Perdona, pero yo no tengo que fingir que me gusta cuando me toca. Yo siento placer. A mí me sabe tocar y cuando gimo, gimo porque lo siento. No todas somos iguales, pero él, justamente, me hace vibrar como nunca antes nadie lo ha hecho. Porque hay comunicación, porque en esta relación de dos, se habla. Se habla. Sin tapujos ni miramentos. Y no le he tenido que guiar mucho, pero sí le he abierto las puertas enseñándole como se lee mi libro más íntimo. Y no sólo eso, hemos conectado y nos compenetramos. Es cierto que no siempre vamos al mismo compás y, aún así, hay veces que somos más que estamos. No hay miedo sino confianza. Es primordial, esencial. Tampoco hay asco; hay curiosidad y el querer descubrir. Cada vez descubro algo nuevo en su piel, en su mirada y en su sonrisa. Y de su corazón salen chispas de amor. Y surge. Espontáneamente somos, y eso, es lo más hermoso. No se decide el cuándo, ni el cómo, ni el dónde. Se siente, y cada vez más.
Y es real que llego al orgasmo; unos más intensos que otros, algunos de ellos cortos y los restantes largos. Pero es que hay de tantos tipos, que ya ni les pongo etiqueta. Simplemente me dejo llevar siendo yo misma; la más pura, la más libre, la más fiel a mí.
Fidelidad
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