Ya me caí, creo, desde hace varias heridas. Luego, me las comí. Aunque son las cuatro de la tarde, ya pasadas, y se van las horas, se marchan. Se diagnostican la tristeza, tan arraigada a la cicatriz. Se murió, o se mató (sola) la perdiz después de intentar estar feliz. La venda, y la vena aorta, ahora, resulta que se ahorca. Bueno, tantas mariposas loquillas, al final, la cuenta se desliza, con el café derrumbándose. Sigo aquí, no sé ni qué escribí. Será, como cada madrugada, la descripción de mi alma arrugada. Quise ensancharme la mirada. Tanta observación para nada, o para, absolutamente, todo. ¿Que me quede? Si ya me derretí, pues me fui. Resulta que la vida afloja y, a la vez, aprieta, ahí, en el corazón de donde se va cerrando a cremallera. Aletea, corre, y vuela, que se te pasa el arroz. Acelera en la carretera, gira a la derecha y aprieta (el gatillo). Voy, grito. Me quedo casi ciega, de voz, y medio sorda de sensación, porque, si te hablo de la emoción, se me baja el subidión. Vaya colocón. Descoloréame esta, por favor. Y gracias, ríete de mis desgracias.
La nota rara
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