La vida continúa a pesar de estar enamorada, ilusionada y anonada. La vida continúa a pesar de tanto pesar y pensar. Y del todo a la nada en escasos segundos. Jaque mate, y mátame ya. Las cortinas grisáceas están intentando deshinibirse, pero sin querer se ennegrecen. Vaya jodida oscuridad. Arráncamela. Remonto, salto, tantos pasos hacia el pasado que me quedo inmersa en aquel inmenso recuerdo. Un paradigma tan pequeño, tan coqueto. Descuélgame esta, quiéreme así, bonito y sano, que la sonrisa se me quede colgando de la comisura de mis labios. Y ve contando mis lunares, haz constelaciones con ellos, que yo te describiré cada estrella polar aunque, la que destella, chispeando en el cielo ensombrecido, es aquella, la más bella. Cariño, que eres esa forma tan infinita, que tienes dentro de ti, que lo irradias hacia fuera. Desde entonces, estoy yo, aparezco siendo escopeta y bala a la vez porque estallan al unísono. Escopeteada voy. Soy el dolor insonoro, sin color. Soy la luna que va latiendo en una soledad absoluta, y llena de perplejidad, que te observa desde la lejanía, enamorándose en una cercanía ilusa que se deshace al chocar contigo en la realidad. Cae, y cae deformándose, con los hilos deshilachados. Tanta abstractez habita en el después, que muero del revés. ¿No me ves? ¿Te cuestionas cómo es? Pues, un, dos y tres, descárgate mi poemario, lector, otra vez. Agárrame de la mano que me marcho, o me mancho de tu mirada hermosa. Tírame el anzuelo, que te engancho, y me engaño, y así nos enganchamos y así nos queremos, y así nos amamos.
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Colaterales, Óscar Preciado
Colaterales de Óscar Preciado (1996), su tercer poemario, es considerado, básicamente, una metáfora, es decir, el escritor personifica o compara un sentimiento, el enamoramiento, con un almendro, y sus ramificaciones son los sentimientos que van creciendo de la metáfora inicial y, por ende, son todas las sensaciones, que van de principio a fin, de las raíces hasta las ramas. A medida que avanza el poemario, el almendro va creciendo hasta morir, hasta caducar y, así, paralelamente con las emociones.
El poemario se divide en cinco fases en relación con el enamoramiento y todas sus facetas desde un inicio hasta su fin.
El «Tacto» es la primera etapa y es cómo brota este sentimiento hacia otra persona, que consiste en que dos seres queridos, pueden llegar a unirse sin incluso llegar a tocarse, sino sintiéndose mutuamente desde la distancia y a través de la imaginación.
En «Transfusiones» los breves textos son los rituales propios, únicos y mútuos del amor, es decir, aquel secreto que guardan dos personas en el acto de enamorarse. Se podría definir como los preámbulos, el antes de caer en el sentimiento ardiente.
«Perspicacia», la tercera etapa, es el enamoramiento en pleno auge y, además, el posteriori, pues la soledad va apareciendo sin querer, porque el yo-poético va sintiendo nostalgia sobre lo que pudo ser y no está siendo o se queda a medias. Entonces, es un durante con el sabor agridulce de la desesperanza, ya que uno sabe que la conexión con el otro ser va a acabar.
En la penúltima etapa, la de «Intersección» es el después de haber tenido una relación sentimental, espiritual y sexual con otro ser. Por tanto, es el desencanto, el desenamormiento, al desilusión… donde abundan el olvido y la soledad y, cómo no, el acto de rememorar el pasado, lo que fue, el recordar desde el corazón.
Y, en «Incertidumbre», ya la última etapa, abunda el recuerdo y, con este, el olvido, o el intento de ir olvidando, pues va habitando un vacío existencial. Así, aparecen todas las dudas y, sobre todo, el dolor y, finalmente, la aparición de la «obsolescencia», tal como dice en el último poema (Preciado, 2023, p. 119), pues es la caducidad de los sentimientos de entreambos, que han termiando llegando a su fin, ya que se desconectan por equis razones ya sean conocidas o desconocidas y, en definitiva, mueren.
Concluyendo, Colaterales es una expresión poética que transmite sentimientos de forma paralela, es decir la evolución desde cuando el poeta se enamora hasta la desilusión y, finalmente, el momento en que él acaba en una soledad muy palpable, recordando el pasado y comprendiendo que el sentimiento se ha cortado para siempre, marchitándose, ya que uno de los dos seres enamorados ya no siente hacia el otro, al igual que un almendro. Y, para ello, utiliza un léxico preciso, muy íntimo, es decir, el escritor usa términos adecuándolos a cada verso, en relación con el otro ser, ya que mutuamente comparten un lenguaje propio y particular de ambos.La desilusión
A parte de que ¿Te puedo escribir algo? aún está gratuito, me paso por aquí para pasearme un rato indefinido y largo, y divagar. Además, con el impulso hacia atrás, y unos cuantos intentos de no sé qué, cerrar algunos ciclos, o dividirlos sin quererlos. El caso es que después de tantos sucesos abstractos, no hay, eso, el hecho. Entonces, me pierdo y regreso y así continuamente. ¿Qué siente una al terminar algo? Quiero decir, el final todavía no lo he puesto, pues ¿Para qué? ¿Con qué finalidad? He culminado en una parte del fin. Ahora solo queda zanjar o borrar o quemar de una vez por todas el punto, el que, en teoría (le sobra la práctica) debería colocar allí, ¿Sabes?
