Etiqueta: breve texto

  • La diana soy yo

    Cansada, desesperada de tantos escopetazos, de todos los balazos por y para encajar en un golpe, o varios, ya insostenibles y muy sospechados, aunque totalmente desechados. Me apatecía quedarme, allá, en el borde de la orilla, apreciar la ola enloquecida, convertirme en ella y llenarme entera de arena para luego vaciarme. Quiero armarme sin tantas erres y sin ser la que siempre va errando. Y, oye, ¿Me escuchas? ¿Me hueles? A mí me dueles y, ahora, ya ni me sostiene la ira. La tremenda y gigante herida parece que se cicatriza, pero con tanta sal pica. Arrasé en el muelle mientras llueve. Quizás, de un «zás» me caigo queriendo. ¿El suspiró se quedará atrás o se quedará conmigo? Posiblemente se ensangrentará: las costillas te escocerán, ya que habrán chocado en el cielo del suelo, la profundidad enfermiza del agua del mar. Los diminutos agujeros (ahora perfiero dejar aparcados los diminutivos, me sangran los pelillos de las orejas…) El caso es que los agujeritos de mis ensombrecidas ojeras se asoman de una forma abstractamente gradual y también en desigual. Está mal estar bien, según la percepción de mí misma. A pesar de todo, rompo el tacón, abro el telón y enciendo la televisión del año del dos mil veintidós: espera, ya llego, que aparezco y, en un par de toques ajenos, que son los polvos mágicos, sí, ¿No me pillas? Las pastillitas de cuando ni dormir podías. Bueno, resulta que te has quedado sin casa, vas divina del asco. Y con tu cara dura, te da el subidón después de tanta cafeína. Sigue sonriendo tristemente a tu nube dela izquierda, la de la esquina, la rota, la negativa. Pégate bien la tirita que tienes la sonrisa ensombrecida. A conjunto, con tanto cuadro pintado a garabatos enturbiados -grises y muy blancos-, los demás, los restantes, se quedaron en el otro banco fotografiándote. Eres la reina del baile de tu propia telenovela, pequeña y bien escueta, y ellos son el blanco perfecto.

  • De metáforas, va la cosa

    ¿Será esa ya la última vez de todas las próximas inercias? Esas donde en cada una de ellas me caigo solo porque quiero, sin percatarme, aletear tan alto que culmino arrasando el suelo. Cada recoveco es un pequeño, pero intenso, placer más. Me muero, ¿O creo hacerlo? Mordí tu anzuelo, aunque tranquilo, ya me quito del medio para así enterrar el diablo que me canta continuamente dentro de mi alma: «le quieres y no sanas». Luego de tantas pausas, aparezco yo, metafóricamente hablando -o narrando-, salgo de mi cubículo, dejo que sangre la herida, provoco el estallido y, entonces mi arte maldito y ennegrecido surge. Soy la bala amarga o la enjaulada o la fastidiada. El caso es que ya cogí el escopetazo. Soy la diablilla que salta sin parar y entra aún más en su propia burbujilla. A posteriori de que exploten las mariposillas, qué pícaras, va y me pillas quedándote enrojecida, permaneciando contentilla. Sin querer derrapa la ilusión hasta enfriarse entera que cuando se rompe revienta en varios pedazos y nos recuerda a todos que hay que tocar de cabeza al suelo para abrírsela y acabar comprendiendo que hay que ir huyendo del surrealismo y estar, aunque duela, en la jodida realidad. Puntualizar, puntuar, colocar los acentos correctamente y borrar los dos puntos que sobran de los suspensivos. Dejarse de tantos suspiros y milagros incomprendidos. Es hora de suprimirse las desgracias y apreciar las sombras más oscurecidas.

  • La última cicatriz

    Justo en este preciso instante me ubico en ese limbo: si te sigo esperando o si me voy yendo. Solo se trata de tomar una decisión, de perderme aún más. Esta mañana rocé el cielo con la yema de mis dedos y caí descendiendo del derecho, quizás. Se está bien, pero aspiro a más, me quiero alcanzar ya que tú no sabes… Después, las mariposas, que iban arrasando la cólera, así, nerviosas enloquecieron todas. ¿Sabes? De tanto sonrojarse, pues estallaron porque se estamparon con la ilusión. Mucha perdición, y las perdices…, que acabaron comiéndose entre ellas en una tristeza profunda. Déjame decirte, tal vez, describirme o definirme, que soy aquella, la última cicatriz.

  • Mi hogar es este texto, y los demás

    Veo los números, aquí, que me van repiqueteando la cabeza, cuestionándome qué carajos plasmar. Entre cartas huecas, borradores sin ideas y frases inéditas, empiezo, pongo un pie detrás de otro, me recoloco, colocándome de la forma más correcta posible y, bueno, me caigo, aunque comprometiéndome. Qué gran novedad, ¿Verdad? Antes, hace escasos minutos atrás, ¿Me describí, quizás? ¿O escribí? Un popurrí, eso sí. Espera, dame diez segundos que recupero el domingo de hoy, momento en el que me encuentro (habla el reflejo de mi espejo). ¿O era al revés? El caso es que ya llevo dos minutos, y se van solapando las tristísimas horas, aunque un poco dicharacheras. Me vibra el ojo derecho, me pica la costilla izquierda, justamente la del medio. Me rindo: no sé escribir si tengo un pretexto, algo ya preestablecido. Así que resisto. ¿Esto no era un lugar seguro para redactar? Nada, aquí oculto mis sandeces y, oye, gracias por estar leyéndome. Manifiesto, definitivamente, que el texto escueto, la imprecisión, una gigantesca impresión y la caótica imperfección…, son algunas de las características de mis cosquillas: las mariposillas ya sueltas. En resumen, si se pudiese precisar algo, que entre palabras es donde me siento en libertad  para poder narrar mientras voy sintiendo. Si me permites, te concedo este baile.

