Perdiéndome en bucle, así me siento últimamente. Sí, llena de tristeza, es decir, vacía. Me tomo cada tarde un café con mi querida soledad. Escribo, o la denomino tantas veces, que se ha apropiado de mí. Ahora me llamo Anna, la ahuecada; la que se rompe al borde de la costura. Solo necesito crearme. ¿Y si la solución es, sencillamente, seguir relamiéndome las heridas? Las costillas, ¿Dónde están? De cosquillas ni hablemos. Quiero decir, ni me las busques. Sí, porque, no entiendo cómo, pero voy despilfarrando la vida. ¿Era eso vivir? Será desvivirse, deshauciarse de una misma. O desalojarme. ¿Me sigues? Siento que solo te dedicas a perseguir mis huellas. Te hablo a ti, sombra; que me observas, anhelante, y angustiada, desde el espejo. Somos, nosotros, otro tipo de reflejo. Nos vamos transformando. Volvemos otra vez al ruedo. Como duele el acto de marchitarse sin ya saber ni apreciar el querer(se). Los intentos, aquellos, por amarse, se han vuelto locos, tontos o sordos. O los tres a la vez. Unísonos y cuatro hostiazos. Dicen que a la tercera, la vencida. Voy, ya, por la quinta, y sumando. O restando. ¿Cómo lo ves? Yo demasiado oscuro; un cielo ennegrecido, sin estrellas. Probablemente había tantas que se han estrellado levitando entre el desliz, el vaivén, de seguir siendo, o inmutarse para siempre.
Perderse contínuamente
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