Se sentó en una silla con las piernas cruzadas, una encima de otra, notando el tanga blanco de encaje estirado hacia arriba, provocándole una sensación agradable en sus partes más íntimas. Movía su pelvis balanceándola como un columpio, al ritmo de la melodía que sonaba de la radio, y sus manos se agarraban fuertemente a la silla. Después, con los ojos cerrados, sentía el tacto de sus senos y, moviendo la cabeza hacia atrás con sus cerezas erguidas llegaba su momento más esperado, el orgasmo.
orgasmo
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