Con una cerveza en mano, un moño a medio hacer y en bragas, aquí y ahora, empieza mi nueva vida. Sentada en el balcón observo mi alrededor y no consigo llegar a ninguna reflexión. Después de dejar el libro que nunca termina, el que estoy leyendo actualmente en verano, y un móvil vacío de batería, me percato del simple hecho: necesito o me sobra algo. Estoy hueca, no soy dueña ya de mi misma. Simplemente quiero un cambio, un giro. O nada. Y si escribo esto, estas miserables verdades, es porque me quiero encontrar o, quizás, quiero llegar a encontrar. No me pregunto, sólo necesito escribir. Es necesidad. No como antes que era puro placer a pesar del esfuerzo y el sudor, pero era bonito, hermoso. Ahora es duro, y cuesta -arriba-.
Tengo la mirada fría y caminando en mi era, siendo veinteañera, me pierdo. Y no es malo, al contrario, es sano. Rompe, tanto, que duele, que escuece. No quiero, eso, sufrir. Pero lo hago porque siento a instantes y en pequeñas cantidades. Me digo a mi misma que es hora de cambiar, de pausar y refrescar. La vida, digo. Es un momento de intensidad, de coger, correr y jugar; con las palabras, con las verdades y las mentiras. Y hacer erradas, serlas. Equivocarte y volar mucho aunque luego me estampe y acabe derrapando.
Y me gusta lo que sale de mí, de mi ser interno, de mi corazón, de mi infierno.
Ya no sé si estoy aquí porqué sí o porqué no. El caso es que voy a comenzar.
– 28 de julio del 2020
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