Etiqueta: enamorarse

  • Describiéndonos

    ¿Sabrás tú qué es el amor propio? ¿En qué consistirá? Supongo que en ir saboreando los días amargos, los descoloridos, los destrozados, los malditos, los inéditos. La fe naufraga, ¿O es el mismísimo náufrago? Aquel que se ahoga por la abundancia de desamor? ¿Será el dolor, una pizca de color o por un enamoramiento completo? El que está y es en su totalidad, con toda su enfermedad. Lo que conlleva el sentimiento frágil y débil, vaya. Que ya no queda de otra, solo ser la tonta o la hueca o la loca. ¿Qué será, qué será? Una sorpresa empapelada porque después de la pausa aparece, sin quererse, aunque con un impulso sorprendente, mi corazón lleno de cenizas. Está a rebosar de colillas y no me hables de la última coletilla que, al final, culminaré con la cerilla encendida y por tanto quererte se incendiarán ambas partes con solo el rozar delicado y sensible de las palmas, o de tus labios en los míos, o de nuestras almas al compás de las alas.

  • De toda la vida, amor

    Margarita, margarita, quítate la tirita, que la herida ya está florecida. Desvístete, corta la etiqueta, frena esa, y sácate las alas, que quieren irse a surfear entre las nubes y el mar. Que crezcan, que crezcan las semillitas. Serán hermosas las florecillas. Que ya es otoño, ¿Y qué más quieres? ¿Qué más deseas? Colócame el cora‘ en su sitio, bésame el pecho y la costilla izquierda se sonrojará. Aquella noche estrellada y la luna brillando, sola, arriba en el cielo ensombrecido. Fue ayer como si te hubiese conocido de toda la vida, y la noche oscurecida también. Ven, ven aquí. Quiere, y quiéreme a mí. Sírveme una Margarita, regálame tu sonrisa. ¿Ves cómo baila la mía? Así, al son de la tuya. ¿Por qué no nos danzamos? Sin deternos para ir congelando el tiempo al son de nuestros cuerpos.

  • El atardecer florecido

    Saltándome unas cuantas canciones, guardándome las mariposas en los cajones, que se me escapan, se marchan porque están nerviosas. Vaya cielo, piqué tu anzuelo y ahora florezco desde dentro. Luego están tus ojazos, que no son ellos, sino la forma en qué me miran. ¿Será que me estás queriendo en esa milésima de segundo cuando nos cruzamos? Cupido lanzó la flecha que va dirección a mi corazón. Que sangre el amor, que abunde por favor. Así, después, y juntos, provocamos el estallido de nuestro futuro jardín, anteriormente sombrío, pues estaba, el de cada uno, solitario y perdido. ¿Pero me oyes? ¿Me ves? Te lo estoy describiendo mientras sonrío, y me enorgullezco, por dentro: te quiero. Y también me quiero y nos voy queriendo en esa imagen descolorida, borrosa, casi abstracta, que va flotando en el vaivén de mi imaginación. Sí, porque, paulatinamente ese cuadro con pinceladas de tonalidades grisáceas, se va cosiendo, como yo, se va latiendo, y queriendo, transformándose en un color anaranjado. Es nuestro atardecer que va a florecer porque nos vamos a querer. Sentiremos el fuego arder mientras alcanzamos el as de picas. Te despistas y desaparece todo nuestro alrededor. Eres mi picardía, mi fe más inmensa, te comería esa boquita bonita. Quítame el miedo, que aún lo tengo pegado, ahí, colgando del techo de mi pulmón izquierdo.

