¿Hacia dónde?

¿Hacia dónde? ¿Hacia dónde va el corazón? ¿Y el corazón partido? ¿Y el dividido? ¿Y el hecho añicos? ¿Dónde se queda el corazón marchito? ¿Y vacío?

Solo sé que se pega tres tiros, avanza y, ya, si eso, sigue. Él, se está cansando del bucle contínuo, del vaivén, de agarrarse a la cuerda floja, que afloja. O pone el punto y final o siempre habrá un epílogo, y el más allá que, sin querer, como la miseria, regresará.

¿Lo ves? Quizás porque es el suceso ya deshecho, con mucho inicio, y poco impulso. El saber hacia cuál ya es otro cuento, superfluo, o no.

«Porque yo ya no me enamoro», suelta un latido abatido, rendido.

«¿Por qué?», le cuestiona su propio reflejo.

«¿Para qué?», devuelve la pregunta, aunque la duda acaba rebotando, disparando verdades.

«Si ya lo estás sintiendo», le recuerda el suspiro.

«Si te estás derrumbando, otra vez», le afirma la consciencia derretida.

Entonces la propia razón quiere hablar, responder, y termina concluyéndose a ella misma, yéndose, marchándose.

El penúltimo chispazo de esperanza, ya oculto entre la negrura espesa, se dice, sin quererse, que planta la bandera roja y que se va bajando del amor.

«Porque no existe», canta el dolor.

«Quizás sí, quizás habita en algún lugar», sentencia la ilusión, pletórica.

«¿Dónde estáis, pedazos rotos?», cuestiona la Nada.

Habrá que reconstruirse, culmina mi cerebro en su momento más sereno.

«¿Pero cómo?», pregunta el eco resonando débilmente en su propio hueco.

Luego, abunda el silencio roto.


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