El atardecer anaranjado

Queridísma yo, voy más muerta que viva, llevo tres borracheras de alma de más, las corazonadas van salpicándome y, bueno, son casi las siete de otra tarde de viernes, que parece más martes. Me voy a Marte, aunque siempre culmino aterrizando en uno de mis mundos paralelos. Las bocanadas arrasan tanto, porque mis besos se estancan en el aire para atragantarse, o jamás salir. El destinatario de todos ellos se apellida y tiene nombre, eso significa que está, que existe en este presente. Y, oye, quería, en pasado, huir, para dejar de sufrir. Mírame, más rota de cora’, sigo yendo coja. Arrópame, chiquilla. ¿Qué preguntaría la niña pequeña al otro lado de la línea telefónica? ¿Qué chiquilinada soplaría? Pues que si me estoy queriendo de forma sana. Uy, línea ocupada, actuaría la mujer en la que me he convertido hoy. Me quedaría colgada de dudas, enredándose, dejándome caer en un ovillo de nudos. ¿Y sabes qué? Que todos los hilos ya descosidos solo llevan a un único destino: el lugar donde habita el amor, y quizás termine el dolor por iluminarse una chispa llena de color. El cuadro, a posteriori, será la del enamoramiento mutuo y sincero y honesto y que, al fin y al cabo, después de tanto romperme, se acaben abriendo mis alas.


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