  • Arráncame la hoja

    Y lo siento, lo siento tanto por absolutamente todo: por ser yo, por no serlo, por enamorarme sin querer y romperte y, al unísono, estrellarnos, de donde las siete puntas raspan hasta escocer(nos) a los dos. He dejado de llorar, ahora solo me van cayendo lágrimas secas, muy internas y espesas, hacia dentro, porque te sigo queriendo y, entonces, me muero, me muero mucho. También he dejado a un lado la acción de ir tirando flechas porque el flechazo acabó directo en tu regazo, me tienes comiendo de tu mano, solo si tú quieres, pero resulta que aún no me quieres. Se ve que me impulsas a morderme las entrañas, a arrancarme las pestañas y a sacarme del fuego, yo sola, las castañas. Estoy así, tan solitaria, y rota… que ni te percatas y si lo hicieses, si me observases entre líneas que, mírate tú, están borrosas y casi borradas, ensangrentadas, quizás me sabrías leer. ¿Acaso soy un libro cerrado? Será que me encierro tanto que soy fácil de describirme. Tal como dijiste: «Soy predecible.» Joder, si lo soy tanto como tú me hiciste saber: ¿Por qué no me arrancas la maldita hoja del desamor, del dolor a conjunto con el amor? ¿Por qué no te acercas, así, sutilmente, y me plantas en mis labios todos tus deseos? Eres un cobarde, y de serlo tanto, te empieza a herir la cicatriz y, con ella, que le sale la rosa medio roja, y corta, nos provocas un sufrir mútuo y absurdo, demasiado. ¿Te dije que me arreglo sola? Pues la acción de ir poniéndome tiritas en el cora‘… bueno, se han caído todas. Ahora me encuentro en una monotonía inédita, y tanto que de mi llaga quiere salir una mariposa hecha y derecha, pero la costilla izquierda está ya quemada, difuminada. Quiero decir, que de donde debería, mi yo-poética florecer, sencillamente es el otro ser: el monstruo. Se cree tanto lo increíble, que la verdad traspasa la realidad, y mata.

  • Queriéndote, en gerundio

    Te estoy queriendo, así, en un gerundio sempiterno. Es que eres perfecto, y este cielo tan impreciso, nublado, casi anaranjado, poco enturbiado y a rebosar de mariposas son las sensaciones -inéditas- que voy sintiendo por ti. El olor al suelo mojado después de una lluvia torrencial, me quiero quedar en ese latir, y contigo, para siempre, aunque sean dos días contados, y sigan descontándose los segundos. Estamos a escasos momentos de un invierno que, ojalá, sea tierno. Entonces, surfeo entre tus pupilas que me miran, que me miran; qué vergüenza. ¿No ves que me sonrojas todas las costillas? Están loquillas, por ti.

  • El amor, y un poco de ron

    El amor rima con dolor, ¿Por qué le tengo tanto temor? ¿Será cuestión de romper los hilos? Esos del pasado, y pegarse tres tiros, después de que estalle el petardo. Sigo aquí, como cada jueves, quiero decir, viernes, estancándome en mi vaivén. De hueco en hueco porque me ahueco y, adueño, de yo que se qué. Siempre que puedo pico el anzuelo, caigo, muero y me encierro. El bucle parece algo sempiterno y, tanto, que continúo aquí. La poesía, sus versos, fueron aniquilados por la escritora que se suicida una y otra vez entre los manchas ennegrecidas del cielo. Parece que va a flotar la última gota que saldrá a posteriori de de entre mis pestañas, pero aguanta. Está guardándose, ocultándose. Se refugia en la cueva oscura, aguantando. Que sí, que no me mires así. Léeme del revés, quizás comprendas que contando hasta el número tres, culmines en el mismo lugar que no tiene ni hogar.

    ¿Será que el amor propio es quererse a una misma a pesar de cada defecto? Aunque, quizás crearse con efecto es otro suceso, pero yo ya estoy tan cansada de los secundarios, pues me van haciendo daño. Se han acojonado en mi propia cara. Si me florezco o si me dejo de florecer o si, por contra, me obligo a crecer porque las circunstancias vitales me lo ponen en bandeja y de otra solución no queda…

    ¿Qué? Café.

    Luego, y sin querer, saco la bandera roja que afloja y ahí se queda, plantada, pues la motaña rusa está tan alocada y girada y doblada, que acabo yendo a pata coja. Descuélgame esta, que me remata la conciencia y, de tantas cuestiones sin respuesta, el maldito vacío regresa. Yo ya no sé si dolor rima con amor, lo que sí siento es que todavía me aterra la idea de ser querida mucho y mal. Aunque con dos hielos y un poco de ron, quizás, se pasa mejor y el corazón en vez de quedarse atragantado en la garganta, se queda enganchado en el pulmón derecho para provocarte un una parada cardiorespiratoria y percatarte de un solo hecho: que aún le quiero mientras me voy queriendo.