Que jodido, no el texto sino lo nuestro.
Porque nuestro amor se sostiene con dos pinzas -tu corazón y el mío- en una cuerda floja que afloja y aprieta y desgarra los cuadros melancólicos del pasado, que ya ni cicatrizan, que ni se pintan. Están descoloridos.
«Pero yo te quiero».
«¿Eso qué tiene que ver?»
¿Que ver el qué? ¿Con qué? ¿Y para qué?
Pues que se trata de que te estoy queriendo para amarte.
Ahora están sonando las alarmas, los semáforos de la ciudad se ponen en rojo. ¿Será aquella señal de la esquina que me dice «Nena, frena»?
Quiérete un poco, date amor. Valora tu tiempo, aprecia el cariño que has dejado de brindarte. Busca tu propio color. Tu arte, tu alma.
Cuando me miro en el espejo, provoco ese mismo acto, y no me observo. Y lloro internamente y siento tanto que finjo.
Sí, así te lo solté. De balazo en balazo y disparas porque te ha tocado ser arma.
Soy la herida.
Una vida falsa,
una sonrisa intacta,
pero hipócrita que se llena de mentiras,
de desilusiones
y de mucha muerte.
Los muertos ya no son cenizas después de esto. El amor siempre será un hechizo sin polvos mágicos. Y, yo, bueno, soy de carne y hueso, aunque con líos y corazonadas que buscan, esperanzadas, otro espacio vital. Un hogar donde, al fin, puedan refugiarse.
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