El miedo recorrió mi espina dorsal, los nervios se atragantaron en mi garganta. Anduve sin pensar en un destino aunque mi corazón se dirigía por instinto, persiguiendo sin querer tu olor, tu rastro, tus huellas.
Hacía calor y era invierno. Era Diciembre ¿helado y congelado? ¿O caliente y quemado?
Mi alma quemaba pero aun no traspasaba mi piel, aun no la calentaba.
Entonces me pregunté si donde estaba sentada era el banco donde nos sentamos la última vez que vinimos.
Observé el paisaje mientras la esperanza se disipaba y me decía a mí misma «Estúpida». Me culpaba constantemente. De hecho tenía el ceño fruncido, el corazón enloquecido. Pero estaba sola, y me sentía absorta en otra vida, no la mía.
Deja un comentario