¿O somos traidores de almas? ¿Quiénes somos realmente?
Seguramente aquellos seres expertos en ir destruyendo mentes, y corazones. Es nuestro arte innato ir rompiendo, ir deshaciendo, y así sin parar. Para, bueno, seguir desencajando las piezas de otros (también seres humanos, o no) y las de nosotros mismos. Es lo único que sabemos hacer: sentirnos extrañamente cómodos en el desastre, en el caos e ir saltando de estallido en estallido. Odiamos, y mucho.
¿Por qué odiamos? ¿Para qué? ¿De dónde nace ese odio tan inmenso?
Por mala suerte, surge de nuestro ser interno, de aquello que no aceptamos, del acto de desamarnos, del hecho de no querernos.
A causa de los latidos que jamás palpitaron, que no brillaron, de esa llama ya apagada nace nuestro llanto -silencioso o desgarrador-.
Y es muy desolador, ¿No? ¿Porque no aprenrdemos a observar, a escuchar, a aceptar y a brillar con otros en vez de contra ellos? Al final, amamos porque aceptamos tal y como son los ajenos y porque nos estamos apreciando, es decir, queremos nuestro arte, nuestro dolor, así, en su espléndida esencia.
Ojalá dejar de ser pobre de corazón. Carecemos de amor, es verdad, ¿Pero por qué no intentamos accionarnos desde el cariño, desde el aprecio?
Sacar la depresión que está incrustrada, enganchada, e ir brindando amaneceres. Así el mundo sería un lugar más bonito, aunque sigan habitando desgracias. Así los humanos seríamos más humanos y menos autómatas.
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