall, lugar donde acontecen varias problemáticas, entre ellas, en qué consiste el acto de enamorarse desde su inicio hasta su auge y, también, el después. Así, los temas a destacar son el amor idílico, el enamoramiento a conjunto con el dolor interno, la supervivencia y la perseverancia. Y también el esfuerzo continuo, porque durante una crisis de la protagonista por causas tanto internas como externas, decide marcharse de la mansión y es el momento en que se inicia su declive emocional y su deterioramiento físico, pues debe ir sobreviviendo hasta el final de la historia, donde se abre el desenlace: varios acontecimientos desgarradores y, a posteriori, alentadores.

    En resumen, es una narración muy triste y desoladora y, a la vez, nos muestra cómo el amor es bonito y doloroso al mismo tiempo, pero que, a pesar de ello, el amor correspondido todo lo puede, porque, en determinados instantes, salva, da un chispazo de aliento al alma.

  • «Voy a dejar de quererte»

    La única promesa que me hice la rompí.

    Spoiler: me enamoras cada vez más, así, in crescendo.

    Y me odio por ello y me siento culpable y me duele y me gustaría arrancármelo, que dejase de sangrar, pero es que me miras y se me sonroja hasta la herida, me provocas las cosquillas y mis costillas se van cosiendo, de donde les brotan las alas. Y de cicatriz en cicatriz voy, así, arrasando el infierno, por eso me marcho siempre, por miedo a perderte y va y me pierdo yo más, y va y te quedas atrás. Y justo cuando me giro solo veo a los demás porque tú ya no estás. ¿Alguna vez me quedaré? Es que tengo miedo a la profundidad del mar y al acto de amar y no sé si yo sabré quererte de forma sana, pues si no sé ni quererme. ¿De qué va a servir este lazo tan raro y complicado? ¿Para que el amor se convierta en algo bonito? ¿O ya lo está siendo? Me sale, sin querer, la lágrima y de golpe rima la sensación con esa mariposa nerviosa que está ansiosa, sí, por verte, tenerte, saborearte, sentirte. Culmino inerte, aunque tengo un pupurri de emociones y la más bonita es aquella que no necesita ponerse una tirita porque imagino, soñando fuerte, que cuando me beses floreceré con creces. Lo siento por quererte.

  • Describiéndonos

    ¿Sabrás tú qué es el amor propio? ¿En qué consistirá? Supongo que en ir saboreando los días amargos, los descoloridos, los destrozados, los malditos, los inéditos. La fe naufraga, ¿O es el mismísimo náufrago? Aquel que se ahoga por la abundancia de desamor? ¿Será el dolor, una pizca de color o por un enamoramiento completo? El que está y es en su totalidad, con toda su enfermedad. Lo que conlleva el sentimiento frágil y débil, vaya. Que ya no queda de otra, solo ser la tonta o la hueca o la loca. ¿Qué será, qué será? Una sorpresa empapelada porque después de la pausa aparece, sin quererse, aunque con un impulso sorprendente, mi corazón lleno de cenizas. Está a rebosar de colillas y no me hables de la última coletilla que, al final, culminaré con la cerilla encendida y por tanto quererte se incendiarán ambas partes con solo el rozar delicado y sensible de las palmas, o de tus labios en los míos, o de nuestras almas al compás de las alas.

  • ¿Algún día floreceré?

    Ya he florecido, pero aún debo continuar regando el jardín. Así que me paso por aquí para comunicarte que, si todavía sigues regándote sin quererte y con impulso, ¿Te puedo escribir algo? Encaja entre tus espinas y heridas. ¿Te unes al caos? ¿Sabes que la semana que viene estará gratuito? Te lo dejo aquí abajo.

    Pd. Nos leemos,

    Gracias, y que el amor que te das sea sano.

