Ir queriéndose a una misma al vaivén del run run del mar. Caerse, y que de corazonada a corazonada salte eso que bombardea dentro de ti tan fuerte, con tanta furia y de un sabor más dulce que amargo. Es la fiera que quiere salir a la profundidad e introducirse en otro amar, para luego enfurecerse de un amor bonito y leal. Es la madrugada de San Juan y con mi falda de flores, de colores verdosos, rosados y azucarados, voy estando bien. Armarse de valor, de uno entristecido y, en el chocar del enamoramiento, la ola nace, la que quiere saborearse, oler a sal y a arena y a cal y a alegría, que trasciende: ha dejado de ser hueco convirtiéndose, y convirtiéndome, incluso a mí, en otro latir. Aunque el cielo esté nublado, siempre va saliendo el sol, o la luna ennegrecida que brilla siendo la soledad absoluta. Ya quiero ser la loba o la bruja o la penúltima vida de la felina hambrienta, porque estoy preparada para lo que venga, y aquellos segundos que se marchan, que machacan o se arrastran… quieren dejarse existir, vivir.
El ambiente está abstracto, de un sentir bastante cálido, de un ver encanelado, enternecido. Un cuadro, ni gris ni pálido, tampoco lleno de anhelos ni a rebosar de deseos. Está vacío de todos los sacrificios ya hechos, que culminaron, quedándose estrellados en el pasado. Las caricias, los besos y los amantes siguen locos, y la música, que resuena en mis pupilas, solo se dedica a arroparme mientras voy queriendo al son del viento, tocando el suelo y a ras del cielo, en esta playa a las cinco de la mañana, que parece ser, por fin, un invierno estival. Y tanto que derrapo por mis raíces de donde se deshacen o rehacen las cicatrices. ¿De heridas? Pocas, la mayoría ya curadas, u odiadas o alocadas. El caso es que voy a terminar para volver a empezar.
El amor impropio de mí
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