  • El enamoramiento

    Enamorarse de la fe inédita, vaya absurdez, ¿No? Luego queda el recuerdo, aquella imagen, la de mi yo-poético roto. De mientras, los pedazos quebrantados en mis manos ensangrentadas. Mi corazón ha estallado porque tú le has disparado. O moría en vida o me vivía muerta y, al final, cuando apretaste los labios mirándome con la comisura de estos hacia arriba, la sonrisa pícara, y tus ojos chispeantes, brillantes, me sonrojaste. Qué barbaridad, qué brutalidad justo aquel momento, fugaz e instantáneo, en que nuestros deseos se fusionaron convirtiéndose en solo uno. Qué instante aquel en el que bailamos dentro de mi sueño, que se está descolgando, chocando con la pura, y dura, realidad. Ya se cayó, pero yo sigo en el vaivén de esa ilusión que se va balanceando, que se marcha galopando, también sanglotando. Y, entre herida, risa y cicatriz abierta donde abunda la melancolía, me pica la otra oreja por el secreto que llevo guardando desde hace año y medio entre mi garganta y mi pecho izquierdo. De hecho, levito en el suceso, arrastrándome en mi lecho, el del enamoramiento entero y eterno, y lato porque o peco o te beso y, a la vez, te pido otro de esos.

  • ¿Nos vamos a florecer?

    Cuando se me queda el dolor, ahí, colgando de un hilo en mi interior. Cuando se me cristalizan los ojos, y así se quedan, desilusionados, llenos de esos llantos secos. Cuando me quiero morir entre tus brazos, pero no nos unen ni los lazos (del amor). Cuando solo abunda dolor, y una tristeza infinita. Cuando siento que aún así te quiero y va y te quiero todavía más… ¿Qué más queda ya? ¿Qué más queda? ¿Me lo vas a decir tú o tengo que deletrearlo yo? Pintarte los labios con los míos y decirte que te estoy queriendo, gritándolo a todo pulmón. ¿Pero no ves que ya lo hago? ¿No me ves? Que estoy destrozada por dentro. Mírame, joder. Mírame… Siempre seré invisible para ti, siempre lo fui. ¿Ya qué más da? ¿Qué más da? Total, los días están contados. ¿Quedarán amaneceres a tu lado? Porque yo ya me he quedado acurrucada en aquel rincón enturbiado, descontándome y echándome, días de más, y echándote de menos. O das tú el paso o me mato en la metáfora irónica, que se ríe de mi cara y de mí. Se descojona a carcajada libre, como tú. Entonces aparece la insensatez acalorada. Me estoy tirando de cabeza al suelo, mi corazón está negro. Que te estás cuestionando si tengo, pues claro, ¿No lo ves que arde a fuego lento? Que me quemo porque tú estás dentro. Provocas la llama que estalla en mi ser y me enciende entera. Deja el puro, tómate las copas conmigo, brindemos por algo que ya está escrito: aquel libro mío que pierde el hilo. Un pasado lleno de ilusiones ópticas. ¿Seré yo la tonta que cuenta la historia del revés? Así, a mí manera, como si yo quisiera que me quisieras. Soy esa, la chiquilla que en los días florece eterna y en las noches se marchita entera. Soy esa, la niña inocente que te mira y se emboba, sí, porque eres mi más maravillosa casualidad. Soy esa, la loca, pero cariñosa en las profundidades oceánicas de su alma. Las mariposas que vuelan se están estrellando porque te estás demorando demasiado. Aunque si me vas querer mal, déjame sola que estoy mejor, miento, en verdad estoy peor, pero ya voy tan acostumbrada a esa soledad que bailo con ella. ¿Sabes qué? Cállame ya, ay, no, que no estás presente, y yo voy tan ausente. ¿El amor duele? El no correspondido sí. ¿Pero, joder, no ves que cada vez que te observo me enamoro más de ti? Con esa mirada tuya. Eres suspicaz cuando quieres. Cada vez que puedo, te alcanzo, muerdo tu anzuelo y vuelo en lo más alto del cielo. Luego la caída ya es otro tema que da para escribir segundas partes, aunque siempre acaban siendo las malas. Arráncame ya de este jardín sombrío, quítame las espinas, desnúdame los pétalos, que están ennegrecidos, y hazme tuya. ¿Florecemos juntos, así, al unísono? Que te quiero morder esa lengua tuya, mal hablada y castigarte en ambos sentidos y que estos exploten de tantos latidos. Que te quiero amar de por vida y en la otra también. ¿Nos vamos? ¿O qué?

