Después de tanta soledad e ir solitaria, de convertirme a la vez en loba, luna y miseria… después de quererte y estrellarme, que me salgan por las orejas las estrellas, solo queda, habita, entre estos latidos, un tú y un yo sin estar unidos, así, separados, malditos. Porque a posteriori de tantas pausas -del suicidio en vida, del Paréntesis y la metamorfosis del revés- un, dos, tres, ¿Me ves? Chasqueo los dedos o la lengua, o ambas, y sigo aquí quieta. Mi sangre está cada vez más espesa, se estresa, bombardea y continúa inédita. Me gustaría arrancarme la piel del caparazón, pero el corazón ya se encarga solo de ir despedazándose, de enredarse aún más al vaivén de como van cayéndose los hilos descosidos. Y gracias, queridísimo mío, que nunca lo fuiste ni lo serás, ojalá te pierdas y te hundas en ese jamás como yo -años y daños- atrás. Tantos asuntos pendientes, métete en los tuyos. Creí, tan ingenua de mí, que compartiríamos, así, al unísono, el latir genuino de una forma de querernos, la nuestra, ¿Sabes? Y pensé que tenía ovarios, pero se ve que las temáticas en relación con el amor, me acojonan más que el morirse en vida. Aunque resulta que todo, los hilos rojos y enrojecidos, están en el mismo anillo, en la misma punta del cuchillo, de donde luego le resbala la antepenúltima gota ensangrentada. Era que te estabas queriendo en un gerundio muy intenso y en un pasado plusquamperfecto, y vaya si fue imperfecto.
Después de
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