Caminé millas,
horas,
minutos
y segundos y,
¿Para qué?
Para perderme más;
ocultarme y quedarme atrás.
No sirvió, sólo para alejarme de mi objetivo.
Lo dejé,
volví a empezar.
Me quemé más, me vacié y regresé, sin querer, al principio.
Y sin darme cuenta me percaté de que en el inicio estaba la respuesta: yo.
El espejo reflejó mi sombra,
dijo, con la mirada, que estaba rota.
Los cristales se escucharon cuando di un paso hacia delante;
chocaron entre ellos.
Y cuando mis manos quisieron abrazarme, empezaron a sangrar.
A borbotones caía de mi corazón, espesa.
Entonces, una lágrima cayó por mi mejilla y se fue deshaciendo hasta llegar al suelo.
Comencé a florecer.
De mis venas nacieron semillas y, con el agua que bajaba de mis ojos pasando por mi garganta, porque las lágrimas las tenía atragantadas, crecieron sin detenerse jamás.
Creció una florecilla y después otra,
y otra,
y otra.
Volví a mirarme en el espejo;
rota, ensangrentada y llena de flores,
finalmente, sonreí.
Porque me di cuenta de que no se trataba de tenerlo todo bajo la perfección para poder ser feliz, sino que aún así siendo un desastre, se podía serlo.
Sin querer y sin más.
-Sin más-.
Florecer
por
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