Las estrellas se descuelgan del cielo ennegrecido, resulta que se van cayendo mientras se deshacen. Se deshilachan. Ahora, de repente, de golpe y bombazo, o portazo, amanece ese latir tan intenso, pero yo sigo inerte. La luna allá brillando tan dentro de su soledad que ella misma se ahoga, se marchita. Cuando se mira, sin querer, en el reflejo del océano se percata de un simple suceso: siempre estará encadenada en ese enamoramiento hechicero. Parece algo eterno, tan sempiterno, demasiado efímero, pero es incapaz de desprenderse, así que se desvanece. De forma intrínseca está encarcelada. Es la cara de la ironía, de la patada, de la bala perdida; la mía. Ahora, sin querer, la metáfora de la loba solitaria danza enturbiada.
Categoría: Escritos

Vaya cuadro
Las coletillas de los árboles se mueven al compás de las copas, cuyas chocan firmando la paz entre ambos, pero esta vez (dejé de calcular las casualidades) hemos sellado un «tú» y un «yo» separado, muy distanciado, zanjando, al fin, el comienzo; colocando, por fin, el punto final. ¿Qué estábamos tratando? ¿Cómo? Espejismo, espejismo rojísimo (y roto)…, ¿Quién es la más arpía de este cuento narrado del revés? Caí, conté…, un, dos, tres, y me pausé. Lloré varias veces. ¿Tanto me cristalicé? Me postergué materializando lo subjetivo. «De lo inédito ni me hables», le confesé al reflejo que tan muerto se quedó. Vaya por Dios, voy saltando párrafos de dos en dos y, de mientras, las raíces que están a rebosar de colillas ennegrecidas, deciden por ellas mismas, retirarse de la meta, porque está tan cerca, que les da pereza. La astucia, ¿Para qué? Si culmino rozando el larguero, y el arquero y el arco y el marco… me fusiono en otro charco. Quédate, pues si lo vas alcanzando. Yo jamás pude ni tampoco supe, pues se cayeron en pedazos las escaleras, todas y cada una de ellas, las que supuestamente me hubiesen llevado a tu letargo ya asesinado.

Las costillas ya florecen
Las canciones repiquetean en mi interior y se van solapando las agrias, y amargas sensaciones. Un suspiro, una verdad que aún queda plasmarla, el punto final casi colocado y la semilla ya floreciendo. «Los comienzos son complicados», dirá mi penúltimo instinto. Ese impulso raro, ese querer quererme, preferirme, elegirme, para después concluir ese cuento chino absurdo. Iba perdida, agotadísima. La gota gorda caía, resbalaba por mi mejilla izquierda. Vaya cuadro tan extraño, inédito. Vaya perspectiva, tan rota, loca. La mariposa se va y vuela, pero aterriza muerta en la otra meta, pues hizo la voltereta, se precipitó, se suicidió. A posteriori de la pausa, del paréntesis, arrasó la herida. Luego estoy yo, mi oculto reflejo detrás (o delante) del espejismo quebradísimo. El borde de la costura se ha deshilachado, se ha despedazado tantísimo que me paralizo ubicándome aquí sentada, en la cafetería de la esquina, entre mis rizos deshechos y varios corazones ya poco derechos, pues se ven tan inertes. Sin creérmelo, y sin saber, con mucha intuición, que la arranqué, saqué de mis costillas la cicatriz abierta que sangraba herida, perdida, hasta que se iluminó mi palidez como si todavía se pudiese. Me quise quedar, de verdad que me apetecía, pero, a día de hoy, me voy sempiternamente conmigo.