¿Tú cómo cierras los lapsus? ¿De qué manera? Yo, quizás, con carencia de matices, o al revés. En estos días tan raros y oscuros y entristecidos y ennegrecidos y otoñales, casi, me voy queriendo. Son latidos, estallidos que se dedican a hacer eso, a estallar. Así que, bueno, si no sabes por donde empezar, comienza, y ya.
Este viernes, como los restantes, estoy un poco borrosa y odiosa y, reflexionando sobre lo descrito en un tiempo verbal pasado, me he percatado de que no sé cortar el hilo, ni finalizar el párrafo ni romper el vicio de que te quiero de pellizco en pellizco con mi corazón quebrado. ¿En algún momento se sanará? ¿Se armará de valor para deletrearte encima de tus labios lo mucho que te amo? Porque van pasando los días o las semanas y los meses y la cuenta atrás va sumándose daños descontándose, y ausentándose.
Pensé que había finiquitado, pero me vuelco en lo inexistente, en lo inevitable: la ilusión. Voy estando bien, pero llueve hacia dentro, tan lento.Me quiero, desde dentro
Voy tarde a la vida y, también, al acto de existir y de describirme. Porque, ¿Qué significa ser una, la que sea, estando inexistente? Un palpitar, un aletearse para acabar parándose siempre en el mismo, y mínimo, vaivén. Ven, ven y quédate. Agárrate, aférrate a mí, o al (otro) cora’. «Muñequita, muñequita», me dirá la mujercita. La del espejo me soltará, y holgada de autoestima sentenciará: «Has florecido, nena.» A posteriori la conciencia frunciendo el entrecejo, arrugando su alma bonita, suspirará con «Aún te falta un jardín por cuidar.» «¿Si le doy cariño, ternura y pasión se armará de florecillas?» Dudará la pregunta existente. Y, yo, literalmente, después de tantos agujeros y entre huecos ocultos y oscuros, me confirmaré mirándome de reojo: «Anna, ámate, riégate con todo el amor que tienes dentro.» Entonces, la sonrisa irá naciendo de la comisura de mis labios dejando el bombazo para el final, pero con mucho inicio; el precipicio que parece dar vértigo. Que, oye, tú huye, que eso de quererse es hermosamente doloroso. De lo entristecido va surgiendo el arte bonito. Pues eso, que ya me quiero, así, desde dentro.
El amor, y un poco de ron
El amor rima con dolor, ¿Por qué le tengo tanto temor? ¿Será cuestión de romper los hilos? Esos del pasado, y pegarse tres tiros, después de que estalle el petardo. Sigo aquí, como cada jueves, quiero decir, viernes, estancándome en mi vaivén. De hueco en hueco porque me ahueco y, adueño, de yo que se qué. Siempre que puedo pico el anzuelo, caigo, muero y me encierro. El bucle parece algo sempiterno y, tanto, que continúo aquí. La poesía, sus versos, fueron aniquilados por la escritora que se suicida una y otra vez entre los manchas ennegrecidas del cielo. Parece que va a flotar la última gota que saldrá a posteriori de de entre mis pestañas, pero aguanta. Está guardándose, ocultándose. Se refugia en la cueva oscura, aguantando. Que sí, que no me mires así. Léeme del revés, quizás comprendas que contando hasta el número tres, culmines en el mismo lugar que no tiene ni hogar.
¿Será que el amor propio es quererse a una misma a pesar de cada defecto? Aunque, quizás crearse con efecto es otro suceso, pero yo ya estoy tan cansada de los secundarios, pues me van haciendo daño. Se han acojonado en mi propia cara. Si me florezco o si me dejo de florecer o si, por contra, me obligo a crecer porque las circunstancias vitales me lo ponen en bandeja y de otra solución no queda…
¿Qué? Café.
Luego, y sin querer, saco la bandera roja que afloja y ahí se queda, plantada, pues la motaña rusa está tan alocada y girada y doblada, que acabo yendo a pata coja. Descuélgame esta, que me remata la conciencia y, de tantas cuestiones sin respuesta, el maldito vacío regresa. Yo ya no sé si dolor rima con amor, lo que sí siento es que todavía me aterra la idea de ser querida mucho y mal. Aunque con dos hielos y un poco de ron, quizás, se pasa mejor y el corazón en vez de quedarse atragantado en la garganta, se queda enganchado en el pulmón derecho para provocarte un una parada cardiorespiratoria y percatarte de un solo hecho: que aún le quiero mientras me voy queriendo.
Solo me apetece llorar
¿Con insomnio? Me enchufo a la música y empiezo a leer, comiéndome la literatura como si no hubiera un mañana, total, ya es de madrugada. ¿Y sabes qué? La nada está latente a rebosar de placeres y vaivenes y nubes grisáceas. La luna brillante, y en soledad, estará latiendo por allá, en algún lado, pero yo sigo aquí, con ojeras y sofocada, que me llegan hasta los tobillos. Será duro el atardecer, o el amanecer, ¿qué más da? Porque golpeará tristemente y yo lo miraré y este me observará enrojecido y me percataré del simple hecho: sonrío porque te quiero, y me duele reconocerlo. Me mata saberlo, pues la consciencia, y el corazón, a conjunto con la irracionalidad reconocible, están, siempre, a flor de piel que estallan a la vez dándome a entender que sí y que no, un jodido vaivén interminable. Tengo los miedos al otro lado de la esquina, que se van tirando por los precipicios de algo intangible. ¿El dolor quizás? Cuando se junta con mis pestañas casi a punto por humedecerse parece que habite en mí un mundo inmenso e infinito de sombras descoloridas y, entre matices, la duda se asoma y yo solo me largo para terminar en otro placer del revés. Píllalo, álzalo al vuelo y arrasa con aquello, pues la vida ya no está conmigo sino sin mí.
