Etiqueta: Navidad

  • Resuena, mi corazón

    Antes de que te vayas, otra vez, y me dejes con la sonrisa herida y entristecida y la tirita enrojecida. Antes de que, bueno, mi cora’ se marchite al son del atardecer, antes de florecer y después de que se vayan cayendo los pétalos, ¿Sabes? Justo ese instante, el preciso vaivén entre el irme o quedarme, entre besarte y deletrearte lo que sale de mi infierno, o ir esperándote. Dejaré todas las ventanas abiertas durante este noviembre hambriento, frío y eterno, para ver si te caes aquí, de pie, o del revés, que más da ya. Si ya está todo dicho y hecho y el invierno se asoma y parece que se marcha. Y la Navidad está a la vuelta de la esquina, solo con girar la página, con una sola lágrimilla resbalando por mi mejilla izquierda, porque el brillibrilli empieza y los villancicos resuenan y las campanas chocan entre ellas, pero, siempre continuará en mi ser esa nostalgia rara porque se acerca, sin querer, la época navideña, la pequeña, la más perra, y hueca, pues sigo aquí. ¿No me ves? Con una soledad entera, y la luna, brilla allá, convirtiéndose en una luz eterna, que ciega tanto que ensombrece. Quítate el sombrero, lo hiciste como un bruto, eso, lo de ir soltando indirectas y lanzando el anzuelo. Déjame decirte que ojalá volásemos yéndonos más allá del altar. Déjame decirte que aún te quiero.

  • In crescendo

    Nuestros recovecos son, tristemente, nuestros miedos, que entre sombras y luces, esta vez, navideñas, van brotando, van saliendo a lucirse. Y tanto que ciegan. Parece una perspectiva ilusa, así que, simplemente, nos dejamos latir. Me tiro palpitando.

    Diciembre, bienvenido, otra vez. Aquí, en mi ser, hay una corazonada fría que se combina con una pizca de dolor, y un buen trago de alcohol -imaginario-. Estoy sentada observando cómo los minutos, solapándose, se pasan. Saludo a mis días, que se marchan, y a mi peculiar forma de existir.

    Allá me quedé, brillando intermitentemente. Quiero recrearme en el bucle de la paz, o de la pura felicidad. Se ve que uno no tiene todo lo que desea. Chispea. Mi mente sigue nublándose como el mes pasado, como ayer, un veintitrés de no sé qué. Consciente de ese suceso, y muchos más, regreso al túnel infinito donde me pierdo.

    Quiéreme, pero bien. No sé, de aquel amar bonito y sincero, sin roturas al borde -ni arriba ni abajo ni atrás- de la costura. ¿Me explico? De aquel armarse conjuntamente. Porque estoy ya descendiendo por mis propios precipicios y solo de pensar y también ver la cuesta que va in crescendo, me vuelco en el infierno, y me quedo.

    Lo que sentía, ¿Qué era? Vamos fuera a revolcarnos, a empaparnos, o estrellarnos, de amores completos. De los que se construyen desde el corazón hacia otro tipo de estallido, que seguro que se asemeja al tuyo.

    A ver si será tan simple como soltarse el cabello, desabrocharse la coraza y dejar que entre un poco de viento para, luego, seguir sus pasos con el pulso a flor de piel, y que, de tanto impulso, ir volando lejos, sin siquiera preocuparse de qué manera será el aterrizaje ni de cómo culminrá el viaje.

  • Volver al intento

    Volver al intento del intento, y así recursivamente, de forma contínua, en un ir y venir para luego morir a causa de tantos fallidos. Centrarse, desacelerar, frenar. Porque ese vaivén, con el bucle ya hecho añicos, y tan mío, que hasta lo puedo sentir, tocar, hundir en mí…, aún así siendo transparente. La lucidez se marcha, arranca la pizca de racionalidad latente. ¿Y qué pasa cuando ya lo intentaste, no dos veces sino unas cuantas más? ¿Significa que ya toca rendirse? ¿Que debo tirarme por el precipicio? Ay, digo. Si ya lo hice, sí, eso de ir cayéndome porque quise, porque no pude detenerme.

    Hoy toca celebrar(se), o festejar que seguimos vaciándonos. Agarrándonos a otro tipo de latir, tal vez tan similar. Quiéreme así. Deja de querer crearme otra nueva yo. Porque mañana me habré transformado como la luna; de forma translúcida. Y los amores, los amaneceres, incluso las luces que brillan durante estos anocheceres, sonarán distinto, de colores superlativos, o bucólicos. Acentúando la poesía ñoña.

    Detesto el hecho de apreciar aquello que siempre fui amándolo amargamente. El brillibrilli, los tempos rojizos, el calendario con chocolatitos, aquel dorado y los sentimientos dolor plata. Que me cante villancicos, la niña pequeña que fui una vez, que baile por dentro, con el corazón arrugado de papel de regalo, porque en aquel pasado estuvo repleteo de ilusiones, ahora ya derretidas. ¿Y si solo siguen dormidas? ¿Y si sencillamente hay que encenderlas?

  • 2o día confinada, en Navidades

    Cuando he salido a la calle me he ahogado en sentido figurado. Y que lo entienda quien pueda y quiera.
    Sencillo no ha sido,
    pero el dolor abundaba
    y la fragancia
    -el olor-
    a miedo se entreveía por las calles de la ciudad.
    No ha sido más de media hora, pero ha sido suficiente
    para morir en el acto y sin gente;
    mucho delincuente
    -persona irresponsable-.
    Como yo,
    como todos.
    Sólo quiero vivir unos días más y, si no es posible,
    vida mía,
    déjame sobrevivir.

  • Navidad 2020

    He salido a la calle y mientras paseaba la noche se encendía. Las luces navideñas, los árboles de Navidad. Esta vez no había villancicos, ni niños correteando felices. Se los han comido las perdices y el cuento ha sido contado del revés. Es real. Demasiado, porque está pasando. Mirando la noche oscurecida he sentido nostalgia. Todo estaba oculto entre la negrura. No se veía la esperanza, no se escuchaba la fe palpitar entre nuestros corazones. El silencio abundaba. Se sentía tanto que dolía a lágrimas espesas cayendo del cielo chocando -rotas ya- contra el suelo. Sin tonalidades de color, sólo un tono grisáceo glaciando toda la ciudad. Helándola, llenándola de una depresión ansiosa que se está escampando sin cesar, que se va ensanchando sin parar. Caminaba sola y me he sentido más aún. Y luego de estar contigo, amor, he necesitado digerir este paisaje que se me ha quedado grabado como una cicatriz. La más profunda, la que cicatriza sin tener cura. Que aunque le pongas una tirita, ésta acabará desistiendo, derrumbándose para siempre -todos, tú y yo-.

  • Que vibre el amor

    Son unas Navidades distintas;
    más frías,
    más solas.
    Aquellas que dices «me falta algo», y ese algo son ellos;
    las personas.
    Lo que forman el mundo, las que dan sentido a las vidas. Las que hacen que todo gire, que brille, que vibre.