En ese bonito latir
Oscureciéndome voy, después de que nazca otro anochecer, que seguirá siendo el mismo atardecer. Un cuadro grisáceo, con algunas manchas ennegrecidas, podría haberlo coloreado. Preferí que se quedara en un estancamiento mental y, que, en vez de volar al espacio estelar común, se quedara enganchado con mi agonía. La ironía arrasa, ¿Será que voy perdida o dolida? Mi risa estalla de tanta semilla que aún le falta nacer, crecer y florecer. Me apetecía arder, y vaya si ardí, tanto que, bueno, he vuelto a sonreír en ese bonito latir. El «pero» es que en ese viaje voy a sufrir, no porque sí, sino por ser así.

¿Será real?
Resulta que no sé escribir ni definir ni tampoco vivir. Lo único que hago es huir de ti, de mi faceta que parece atreverse cada vez más a moverse, a surfear por otros, y nuevos y fugaces lugares. Desabróchame la cobardía, llévame a saltar, a volar, que me gusta esa sonrisita inesperada que se asoma de golpe en mi carita de niña tonta, y muy ilusionada estoy volviendo a sentir. ¿El qué? Ni yo lo sé, porque te soplaré un «Yo no sé qué es el amor, y por tanto, no me enamoro». A lo que tú me mirarás con tu atrevimiento que te caracteriza, alargarás tu mano y me sacarás a bailar. Y, con la oscuridad que le pertoca a la vida, y los dos seres humanos a los cuales se les ha detenido el tiempo en el mismo momento que chocaron sus miradas, por estar danzando su tempo y empezando su nuevo y único vals, por fin se besarán. Se acaban de enamorar. ¿Será verdad?

Comiéndome las estrellas
Has dejado de estar, de ser conmigo, y tanto, que tu presencia es ausencia. Me quise quedar, y estuve bastante tiempo atrapada en aquel pasado. Aferrándome a un tú que nunca fue y que tampoco será. Pensé, creí. ¿Para qué? Caí, caí, me rendí abajo, en el pedestal que creé por y para mí. Me cobijé en el lugar, en el primer escalón. Tú estabas allí, bien bonito, idealizado. Yo, ilusa de mí, esperaba a que todo cambiase, a que te convirtieras en otro. En un buen hombre, leal y fiel, y lo fuiste allá, en mi ideal. «Yo te quiero mucho, amor» me vas lanzando de vez en cuando, justo a posteriori de mis «¿Me quieres?» Y probablemente sí lo sientas, pero no lo demuestras. Tantos puntos suspensivos, tantas pausas… ¿Para qué? Tengo migraña y las pestañas disecadas (de tantos suspiros y llantos internos). Me quisiera quedar. Ya no es que pueda, es que no quiero. No me apetece. Fui sola, avancé solitaria y lo sigo haciendo con y sin ti, porque, repito, no estás. Ni me arropas ni tampoco me mimas. ¿Qué significa que me beses? No me apeteces, porque vienes y vas y me desvaneces. Quise, quise tantas veces…, aunque culminé embriagándome de una sed ya seca y muy vacía. Y, al final, arrasé del revés, cierto. Decirte que soy, pero que no estoy. Me disgusta el pecado que cometí: me como las estrellas, ahora soy todas ellas, brillo convirtiéndome en eterna.

Cada dos por tres
Se me enfría el café, y el corazón a propósito, de mí. ¿Y me quiero caer o me dejo desvanecer? ¿Estoy apostando por mí para el después? El día, el atardecer, el de más allá, el que se planta en aquel punto y seguido. Pareció, sí, pareció escabullirse, pero resulta que se fue duplicando. Quise, quise, quise arrasar, y de tantos intentos culminé arrastrándome: llevé a mi sombra encima de mis hombros, a cuestas, subiendo la hechicera cuesta. Me hipnotizó tanto que acabé. ¿Dónde? Pues colocando mi reflejo, el del espejo, debajo del pedestal, sacándolo a la fuerza. Dicen que la «maña» gana, pero yo de inteligencia poca. Luego, después de tantas pausas, de los paréntesis, decidí, cómo no, sacarme las astillas y, todas las pestañas y los colores y los descosidos de mi corazón torcido sencillamente iba cojo y loco y poco roto, ya decidió volver a matarse y, pues, ya va acostumbrado.