Chinchín
Bonito atardecer se ha quedado detrás de mis pestañas húmedas, y mi corazón que se desangra. El pasado, que se refleja en aquel tipo de latir roto, esta para recordarme que sigo entristecida. Coloco prefijos, desencajo sufijos. Pongo puntos suspensivos y comas y acentos, pero el final, el maldito fin es inexistente. Arraigada, armándome de valor, voy de capullo en capullo porque no me queda otra que florecer, que ser, pues dejarme, irme, está de más. ¿Sería buena opción? Supongo que es solo la primera de muchas, sí, el jodido acto de decidir por mí y culminar en la otra cara del fastidio y, así, continuar ahí, en el huequito. ¿Por qué escribo en diminutivo? ¿Para disminuir el estallido? Si la sensación del caerse, arrasarse y matarse en vida es tan profundo que duele igual.
Sencillamente, dentro de lo complicado, me pasaba por aquí para pasearme, y eso significa que voy a retroceder dos pasos parar hacer un salto y quererme en el otro precipicio de mi queridísimo vacío. Es tan hermoso… se descojona y me hace cosquillas a la vez. ¿Sabes qué? Acabo de perder todos los hilos, los he olvidado y, por consiguiente, me he deshilachado.
¿Brindamos esta? Pero por nuestra presencia, que es ausencia. Por nuestro misterioso acto honesto de rompernos a pedazos. La vida, a fin de cuentas, es algo redondo, un círculo, un vicio, un bucle que se va repitiendo. Un cúmulo de cuentas pendientes, que continuarán colgando del tendedero.
Al grano: me paso por esta hoja ya casi llena de palabrería, y brujería, para concienciarme de que la vida es completamente asquerosa y que, en cuanto antes lo asuma, mejor.
Otra noche más, quizás
¿Me he quedado sin texto, sin contexto o sin sentimiento? La sensación ronda por mi corazón y, el hecho es que, bueno, ha muerto un trecho de mí o de mi ser o del reflejo de la sombra ennegrecida que cada noche se plasma mejor en el espejo. ¿Cómo definir o describirme? ¿Y la forma? ¿En qué se queda? ¿En la absurdez de lo abstracto o entre la multitud a rebosar de soledad? Así que, vuelo. Esta vez, o la otra, yo qué sabré, me estampé tan fuerte que me convertí en una mujer estrellada, llena de lunares y vacía de lugares, y con muchísimas tiritas. De las cicatrices ni me hables, déjalas allá, que quedan bonitas. Escúchame: oye, luego huye, aún así ve quedándote y si, por casualidad o causalidad, te permites arañarte la locura y prescindir de la cordura, descúbreme en otro instante, pues eres de las mías. Estoy narrando cómo serían las personas si fuesen personas (humanas), es decir, estoy aquí, yo, para descifrarte y confirmarte que yo soy una de estas. Quédate, sí, quédate si realmente quieres quedarte porque eliges y te escoges sin tanto revuelo, porque, ya lo sabes ¿verdad? Que todos viven de ilusiones y anhelos, pero la vida es tan jodida que te va matando de honestas, y sinceras, realidades.
Suicidios ejemplares, Enrique Vila-Matas
Suicidios ejemplares de Enrique Vila-Matas contiene diez breves textos sobre la muerte. El propósito del escritor ha consistido en trazar un mapa geográfico moral sobre la muerte, justamente cuando uno ya se ha suicidado en vida, metafóricamente, y sigue vivo, tal como nos cuenta en el prólogo «Viajar, perder paises.» En todos los escritos aquel que se suicida siempre contiene su propio hueco, que acaba siendo la misma sensación si lo comparamos con los otros protagonistas y, además, es definido como un vacío existencial continuo.
Para empezar, por ejemplo, en «Muerte por saudade» el significado del término saudade es aquel momento en que uno tiene «la mirada fija en la línea del horizonte (…)» ya que es «(…) la única plenitud posible, la plenitud suicida.» O, si buscas tu pareja eléctrica, es que eres tu mismo, pero el del otro lado, tu reflejo. Ambos estáis sobreviviendo y la paradoja es que como el narrador está tan muerto de la risa, de tanto reírse, se ha muerto.
Seguidamente, encontramos a Rosa Schwartzer, quien sin querer vuelve a la vida aún estando muerta, es decir, que al abrir los ojos, sigue viviendo muerta dentro de la existencia vital. Incluso en «El arte de desaparecer» leemos, y apreciamos, lo que es sentirse completamente solo, como Anatol, quien se siente «extraviado», extranjero de este mundo y del suyo propio, pues un escritor que se oculta, y que siempre ha pasado por desapercibido porque, según él, aquello que escribe es algo privado, muy íntimo, aunque cuando llega el día de su jubilación acaba siendo descubierto, pero él, fiel a su forma de actuar y de pensar sentencia que «La obligación del autor es desaparecer.» Y así lo hace.
