Aquella estrella

La nube grisácea, late pálida, de donde le van naciendo alas encarceladas, entrelazadas. Se enrollan, o se enredan, entre ellas. Otro tipo de vuelo, de aleteo y de arrasar a ras del cielo. ¿Cómo una puede derrapar sin parar? Es que la muletilla está tan presente. Se palpa, se palpitó y se marchó. Transparentemente me revuelco entre el barro. Ah, ¿Que no te lo dije? Hace ya varios instantes, inéditos e inertes, que caí. Por eso estoy así.

¿Cómo? ¿Por qué preguntas? Se me escapan de las manos, las dudas, escribo. Regreso a la puerta de atrás, por donde empezó la ruina, y la rutina. ¿Sabes qué es fingirse? ¿Y fingir? A mí me van doliendo los dedos de los pies, y el corazón. Sí, de tantos intentos por querer quererme. Si es que (otro pretexto absurdo) culmino del revés. Un, dos, tres y procede -la mujer- a caerse indirectamente.

¿El alma está en el pecho derecho? ¿Se encuentra o más bien se pierde? ¿Cuándo? ¿En qué espacio atemporal? En el de la muerte del otro universo impropio; un pronombre muy suyo. La vida, entonces, va pasando y, paseándose en aquel «no sé». ¿Y tú qué? ¿Qué miras? Espejo roto, que te observo desde aquel reflejo. La sombra, como siempre, oculta en sus ensombrecidos… qué pícara. Le encanta eso de la inexactitud, las curvas rectilíneas, las noches primaverales y, sobre todo, la luna estrellada en su soledad.

Yo soy ella, y qué gustazo.


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