Entré en aquel cuchitril, ni recuerdo si te saludé o pasé de largo. Lo que sí sentí es como me miraste, como te miré -con aquella mirada dura, de chica con el corazón roto-. Como nos miramos. Te me acercabas a momentos y yo temblaba, siendo hueso de corazón, cristal de alma. Y venías, y te ibas. Y yo me paseaba y a veces desaparecía, pero presente te tenía. Hubo un instante en que me vine arriba -euforia esparcida por mis venas- y bailé. Y tú me observabas atentamente. Te sonreí, me eché a reír. Me seguiste el juego, y yo a ti. Pequeños instantes en que intentaste mover tu cuerpo con el mío, al mismo compás. Me detuve. Aquello no estaba en mis planes. Me desconcertaste. Hasta que salimos a la calle. Allí saqué de mi bolsillo una piruleta roja que la comencé a comer justo cuando me la quitaste. Qué audaz, todo tú un disfraz -personaje-. Quien me dijo frases cliché, entre todas, «Tú y yo juntos, mi princesa». ¿Cómo te atreviste? Irracional maleducado, fuiste muy inadecuado. Y seguiste. Y me cogías de las manos y la cintura, me mirabas e imitabas mi dureza, mi franqueza. Y es que aquella noche volé justo cuando me besaste en un bus donde nos saltamos las normas, colándonos. Me agarraste desprevenida, no sin antes haberme dicho que querías irte a algún lugar conmigo. Y luego el beso, reinando por toda la noche. Quizás, en un tal vez lejano lo haremos. Aun no. Demasiado pronto. Porque hay noches perfectas y, otras no tanto, pero aquella fue espectacular. Un mar de dudas, ¿qué será de ti? ¿Y de mí? ¿Habrá más, o no?
Y luego de mis pensamientos borrosos, me llevaste a un portal y me besaste como un descarado. Amargado que no pudo saciar su sed. Fracasaste como hombre, triunfaste como lobo. Que sepas que no me he enamorado de ti, y que no lo pienso hacer jamás, porque sé y siento que aquello tuvo principio y fin en el mismo lugar.
Noche amanecida
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