Sus ojos hicieron florecer mi alma porque me miraban tiernamente, con una sonrisa que bailaba al compás de nuestros corazones latir. Nacieron las cenizas de mi fuego marchitado, surgió el avivamiento de la llama. Porque él me miraba, me miraba. Y no sé cómo sucedió; dejé el vaso lleno de bebida en un muro porque me dijo de ir a pasear por las calles de aquella ciudad. Noche mágica, porque me besó. El chico de ojos verdes y chupa negra, me besó. Y volé, interiormente. Y mis alas empezaron a sanar. Y fue un beso delicado, lleno de pasión y amor. Amor, aquello que nunca me habían dado durante un tiempo que pareció eterno. Y seguimos andando hasta alejarnos de nuestros amigos llegando a la profundidad de la oscuridad. Luego, cambiamos de dirección, volviendo por donde habíamos bailado, agarrados de la mano. Y continuamos. Y nos volvimos a besar en medio de la calle La Rasa. Y fue espectacular. Cuando regresamos con nuestros amigos, habían desaparecido pues se movieron de sitio.
Nos confesamos las realidades más oscuras y aun así, no detuvimos nuestra truega.
Fue una noche distinta, fue una noche donde la luna nos envidió, pues brillamos más nosotros que ella.
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