En «Las noches del iris negro» el protagonista decide, como los anteriores personajes, suicidarse. Por tanto, el suicidio, desde su perspectiva, es un acto lleno de serenidad y valentía. «La hora de los cansados» es un instante tan hermosamente roto, porque uno está agotado de la vida, solo por el hecho de existir, porque el escritor define esa hora como una en que «(…) en torno al siempre misterioso crepúsculo, esa hora vasta, solemne, grande como el espacio: una hora inmóvil que no está señalada en el cuadrante, y sin embargo es ligera como un suspiro, rápida como una mirada, la hora de los cansados.» Aunque, obviamente, los «cansados también somos unos sentimentales», define el que narra la historia. Los acontecimientos posteriores se suceden de forma interesante, ya que este persigue a un señor mayor, viejo, quien, curiosamente, al sentarse en un bar, saca una carpeta roja en que tiene escrito como título «Informe 1.763. Averiguaciones sobre las vidas de los otros. Histoias que no son mías.» También culmina en el suicidio.
Además, «Un invento muy práctico» es tan útil que sirve, a propósito, para matarse a uno antes de suicidarse. Esta invención es el acto de escribir cartas o de describirse a una misma. Todos estamos locos de una forma u otra y, para ello, acaba escribiendo una nota en la que narra que se va a suicidar, después de haber sacado de su interior toda la miseria. En «Me dicen que diga quien soy» hay dos personajes quienes dialogan entre sí, una conversación en que observamos que todos los artistas normalmente, por no decir siempre, distorsionan la realidad en sus obras. Uno de ellos se mata y, el otro, elige «hacerse cosquillas hasta morir.»
«Los amores que duran toda una vida» es tan triste como conmovedor, pero es todavía más triste, porque el amor de la narradora jamás fue uno correspondido, y le duele demasiado. En «El coleccionista de tempestades» habita un inventor quien creaba experimentos sobre el tiempo, y tanto probar, que culmina atrapado en la línea temporal e infinita de la muerte. Y «Pero no hagamos ya más literatura» es una carta suicida breve e intensa a la vez, pues la persona que la ha redactado, dice que al día siguiente se tirará a las vías del metro, un dictamen que no tiene solución.
En resumen, estos varios ejemplos son declaraciones, veredictos finales, con fin.
Querida, la otra yo
Queridísimo diario, ¿Me sale a cuenta esperar tantos días a alguien? Se rompen los años a añicos combinando con los daños. Le soplé tan intensamente a la esperanza, que se fue deshilachando hasta ahora: acaba de estornudar. La vida va de caerse, de derretirse y que el corazón se vaya, cosiéndose sin aguja. El mío hace ya hipotecas, aún ni empezadas, que se marchó. Estoy triste, ¿Tú no? Los planes cambian, con ello el rumbo. Después de cantar a los pájaros y contar los céntimos que tengo, y desencantarme, dejándome tirada, allá, enturbiada en la parte trasera de mi cabeza, me percato del otro hecho, que solo hay todo un techo y medio trecho: estuve desesperándome, despedazándome, ¿Sabes a quién echaba en falta? O de más… A mí, a mi ser interno, a mis florecillas marchitas, que son lágrimas de cristal arrasando los cielos, los suelos y los infiernos. Estamos enfermos: a veces queremos querernos o que nos vayan amando, apreciándonos. Al final, nos dejamos, y las caricias tan coléricas se transforman en algo monótono, moribundo y gris. Aunque de los cuadros translúcidos, despintados y coloreados de tonalidades ennegrecidas, saldrá la pincelada iluminada, la que se mata convirtiéndose en la estrella. Soy ella.
El portazo del amor
¿Cómo me digo adiós a mi misma? ¿De qué manera? ¿Dónde está el portazo? Hace daños que me di un porrazo, y vaya tortazo. Me quedé allá levitando en un quehacer del revés. «Quiéreme, Anna, que el espejo de donde vislumbro tu reflejo está hecho añicos.» ¿Será que ahora el impulso es hacia arriba? Ir subiendo escalones, galopando sin casi quererme, ahogándome un día más, un día menos ¿Qué más da? Simple, dicen. Yo solo voy sintiendo entre recovecos, huecos y lugares inéditos me recorro las carreteras de tres en tres y del revés. Me las como: las bocanadas de aire saben tan hermosamente machitas que duelen. Las espinas, las espinas. La sangre derramándose, como el café que tiré esta misma tarde. Mísera de mi propio precipicio. Quiero, quiero otro inicio. Me voy muriendo en el ciclo, el círuclo vicioso. ¿Será que tengo tanta hambre que engullo todos placeres? Será que luego salen por el agujero transparente, y tan translúcido que se suicidó repetidas veces. Maréame la perdiz, dejó de estar feliz. ¿Estado o sentimiento? Ocúltame la verdad, enamórate de la cruda realidad. Oye, concédeme este tristísimo baile, danza conmigo, si pudiese ser para siempre aunque sea un eterno y efímero segundo.
El antepenúltimo
Tres escopetazos, cuatro bombazos y otro latigazo. ¿Será el último? Quizás no. Y de un golpe en el corazón me quedo en blanco, pero como ya estoy tan acostumbrada a la miseria, a los huecos y a las nubes estrelladas que se desbocan, me da absolutamente igual y, por eso, ahí levito, rozando las puntas de los malditos recovecos, de mis preciosos precipicios. Estoy así.
Quiero quedarme
Me apetece tantísimo describirme otra vez, como aquel día durante el amanecer o el atardecer. El caso es que iba en bragas y con un moño a medio hacer, o por deshacerse. Ahora estoy recostada sobre mi pecho izquierdo, que late y late y no se calla, y quiere gritarse a él mismo que se silencie, si puede o quiere.
