En El Principito de Antoine de Saint-Exupéry, el autor compara metafóricamente y analiza la vida adulta desde el punto de vista de un niño.
La aventura, o desgracia, comienza porque un adulto se pierde en medio del desierto y se encuentra a un niño llamado ‘El Principito’, quien recorrió distintos mundos denominados como regiones de asteroides. El niño, es decir, ‘El Principito’, le va contando las historias a su compañero adulto, un aventurero solo y perdido por el mundo.
Los distintos planetas son un total de siete: el del rey absolutista y universal, el del hombre del sombrero, el del bebedor, el del hombre de negocios, el del farol y el farolero, el del señor viejo que escribe libros gigantes y, por último, el de la Tierra. De todos ellos podemos extraer distintas conclusiones y reflexiones gracias a los pensamientos que va expresando el niño.
El Principito se divide en veintisiete capítulos breves y contiene varias ilustraciones, dibujadas por el autor, con alguna cita interesante que provoca el acto mágico de pensar.
Así pues, es una obra llena de emociones, metáforas y pensamientos de los cuales el lector acaba empatizando.
En definitiva, el niño de nuestro interior siempre debería estar vivo, pues si miramos más allá, en el cielo, quizás vemos una estrella, que nos recuerda quién es él y, a la vez, quiénes somos nosotros.
¿Estamos vivos? ¿Nuestro corazón palpita?
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