Escribir y sentir
Escribir, escribir, escribir. Luego, morir. Quiero partir, me apetece ir. ¿A dónde? Ni lo sé, ni jamás, quizás, lo sabré. Ay amor, amor, dolor. ¿De qué sabor te has pintado? ¿Alcanzará el color? Me marchitaré, probablemente vuelva a caer y, a posteriori, a renacer, pero me marcharé, sí, a otro tipo de sobrevivir. Ese, ¿Será más ameno? O ajeno…, a ti. Porque, nena, de mí para ti, déjate fluir, aplícate un poco de raciocinio y vuela sola como una paloma, como una blanca paloma. Y sentir, y sentir, y sentir y creer vivir, y alcanzar el duelo, para llegar al precipicio, el inicio, y precipitarse. Culminar en el «summum», en el colmo. ¿Cuál era la locura? ¿Y la cordura? Sencillamente…, quiero sonreír, endulzarme a unas cuantas, muchísimas palpitaciones; emociones bonitas. Aunque hay veces que me pica la melancolía.

Borrón, sin cuenta nueva
Me siento triste, poco esperanzada, deshinchada, pero con muchas ganas de que me encuentre el amor. Vaya por Dios, siempre me topo con el dolor. Ya encajonada en el mal sabor, me lo trago con un poco de licor. Entra amargo, un toque agridulzón, así, un toque tontorrón. Al menos estoy. ¿O ya no? A veces me vuelvo cuerda, otras la misma cuerda me ahorca. Otras simplemente se afloja hasta que se tensa y culmina en el «summum». ¿Quiero aún? ¿Me apetece seguir? Quizás acabe en este sufrir, en ese latir. Aunque mi vaivén se fue, regresó, se ahogó y se plantó. Quiso, quiso, quiso. No pudo, se marchó. Ahora late del revés si es aquello que crees. Todos aparentan llevar vidas milagrosas. Algunos pocos lo van gestionando de realidad, de algo de verdad. Yo, yo, yo te veo allí volando como un colibrí. Fin, porque otro principio amanece. Parece que me observo desde dentro. Eh, que continúo siendo experta en retratarme, en ir tarde a absolutamente todo. De mis raíces. ¿Qué nacen? Ni me quedan perdices ni tampoco narices para perderte de vista, para querer zanjar la brujería. Aunque la relojería haya estallado, de donde salió escopeteada creando una magia rara, los tempos se han cancelado solos, congelándose. Al final se agrietaron, pues se saltaron o se soltaron. Y yo quiero que me quieran completa, también eterna, pero cada vez que abro los ojos acabo cerrando mi corazón oscuro. Y vaya pequeña coincidencia: somos dos perros hambrientos. Tú, por querer comerme entera, yo porque me saboreen con dulzura, pasión y un temblor, el del amor. Qué pena que esté muerta, enferma y harapienta. Me duelen los codos de tanto describir quien soy o de qué me gustaría no carecer. Los locos, ¿Existen o se extinguieron? Bueno, ¿Me quieres? Es que me ubico lejos de ti, en otra estación primaveral del año del tuntún, del dos mil veint-«tú», instante preciso y perfecto en que hubiese cortado los hilos que nos unían. Resulta que se han despedazado, sí, van desangrados mientras se desgarran. Luego, un poco de indecisión, de revolcarme en mi propia perdición. Salvar la primera canción que nos ligó, que nos metió en un buen marrón. Borrón, y a seguir con la antigua cuenta, porque eso de colocar el punto… «¿Cuál?» Y saltar al nuevo escalón, al otro escuadrón es un cuento (tontorrón).
La nube ennegrecida
