Aquí termina mi etapa quinceañera.
Lo siento, no puedo seguir con eso, y no te lo tomes a pecho. Esto que escribo aquí mismo puede ser dedicado a ti, o no. No te lo pienso decir, no abriré la herida, ya cicatrizó. No dejaré huella otra vez. Porque borraré y barreré. Buscaré, encontraré y esconderé. Tal vez vuelva a romper o me vuelvan a romper, y quizás vuelva a querer. Pero a mí, ni me mires. Lo imaginado nunca es la realidad. Lo que parece va más allá de lo que ves. Y lo que crees que valía la pena, ni eso. Y justo por eso, entiendo y vuelvo a entender, que no vales la pena. Que no eres nadie, que eres de todos y del mundo; que antes eras del mío. Tal vez destacaste y destacarás, en algún momento, en todos ¿cómo no verlo? Eso no es lo que quiero, ya no te quiero. Y no escribo con odio, mucho menos con rencor. Escribo tranquilamente y sin prisa, aunque el tiempo se acabe con las palabras volando encima del papel al ritmo de los latidos de mi corazón que renació después de morir por ti. Y te quiero, pero lejos de mí.
Fin.
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