Ahora estoy aquí sentada con una vida aún por esclarecerse, o derrumbarse. Estoy saciada de tantas conjunciones. Es que son como errores ajenos, opuestos al incendio que quiero declarar, que quiero armar. Al final me agarro en aquel hilo invisible y derrapo y me estampo. Sello el dolor con otro lápiz de color.
Ahora me hundo en este sillón y la hora pide a garabatos ensuciados de segundos y sin pausa que me quede, que levite en un tiempo inmortal. Y sigo, pero el puntero de no sé qué me está arrancando de esta comodidad sin dueño, pues se adueña de mi ser para obligarme a levantarme e irme.
Ahora quiero dejar de caerme, pero después de tantas carencias, y creaciones editadas miles de veces), solo queda caerse y enorgullecerse de ello. Incluso ensalzarse en mis vidas (tengo varias facetas) y reírme a carcajada limpia, con alma y un instinto animal por querer quererme.Y si…
Si pudiésemos volar, abrir las alas y en vez de arrasar el suelo ir a ras del cielo con tu forma de quererme. Saltar, alcanzar las estrellas, y quedarnos estrellados, ambos ser un nosotros muy latente. Mirarte, embobarme en tus ojos. Te diría, si estuviésemos enfrente del mar, te diría «Tienes un mirar precioso. La luna se está enamorando de ti.» Luego pensaría, si te sentases aquí, que está tan solitaria, que somos la misma, compartimos soledad y una luz rara. Quizás, en otro ambiente, rescataría aquel cumplido, te observaría directamente y te lanzaría la declaración definitiva: que estoy enamorada de ti y que lo siento, lo siento tanto, y que te prometo que dejaré de quererte algún día… Justo en ese preciso instante me besarías, yo sonreiría y latiría con la cabeza contenta. Se caería el último pétalo de la rosa ennegrecida, y sanaría.
¿Cómo perder el tiempo?
Tan sencillo como ir a comerse las bocanadas de aire en el mar, observar el horizonte y creerse que todo está bien. Por un instante, aunque sea efímero, lo es, pues vas creándote en un vaivén sereno y es el más bonito, y sano. Perder el tiempo consiste en perderse a una también, o creer que estás perdiéndote. Solo necesitas abrir los ojos otra vez, agarrar la perdiz, dejarla que vuela más allá del cielo, arrasando las nubes de algodón, y volar, o ir volando.
Hacía tantos días que me sentía de aquella forma, no sé cuál, simplemente estaba más que era. La verdad es que hay veces que ni te percatas de que estás siendo en un gerundio sempiterno, brillando al lado contrario de las montañas.
Y, oye, ¿Cómo se siente ir perdiendo tanto el tiempo? Calcúlame los segundos, luego ya hablamos o nos ponemos a contarnos cuentos, de aquellos que están a rebosar de mentiras eternas, pero infinitas. ¿Cuando éramos niños qué? Pues nada, y con todo ello, perdíamos tanto el tiempo, invirtiendo en un nosotros con una amplia sonrisa.
Pero aquí sigo, perdiéndome en mí: es un acto de valentía muy hermoso, ¿O no? Porque mientras te caes en picado y verticalmente, al cabo de varios daños, te das cuenta de las alarmas, y de tus cuentas pendintes contigo misma. Así que, bueno, no sé qué será ni cómo, solo siento que voy viviendo al son de mi corazón.
¿Ahora? Un nuevo punto, y seguido, y a seguir perdiendo el tiempo.
La colección
¿Qué va a salir de ahí? Una flor bien marchita. Se va colocando en el otro vaivén: el hueco deshauciado. Estamos, ambos, con las nubes grisáceas aún ennegreciéndose más. Duele, mata; la bala arrasa. Déjala bailar(se), déjala que va a volar… decían. Un vacío añadido a mi colección de corazones partidos. No sé, estoy lo siguiente de nublada. Lo siento, ahí, tan adentro, y me desentiendo. Ya lloré… anoche durante la madrugada… Se hizo larga. ¿Y para qué? ¿Por qué todo esto? ¿Hacia dónde voy con ese latir tan intensamente roto? Dímelo tú, por favor, y dame el placer de cerrar la puerta y todas las ventanas cuando te vayas después de matarme el cora’.
Acto de florecer
¿Sabes qué es la vida? Estar cansada, ir agotada. Dejarse la piel, sacarse la escarcha y que surja la mala racha, que se vaya, pero de marcha. Voy tirada: me quedo en el borde de la costura, y me coso mientras de las costillas se desangran las otras vidas. Ahora tú, mañana me caigo. Derrapo entre distintos bucles ¿Soy el vaivén? Alcanzaré el siguiente tren que al llegar hacía ya muchas décadas que se fugó. ¿Huyó o oyó? ¿El qué? La cáscara del huevo del pájaro que cantaba el bucle agudo, inaudito, tosía a lágrima muerta. Llovía en mi cabeza, la pieza rota y hueca al final terminó, porque dejó de quererse con tanto impulso, y ansias, que se provocó el propio acto de florecer y caer y caer y caer. Derrapar, y caer, esta vez, del maldito revés.
¿En qué consiste quererse?
En caerse continuamente sin querer, en tirarse por el precipicio de tu corazón y estallar, o estrellarse, en la penúltima coma del párrafo.
Quererse, o deshabituarse para regresar con un impulso desde el revés, es eso. Tiempo atrás, por no decir años, estuve estancada, atragantándome siempre en el final que fue otro inicio, porque hay veces, y ya.
