Camino descalza por la casa mientras pienso qué escribirte, y cojo dos hojas en blanco para herirme. Dejo soltar balazos, me disparaste, fue un disparate, me estrellaste.
Eres un sastre, desorientándome las palabras, sanándolas con tus versos enteros, completos. No sé como podré compensarte, tal vez besarte. Me ausento, ya no me veo. Respiro tu aliento, muero. Y sonrío, porque tú sonríes, porque se me escapa sin querer, tú eres el culpable al hacer mis sueños renacer.
Me he enamorado de tu ser, que en cada amanecer vuelvo a caer. Eres puro veneno, no el que envenena, sino el que enferma hasta sanar mi alma. Déjate amar, déjame que te ame, ámame.
No me des alas, si después vas a cortármelas, lo siento, no quiero sufrir más.
Llantos sordos, sinceros en todos los inviernos, muertos, como anhelos nunca conseguidos. Te necesito aquí a mi lado, para poder revivir. No me odies, ahora que estoy empezando a sentir, dentro de mí, que estás aquí, aunque sea solo ausencia.
Perdóname, no quiero fingir más, voy a luchar, no sé cómo, no sé nada de amar. Y es que el miedo oscurece mi persona interna, entiéndeme.
Te he soñado tantas veces, perdóname otra vez. Y es que no se puede elegir, excepto el huir. Una cobarde fui, pero ¿qué? ¿Me dejarías otra oportunidad?
Me gustaría leer tus versos, que me los cantes a besos.
16 de septiembre
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