Buenas tardes, ¿Podríamos, si fuese posible, redefinir o, mejor verbalizado, dejar de definir lo nuestro? Sacar ambos pronombres y separarlos, dividirlos de un escopetazo o varios tortazos, que después de rasparme las costillas, rasgarme las alas y quedarme en la escasez de las comillas, que parece que digan algo intrascendente. Spoiler: no hablan porque son, eso, tristes signos de puntuación que van de dos en dos. Pues mi yo-poético desearía, con esa intensidad que le caracteriza, desvanecerse del presente y de la pura realidad, centrarse en la divina irrealidad, sumegerse fervorosamente en ella. Dejar de ser la ola alocada. Me voy expresando, supongo. Interioricé tanta miseria. Soy varios poemas enturbiados, quebrados, como los papeles y aquellas cartas del pasado. El caso se acentúa, va en cursiva y en mayúsculas, y entre letras se regocija, ocultándose, pero mi otro reflejo, que carece de espejo porque se observa de reojo, acaba de plantarse: quiero, intento, escribo, piensa, el suceso acaecido, pero no sé. Serán los pretextos de los cuales abundan los escasos acentos. De interrogantes, aún quedan porque así lo eligieron desde hace ya tres segundos atrás, que van restándose. «Me apetecía caer mientras aprecio aquel quehacer», se asombra mi cerebro que va aprisa. Descorreré la cortina, que se ilumine la caricia y traspase la fase entristecida. Aunque el verbo quisiera cerrarse, jamás podrá, pues se va meciendo y, así, intenta, sin poder ya definirse. Esa acción es en la que me he convertido. Dejé de derretirme, de definirme, de convencerme. Lo único que surge es el impulso fallido, vacío de esperanza, de ser. Por tanto, me dirijo, a tiro fijo, a mi queridísimo discurso absurdo. Seré zurda, por eso me sale todo con el pie izquierdo. Voy, y quiebro.
La poetisa quebradiza
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