  • El enamoramiento

    Enamorarse de la fe inédita, vaya absurdez, ¿No? Luego queda el recuerdo, aquella imagen, la de mi yo-poético roto. De mientras, los pedazos quebrantados en mis manos ensangrentadas. Mi corazón ha estallado porque tú le has disparado. O moría en vida o me vivía muerta y, al final, cuando apretaste los labios mirándome con la comisura de estos hacia arriba, la sonrisa pícara, y tus ojos chispeantes, brillantes, me sonrojaste. Qué barbaridad, qué brutalidad justo aquel momento, fugaz e instantáneo, en que nuestros deseos se fusionaron convirtiéndose en solo uno. Qué instante aquel en el que bailamos dentro de mi sueño, que se está descolgando, chocando con la pura, y dura, realidad. Ya se cayó, pero yo sigo en el vaivén de esa ilusión que se va balanceando, que se marcha galopando, también sanglotando. Y, entre herida, risa y cicatriz abierta donde abunda la melancolía, me pica la otra oreja por el secreto que llevo guardando desde hace año y medio entre mi garganta y mi pecho izquierdo. De hecho, levito en el suceso, arrastrándome en mi lecho, el del enamoramiento entero y eterno, y lato porque o peco o te beso y, a la vez, te pido otro de esos.

  • Mi mundo literario

    Quiero morirme en mi propio mundo literario, dejar la realidad apartada, que se quede en el otro sillón, el del más allá, sentada. Tampoco me apetece que tú entres, pues siempre te cuelas entre mis pensamientos, en mi imaginación y desde un gran silencio. Eres tan sigiloso, que solo escucho tu latir al unísono del mío. ¿Ves? Ya saltaste hacia dentro. Mira que cerré las puertas, pero se me olvidó cerrar el hueco de mi ventana. Por eso, digo, y deseo con muchas ansias, y ganas, que te quedes o, por contra, que me eches de mis fantasías donde el protagonista eres tú.

    Lo que me pasa es que me observa desde la lejanía, o una escasa cercanía, y con una intención inmensa se va introduciendo en mi corazón. Sus latidos son golpecitos de verdad y tanta, que profundizo en la única que cabe en mi mente. Y me ahogo y me parto y me divido. Tu mirada fugaz me quema, tu presencia provoca que me ardan las mejillas y que con tanta delicadeza y poca sutilidad, mis venas exploten diluviando ansiedad y, yo, al fin, estalle sin tanta dilación y perdición. Me niego, ¿O es que ya no sé cómo dejar de quererte? Quiero querer olvidarte, y el mismo olvido me acaricia de una forma tan hermosa que al final te apareces en mis sueños. ¿Cuántos deseos caben en nuestro amor? ¿Será algo mutuo? Solo quiero sentirlo, que nos armemos. Solo pienso en el beso, el del futuro, el que me plantarás en los labios después de confesarte que lo estoy intentando, eso de desenamorarme de ti, y que ya he desistido, colocando la bandera roja, y enrojecida me quedaré delante de ti, asustada, pero tú, tú, sencillamente me besarás y entonces todo florecerá: desde mi interior hasta nuestras lenguas, manos, piernas y almas. Porque… ¿Estaremos hechos el uno para el otro? Ya hice limonada con las medias naranjas. Luego me bebí el zumo y ahora estoy entera, como la luna, porque también brillo un poco solitaria. Aunque, si vinieses hacia mí, sería muchísimo más feliz.

  • Otra breve carta

    Sigo enamorada de ti, continúo enamorándome como una idiota. Me duele el hecho de no afrontar ese sentimiento tan intenso e inmenso, pues le temo al amor, al acto de sufrir; el dolor. Así que, si por casualidad acabas leyendo estas escasas líneas, que sepas que te quiero aquí, en mi pecho y que, bueno, si solo con mirarte ya creo en el poder tan hermoso que tiene, y contiene, el ir armándonos. Porque, querido, cuánto valor necesitaré para aceptar que te amo. Bésame ya, luego hablamos, ¿Sabes? Ansío con fervor que nuestros labios se unan por fin. Pienso tanto, siento más. Vayámonos a volar, a surfear entre las nubes, en el suelo de las estrellas que brillan y se animan, y se arriman a una felicidad chispeante.
    Te estoy queriendo sin un parar constante, y con un gran impulso. ¿Te vienes conmigo a bailar esta canción?

  • ¿Quién soy?

    No lo sé, aunque me paseo por aquí para presentarte mis libros autopublicados y, una breve novela que estoy subiendo a Wattpad. Supongo que a través de mi literatura, quizás podrás descubrirme, entre líneas.

    Hoy mis palabras escasean, así que, sencillamente, te los linkeo.

    Pd. Gracias, nos leemos.

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