Entonces, un momento en cualquier día esporádico de tu vida, la cabeza, la tuya, hace un click y no una sola vez, sino varias hasta que el click estalla de una forma abstractamente tan fuerte, tan arraigada y al mismo tiempo alejada de ti, que sellas el punto final de tu etapa pasada.
Estás en otro quehacer, en un nuevo tiempo inédito.
Y en esto, justamente, consiste quererse: en dejar de quererse. Hemos creído, o nos han hecho creer, que quererse es querer quererse, y no. ¿Cuántos intentos hice por querer quererme y al final culminé desocupándome (de mí)? Necesitas clicks en tu vida, que tu mente haga un tabula rasa, arrase y se reinicie.
Sé que es complicado, que cuesta arriba, pero cree en ti. Y créetelo mirando hacia atrás para aprender cómo eras y cómo quieres seguir siendo o querrías llegar a ser. Consiste en dejar, mejorar o iniciar.
Por ejemplo, gracias a la escritura, hubo un texto que decidí leerlo, después de haberlo escrito hacía meses. No fue el hecho de leerlo sino de analizarlo y, por consiguiente, verme a mí en un pasado. Y, oye, se sentía mal, fatal, pero el acto de haberme descrito y poder haberme comprendido en mi yo-poético antiguo hizo un minúsculo click aquí, en mi corazón: estaba empatizando con la Anna del ayer.
Cuando me miré en el espejo dejé de ver reflejos y empecé a verme a mí y, aunque tenía aún muchos clarobscuros, pude alimentarme de una sensación tan simple que me inicié en la honestidad conmigo.
Paulatinamente, a ras del reloj, dejé hundirme en mis propios textos: estaba comprendiéndome. Estaba entendiendo a un yo que jamás se puso a leerse entre líneas. Se sintió bien, por eso, a día de hoy, sigo haciéndolo…
Me raspo las rodillas, me rasgo las costillas, ahondo en mis líneas descosidas y las deshilacho aún más, porque a garabatos y con saltos directos al vacío, regreso todavía siendo otra. Me encanta.
A pesar de todo, el amor…
A pesar de todo, el amor, ¿Qué es? ¿Se comerá a bocanadas de aire? La nada… ¿Se construye con un cúmulo de vacíos inéditos? ¿Se envía a través de aviones de papel? ¿Viaja y desemboca tirándose de cabeza al océano? El mar, de dudas, se lo comerá con sus sombras oscurecidas, de un tono de azul arrugado. Después de la pregunta, aparecen -a borbotones y de forma dispersa e impar- las demás, que son eso: las restantes, las que sobran pero aguantan. Se sostienen en aquel agujero que hace equilibrismo con otros huecos. Se mantienen entre ambas cuerdas. A posteriori van viniendo las verdades, que brotan a escopetazos. Los balazos han dado en los dos clavos exactos. Y no, no se saca uno con el otro, pues se ha clavado tan adentro que muerdo el hierro y me convierto en polvo. Tiempo atrás estallé y vovleré a explotar. Soy una chispa que con colocarse cerca del fuego se incendia la hoguera. Aunque siempre fría por fuera. Los astros, si escribo de ella, la estrella más bella; ha muerto unas siete o trece o veinticinco veces. Dará lo mismo. Y punto final. Casi.
Otra forma de suicidio
Querido diario, me estoy perdiendo de una forma tan descomunal, tan extraña, que muero una y otra y otra vez. No puedo más. Estoy agotada. Cansada de vivir y de la vida y de todo lo que rodea a esta. Y me quiero suicidar o, escribiéndolo de manera más sutil, quiero desaparecer. ¿Irme? ¿Pero a dónde? ¿Esa sería la solución a todos mis problemas?
Siempre, la mayoría de gente, que son chusma, porque la sociedad se los ha comido, para luego vomitarlos ya transformados en aquello inútil, superficial, dicen, dicen quiérete. Y yo les respondo con otra asquerosa cuestión: ¿Cómo?
Explicádmelo de una jodida vez. Estoy hartada, saciada de tanta soledad que solo quiero partirme, o dividirme, el corazón. Provocar su estallido así, de repente, y ya.
Perdóname, sí, por ser tan directa, tan precisa, tan concisa. Y poco perspicaz. Ya que estamos: gracias. No sé, yo te lo suelto y ya si eso, ¿No?
Debería hacer… tengo tantas cosas pendientes, entre ellas ir queriéndome que solo sé romperme mientras voy descendiendo por las calles. ¿Me explico? Mientras mis pedazos de mi jodidísimo vacío, cada vez más pequeños, más diminutos, van chocando entre ellos y, luego, luego se mueren más. Se agujerean aún más, si cabe posibilidad alguna.
Quiero paz y amor y salud. ¿Eso existe? ¿Esas tres sustancias abstractas pueden existir al unísono? Ni puta idea, tampoco tengo ganas, pero estoy hasta el coño. Sí. Así que, bueno, ahí sigo, levitando entre la cuerda que se tensa y, yo, que me aflojo a lágrima viva, y seca, muy seca.
