Estaban sentados en el césped, solos, en su propia burbuja de purpurina sin brújula.
-Tus ojos son bonitos.
-Ya claro, y eso también se lo dices a otras…
-¿A qué otras?
-Se lo dijiste a mi amiga, hace tiempo. Me dijo que se lo dijiste.
-Mírame a los ojos y dime en quien confías, si en ella o en mí.
Y con su alma floreciendo respondió sin titubear, sin pensarlo ni una fracción de segundo.
-En ti.
-Entonces créeme cuando te digo que tus ojos son bonitos, que toda tú eres bella.
-Mis ojos son normales, porque son marrones. Y yo no soy bonita.
-No niegues la evidencia, ¿de acuerdo? Tus ojos son una mezcla entre color almendra y verde.
-¿Ah sí?
Se sorprendió ella misma, juró que jamás los había mirado con tanto detenimiento y, ¿para qué?
Cuando llegó a casa, después de discutir con él, se miró al espejo, más específicamente sus ojos. A la mañana siguiente se los volvió a mirar y, vio un brillo distinto. No de alegría, sino de tristeza. De repente llamaron a la puerta, a la de su habitación. No pudo contener las lágrimas cuando alguien, porque por culpa de estas veía borroso, entró y la abrazó. Y ya jamás pudo desprenderse de aquel olor, de aquel tacto. De aquel sentimiento.
– 13 de Diciembre del 2017
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