  • Otra breve carta

    Sigo enamorada de ti, continúo enamorándome como una idiota. Me duele el hecho de no afrontar ese sentimiento tan intenso e inmenso, pues le temo al amor, al acto de sufrir; el dolor. Así que, si por casualidad acabas leyendo estas escasas líneas, que sepas que te quiero aquí, en mi pecho y que, bueno, si solo con mirarte ya creo en el poder tan hermoso que tiene, y contiene, el ir armándonos. Porque, querido, cuánto valor necesitaré para aceptar que te amo. Bésame ya, luego hablamos, ¿Sabes? Ansío con fervor que nuestros labios se unan por fin. Pienso tanto, siento más. Vayámonos a volar, a surfear entre las nubes, en el suelo de las estrellas que brillan y se animan, y se arriman a una felicidad chispeante.
    Te estoy queriendo sin un parar constante, y con un gran impulso. ¿Te vienes conmigo a bailar esta canción?

  • El atardecer anaranjado

    Queridísma yo, voy más muerta que viva, llevo tres borracheras de alma de más, las corazonadas van salpicándome y, bueno, son casi las siete de otra tarde de viernes, que parece más martes. Me voy a Marte, aunque siempre culmino aterrizando en uno de mis mundos paralelos. Las bocanadas arrasan tanto, porque mis besos se estancan en el aire para atragantarse, o jamás salir. El destinatario de todos ellos se apellida y tiene nombre, eso significa que está, que existe en este presente. Y, oye, quería, en pasado, huir, para dejar de sufrir. Mírame, más rota de cora’, sigo yendo coja. Arrópame, chiquilla. ¿Qué preguntaría la niña pequeña al otro lado de la línea telefónica? ¿Qué chiquilinada soplaría? Pues que si me estoy queriendo de forma sana. Uy, línea ocupada, actuaría la mujer en la que me he convertido hoy. Me quedaría colgada de dudas, enredándose, dejándome caer en un ovillo de nudos. ¿Y sabes qué? Que todos los hilos ya descosidos solo llevan a un único destino: el lugar donde habita el amor, y quizás termine el dolor por iluminarse una chispa llena de color. El cuadro, a posteriori, será la del enamoramiento mutuo y sincero y honesto y que, al fin y al cabo, después de tanto romperme, se acaben abriendo mis alas.

  • El amor impropio de mí

    Ir queriéndose a una misma al vaivén del run run del mar. Caerse, y que de corazonada a corazonada salte eso que bombardea dentro de ti tan fuerte, con tanta furia y de un sabor más dulce que amargo. Es la fiera que quiere salir a la profundidad e introducirse en otro amar, para luego enfurecerse de un amor bonito y leal. Es la madrugada de San Juan y con mi falda de flores, de colores verdosos, rosados y azucarados, voy estando bien. Armarse de valor, de uno entristecido y, en el chocar del enamoramiento, la ola nace, la que quiere saborearse, oler a sal y a arena y a cal y a alegría, que trasciende: ha dejado de ser hueco convirtiéndose, y convirtiéndome, incluso a mí, en otro latir. Aunque el cielo esté nublado, siempre va saliendo el sol, o la luna ennegrecida que brilla siendo la soledad absoluta. Ya quiero ser la loba o la bruja o la penúltima vida de la felina hambrienta, porque estoy preparada para lo que venga, y aquellos segundos que se marchan, que machacan o se arrastran… quieren dejarse existir, vivir.
    El ambiente está abstracto, de un sentir bastante cálido, de un ver encanelado, enternecido. Un cuadro, ni gris ni pálido, tampoco lleno de anhelos ni a rebosar de deseos. Está vacío de todos los sacrificios ya hechos, que culminaron, quedándose estrellados en el pasado. Las caricias, los besos y los amantes siguen locos, y la música, que resuena en mis pupilas, solo se dedica a arroparme mientras voy queriendo al son del viento, tocando el suelo y a ras del cielo, en esta playa a las cinco de la mañana, que parece ser, por fin, un invierno estival. Y tanto que derrapo por mis raíces de donde se deshacen o rehacen las cicatrices. ¿De heridas? Pocas, la mayoría ya curadas, u odiadas o alocadas. El caso es que voy a terminar para volver a empezar.