Buenos días;
por aquí os dejo el prólogo de una historia que estoy creando, que ahora está estancada pero que espero que resucite otra vez. Tal vez, depende de como vaya la cosa, la podréis leer en un futuro no muy lejano.., 2019, 2020… Vete a saber..
DESGARRADOR
Prólogo
Escuchó como unas gotas, indefinidas, abstractas, chocaron contra el alféizar durante unos segundos. Se levantó y, acercándose a la ventana lentamente, la abrió. Entonces las vio. Gotas de sangre, caídas desde arriba, esparcidas por todo el capialzado llegando hacia el suelo, derramándose por los tochos grises oscuros llenos de graffiti. Arte.
Y es que después de haber estado ingresada en un manicomio durante cinco años, la dejaron en libertad porque su cerebro mal amueblado, se fue arreglando y, justo después de aquellos años, tan inciertos por los doctores, dejó de tener los engranajes mal encajados. Cuando salió al exterior el mundo estaba derrumbado, deshecho y, al regresar a su hábitat, este estaba descolorido, roto, ahuecado, oscurecido, vacío. Era un bloque de pisos, huecos, sin la estructura definida, pintada de colores y formas abstractas con sprays de esos que usan los jóvenes de hoy en día. El esqueleto estaba desnutrido. Y, ella, Rouse, vivía en aquel bloque, sola, sin nadie que la acompañara, justo cuando un día la vida le dio un giro quedándose patas arriba. Es decir, que vio las gotas, de sangre, y las siguió, entreteniéndose, metiéndose en un caos, el que jamás se hubiese imaginado.
Salió a la calle, descalza y con un vestido roto, gastado y ensuciado por el tiempo, el mismo que llevó el primer día que fue ingresada al psiquiátrico. Una vez en el exterior siguió el rostro de la sangre.
En las calles no había nadie y el sol abrasaba su cuerpo fuertemente. Simplemente las huellas dactilares marcadas en la arena, que las siguió con la mirada hasta detenerla en un punto en la lejanía, donde se acababan y empezaba un río de sangre, la marca de como un cuerpo, muerto o casi, fue arrastrado. Después, huesos, débiles, delgados, rotos. Y, basura. Montañas de residuos, centenares. Allí vivía ella, al lado de un vertedero. Se adentró en él. Y como ya era habitual, lo encontró. El cadáver.
Los truenos empezaron a retumbar por toda la ciudad y las gotas de la lluvia comenzaron a borrar el rostro de la sangre, dejándola menos espesa, más líquida. Creando una mezcla extraña, repugnante. Un viento agrio se levantó, disecando la sangre que no se había diluido.
Se acercó al cadáver. Era su hija, pequeña, la sexta, la última.
Había alguien allá fuera que las mató a todas, sin dignidad ni compasión. Sin dilación, con la excepción en mano, agarrando el corazón en alto, desangrado, bombardeando, siendo el rey.
Deja un comentario