Si no entiendes por dónde voy, simplemente quédate ahí, conmigo, en el suelo. Siéntate a mi lado mientras me ves caer, y léeme. O, bueno, enciéndete un cigarrillo. No, no lo quiero, fúmatelo tú, porque yo ya me fumé mi jodida vida tiempo atrás y por eso me he convertido en un agujero de donde cuelgan otros vacíos tan huecos. ¿Sabes? Necesito a alguien, o algo, si existiese, que me escuchase, y ya, aún sin comprenderme. Que me mirase a los ojos, ¿Los ves? Llenos de destellos sin esperanza, se van deshaciendo… se marchan, machacados por todo el peso que todavía siento dentro. Ya marchitada, solo queda florecer, ser. Pero, ¿Para qué? Para descender otra vez, y otra y otra y otra. Joder, que la marea me marea. Soy yo la ola colérica, por eso ese vaivén en constante movimiento circular, en un bucle que solo hace que derribar toda la miseria interna. De espejo a reflejo, me dejo la cadencia en otro charco, que se ennegrece. Ahora, me transformo en la nube grisácea, y créeme, es una explosión que detesto.
El amor,
¿Para qué?
¡Hey!
¿Ya conoces mis libros autopublicados? Si te interesa, ¡sigue leyendo!
Mañana Aurora estará gratuito… ¿Te unes a la locura?
Y a continuación mis otros dos libros: el poemario ¿Te puedo escribir algo? y Descendent, una novela paranormal.
Pd. Gracias por leerme, ¿Te animas a que yo te lea? Déjame en comentarios tus obras literarias, ¿Te unes al caos?
Una noche rota
Entonces, tu vida, alrededor tuyo, va dando giros, vueltas en ella misma. Y te mareas, aleteas y, justo, caes en tu jodido hueco. Se te ha roto algo, el corazón, porque mientras observas a tu hermana, estallas. Empatizando, preocupada no por el qué sino por cómo ella afrontará la situación. Vaya suceso, puto agujero negro.
Porque se divide mentalmente en mil pensamientos que van en círculo, en bucle. Porque se ha partido en dos, ahora es dominada por la depresión, que se personifica en su cuerpo, animalizándola durante unos escasos pero intensos minutos.
Es tu reflejo, ahora sois la misma. Comprendes, y te gustaría tomarte un café enfrente suyo y decirle que tranquila que esto pasará, pero no pasa. La miras, la observas y te echas a su lado. Ahí, en su miseria. Vaya maneras, y qué forma -abstracta-, cómo se enciende, qué malditas las garras del monstruo.
Te vas deshaciendo al vaivén de cómo ella va muriéndose internamente. Sientes, demasiado, entre todas esas mierdas, compasión y cariño y amor. Sabes que, en unos días, o todo descenderá o será un desencadenamiento de acciones marchitas.
Tengo miedo.El texto ya no es raro
Hay instantes que pierdo los días y me pierdo aún más y pierdo la cuenta y la cabeza, y también el tiempo. Me descuento de más. Paseo desorientándome, porque los pies los coloco mal, quiero decir, uno delante del otro y entonces me tropiezo. Son tropiezos, para otros, y ya, pero para mí es un aprendizaje hacia abajo, del revés. O algo así. Me cuestiono, o dejo de preguntarme. Luego vivo. Alcanzo, llego al logro y sigo. Porque todo consiste en eso, en ir y venir e ir y seguir. Continuar tu propio rumbo hacia el pedestal y al subirte en él, que se rompa debajo de tus pies para acabar en tus propios pies, en el mismo suelo donde comenzaste a subir y a subir escalones y a subir y a subir y a seguir subiendo. Estoy aquí, escribiéndome. No sé, no lo sé. No sé si es algo placentero o algo triste o algo bonito. Quizás algo raro, fuera de mi ser interno porque, porque, porque, yo siento que me estoy queriendo.
O el desamor
¿Alguien me explica qué es el amor?
Al vaivén del desamor
¿La verdad? Siento que me he desenamorado de ti, siento que se han caído todas las ilusiones. Me siento culpable. He intentado volver a construir, reparar, meter los «te quiero» en el corazón, y solo caben en aquel rincón, metidos, todos, dentro de un cajón. Y ya no puedo más. A causa de ello me estoy rompiendo a pedazos cada vez más diminutos. Soy la tristeza personificada. Voy bailando con ella al son del desamor.
Y, me cuestiono, ¿Qué es el amor? ¿Para qué querernos? ¿Por qué nos amamos? Siento que ya no siento. La nada, tabula rasa. Un vacío, y otro y otro y otro y se van juntando y a pesar de tantos lloro internamente. La sequía, cada noche, se manifiesta. Créeme, me voy a crear, pero a va ser sin ti porque he dejado de quererte.
(Des)dibujándome
Estuve tantos minutos -míseros- sin prestarme, sin echarme atención que culminé en la creación sin canción. Entonces, recreo, rememoro. Punto y final con final. He sentido que te he querido tanto que me merezco un tipo de amor distinto. Ya no quiero ni tus caricias, ni tus palabras ni tampoco tus mentiras endulzadas de sobredosis aromática, y romántica. Me quisiste tan raramente, una dulzura fría, congelada. Porque creí que estabas llevándome a casa, y se ve, deduzco porque sí, porque he visto en mí, que jamás seremos hogar. El atardecer más caluroso, y hermoso, siempre comenzará aquí, en mi latir. Inicialmente respiro. Salgo a la superficie: ya dejé de ser la brubuja que flota como puede, como surja, y sobrevive porque ya no se sabe derretir en el otro lado de la ceniza en ruinas. Estallé. Ahora estoy fusionada, quiero decir, realidad y verdad dejaron de mirarse en el espejo vacilándose, pues no son reflejos sino destellos, son sinceros chispazos de un brillo racional, y descomunal. Lo denominado como que me convertí, al fin, en algo brutal. Estoy animalizada. A cachos -charcos metalizados- de hipérboles regreso en mi ser y, en vez de caer, camino sabiendo seducirme comprendiendo los pasos que voy haciendo. Y, y, me quiero. Sí, lo estoy sintiendo, ese acto tan hermosamente personificado en la flor de la pupila, de mi vida.
