Al terminar de escribir un texto literario, ya sea una historia breve, un poema o una novela, me siento más vacía aún, pues nunca pongo punto y final a mis sentimientos y, por ende, tampoco a mi literatura. Escribo puntos y seguidos o comas. A veces paréntesis y, otras, puntos suspensivos. Por eso, supongo, se van acumulando en mi interior creando, así, un hueco. Quizás parecerá que por cada sensación, lío argumental y mental, aumenta la oscuridad, pero, créeme, de la negrura espesa nace la luz. De allá arriba van cayendo las estrellas, que son seres todavía por descubrir(se), y se quedan plantados en otro universo, tan bonito y, al mismo tiempo, necesario, pues desconocen el querer, y el quererse.
Me gustaría explicar cada fase respecto al proceso de escribir. Y me gustaría explicarlo con precisión, pero solo puedo expresar emociones.
Para empezar, cuando un ser humano vive, significa que está muriendo en vida y, por ello, siente y, tan adentro, que luego es capaz de narrar lo que tiene ahí, en el pecho, y sacarlo fuera para sanarse o romperse más.
En mi caso, para continuar, lo plasmo a través de las palabras y de una forma tan surrealista… Es decir, escribir consiste en decir verdades, y ya.
Y, en último lugar, lo publico, ya sea en las redes sociales de forma casi inmediata o en un libro. Es un acto lleno de valentía, es un acción hermosamente rota, pues consiste en que, al terminar el texto literario, acabas de crecer, quiero decir, de florecer porque la semilla ya la plantaste justo en el momento que tuviste la idea.
Solo puedo decir: siente y, luego, sientáte y escribe.
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