Comunicar, comunicarse, comunicarme con mi ser interno. Siempre, mediante las palabras, a través de la escritura creativa. ¿Llega el mensaje? Mi mensaje, quiero decir, la señal. ¿Cuál? Está ahí parpadeando. La chispa fundiéndose. ¿Sabes qué? Que hace tiempo atrás, días quizás, me comí las heridas, muriendo en los parques. Los sucesos se han deshecho enteros.
Volviendo, regreso al viento que es de otro color, otro tiempo. Matices y cicatrices. Quiéreme. Y quiero, cuando me observo en el espejo, no querer sino quererme. Y punto, y seguido. O puntos suspensivos. Pasa, ¿Sabes? Pasa mucho que la vida se pasa de moda. Y yo soy una chatarra antigua. Soy chiquilla chamuscada, atrasada, como de las épocas viejas. Soy la ambigüedad personificada. La rotura al borde del corazón. Descosida voy, e incomunicada conmigo, pues sucede que sigo sin saber quien soy. A veces me digo que escribo y yo al escribirme me convierto en escritora. Un instante, dos. Hay tantas facetas como días distintos. Vaya desconcierto.
Y cuestiono, así, en el aire: ¿ Te comunicas? Yo lo estoy haciendo. ¿El problema? Que soy arma y víctima, que hay un muro alto y espeso entre el yo y mi yo-poético. Entre alma y espejo. Cierto reflejo, me hablas, pero hay interferencias. Las pongo yo, quemándome, rompiendo el juego comunicativo. Quebrando el hilo telefónico, mordiendo el verbo, haciéndome la sorda.
En realidad oigo, pero no me escucho. Comunicarse con uno mismo, ¿Eso qué es? ¿Se siente?
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