¿Hacia dónde latimos?
¿Hacia dónde latimos? O mejor escrito: ¿Desde dónde latimos? Me voy pegando tres o siete o diez tiros y, tanto, que llego tarde a mis otros seres latentes. Los vaivenes, ¿Qué son? ¿Qué son? ¿Quehaceres o…? Me quiero perder en abundancia que culmino en la escasez y con una breve lucidez. Deslumbra que estalla, y ya. Los árboles están tan llenos agudos estos días primaverales, y en mi corazón bailan las mariposas, que sus tallos y ramas y hojas -inéditas- se resquebrajan. Es invierno aún, parece otra forma de infierno. Estamos -mi sombra y mi pensar- al costado de un parque deforme. La puerta se ha (en)cerrado en su propio ser. Se acabaron los cuentos de hadas, los fuegos artificiales y, con ello, las navidades. Todas. Solo queda la soledad, hacerse amiga, de ella. ¿Entiendes? Enciéndeme esta, y las siguientes porque se me apagan las velas, se me apagan, se me apagan… y todavía se arrastran. Van muertas, aguantándose las ganas (de seguir brillando). Y cuando comiencen a llorar, a sanar la jodida ceniza, ¿Te acuerdas? A posteriori, habitará aquí. La bruma en la que me he convertido. Así voy: meditando, entrando y saliendo. Soy la personificación del humo: me corro, o corro, a trompicones, que se me atragantan entre el pasado y el futuro. Quiero ser presente, pero sin querer, y queriéndome, soy la herida abriéndose, destruyéndose porque sí porque ya no sabe cómo ni hacia dónde latir.
Arte (im)perfecto
Quiero ser un arte perfecto para ti,
pero no lo soy,
porque estoy rota
y tengo heridas de guerra
sin tregua.
Muchas ojeras,
centenares de problemas
internos,
aún así,
me bebo los deseos,
a sorbos
o a bocanadas de aire.
Solo quiero volar
contigo aquí
a mi lado.
¿Para qué existimos? ¿Con qué finalidad?
Existimos y ya, ¿No? Así, latiendo de forma inerte en un vaivén de quehaceres que se quedan en ir diciendo y no haciendo. Voy recorriendo los amaneceres, recubriéndome de las nubes de algodón. Me corto aún más las cicatrices, profundizando en un verso interminable, o fugaz. Me regocijo, dirán. ¿Quiénes? Las voces de mi cabeza del pasado, aquel tan puntiagudo.
El otro día paseé entre esos pliegues donde sangran mis recovecos -los muertos-. Entonces fui cuestionándome, allá, en un plural imperfecto, ¿O plusquamperfecto? Espera, me pierdo. Me ensanché de una tristeza alcanzable, demasiado palpable. Sonreí, ¿O se rio de mí ella? Se sació, tal vez, de mi monstruo inédito. O de mi manuscrito ya ido y hueco y dividido. ¿Partido o marchito? Ambos al unísono sordo.
¿Y latimos? Quiero decir, ¿Volamos por algo? ¿Volamos hacia alguien? Deberíamos, si pudiésemos, volar desde dentro hasta nuestro ser que bombardea, que estalla, para culminar en la explosión contínua de flores abriéndose, dejándose brillar. Siendo más que existiendo. Anque, si estás, pasa por tus propios intríngulis y quédate un tiempo inexistente. Quédate dejándote caer porque el acto de crecer tiene formas y facetas tan abstractas de florecer… Ve sintiéndote, existe como sepas, ya te convertirás en mariposa luego. Ahora, en estos días sempiternos, fluye, arrastrate como un gusano. O dos o tres. Total, ya has muerto como dos veces, no te va de matarte una tercera, ¿O sí?
La realidad, una estrella fugaz
¿Feliz día nuevo? ¿O feliz vida? Dejé de tirarme por el agujero desde aquel precipicio tan bajo. Porque solo consistía en descender un mísero escalón para que me dejase de dar el bajón y acabar viendo los momentos con otro tipo de colocón, sí, el que te deja cuerdo, así, del revés, pero del derecho. Desistí, ¿O me derretí? Será, quizás, otro tipo de latir, de seguir, de sentir. La felicidad va pasando, paseándose de forma indecisa e imprecisa, por las casas. Dejaron de ser hogareñas para transformarse en hogares. Créeme cuando las mariposas, sin estar -ni ser- primavera, aletean aún, chocando entre ellas a causa del vaivén rizado del viento. Yo quiero ser aire, personificarme en su propio poema y convertirme en la breve, y escasa, libertad. Estaba rota siendo otra. Aquella, quemarme en ella, quiero decir, la del reflejo del espejo herido, ido, hueco…, que se brutalizó, así, impersonalmente, como quien no quiso la cosa, o como quien la deseó tanto que rompió el último pedazo esperanzado. Se quedó levitando mientras se cuestionaba lo incuestionable… Tantas dudas, abundando, llenando el estómago ansioso y, además, agregándole una pizca de sueños inéditos a rebosar de deseos jamás cumplidos. ¿Cuántos daños llevas ya permitidos? Doblando las esquinas del papel y cruzando las calles; se caen, se caen y, finalmente, se rompen estampándose con la ilusión. ¿La realidad? Fue tan estrella fugaz…