Todos cometemos errores. ¿Seremos humanos o sobrenaturales? A veces, por no decir siempre, escupo lágrimas, que son mis pestañas llenas de llamas. Y, sin querer, con mucho poder, me vuelco en mi quehacer. Me quedo, sin más, latiendo del revés. Que alguien me salve, por favor, pero es que llegó el ayer el atardecer y, con él, el anochecer y, cierto, fui ennegreciéndome, así, convirtiéndome en una niña, en una chiquilla, en la quinceañera que tan enturbiada le acaban brillando los latidos desde dentro hasta que las estrellas estallan quebrantadas. Sigo aquí, así voy: distinta, echada a un lado, siendo la luna oscura, aquella que ya ni se ilumina con una simple sonrisa, de la que ya no le sale chispa. Pensando, suponiendo que, bueno, que ya estaba floreciendo… Es que duele muchísimo ese latir, ese mal vivir, ese ir y sufrir. Espero y, al mismo tiempo, me mueve, aunque, cómo lo estoy haciendo…, porque me caigo, desciendo. A veces soy tan invisible, otras pocas soy la mancha convertida en tinte negro, siendo el pegote raro, desencajado, enturbiado. No, no me mires, huye, arrópate en el vaivén vecino que seguro que te econtrarás menos vacío y un poco más vivo, así, eterno y entero.
Encontrando el dolor
«Todos buscamos amor», suelta mi subconsciente. Mastico las tres absurdas, y malditas, aunque ciertas, palabras. Me gustaría absorberlas para luego escupirlas. ¿O esculpirlas de una pizca de amargura? Anoche me las tragué, acabaron engulléndome, que al soltarlas esta magnífica tarde han salido contaminadas. Les soplé algunas margaritas y, en vez de florecer, culminaron enturbiadas hasta el amanecer. Observé el aire que se ensombreció, se llenó de chispas de dolor. La melancolía va danzando al son de la alegría que se quiere muy viva, pero que termina desubicándose en la cara de la hipocresía. «Y yo qué sabré», explotará el reflejo ensombrecido. Se quiso, se quiso. Ahora y aquí, el espejo baila con más de mil pedazos esparcidos por el suelo. Intenta saltarlos; en el corazón se le han clavado. Derramándose está, y va. Pero hoy es jueves, quiero decir, martes, uno cualquiera, y en esta breve tarde, suspicaz, que se cae, sigue mi pedal encallado, estancado. Me quiero enamorar, que sea de verdad, con algo de piedad y mi queridísima alma, que sea arropada y no angustiada ni acojonada ni tampoco se encuentre atrapada entre las varias roturas, imposibles de arreglar, del espejismo roto, incapaz de coserse ya las heridas disecadas.
Diamante en bruto
¿De qué escribiré? ¿De qué iré escribiendo el día de mañana? ¿De qué forma? ¿Y con qué modales? Aquellos que perdí. ¿Aún los conservo? Abro la galería de donde se van cayendo los cuadros pincelados a palabras. Estoy narrando cómo se deforman los libros y con ellos, a destellos, varios tempos de la literatura, que se deshace a medida. Las frases, ahora hechas, se abren de un sentido gracias a las tonalidades del pasado que fueron grisáceas. Les costó tiempo, les tomaron fotografías, aún con la caligrafía sin mucha tinta, pues se fue arrastrando. ¿Debería decidir? No sé ni escribir. ¿Describirme? Lo único que quiero es bailar, pecar en la pista moviendo las caderas al son de mis ideales que, actualmente son nulos, están desfasados, algunos enturbiados y, los otros, nublados. El caso es que me apetece colocar el punto final, hacer un «borrón y sonrisa nueva». Culminar el penúltimo vaivén ya que el restante es por donde danzaré, así, al son de mi queridísimo corazón. Dame ese colocón, me pertenece. Brillo, estoy burlando la deseada tristeza, echándose a reír. Ahora me levanto, se me rompió la punta del tacón. Después, se partió y entró la dinamita, o esa, yo.
La consciencia inquieta
Hoy me he levantado con el pie izquierdo sin saber si te quiero. Anoche saboreé una mezcla de sabiduría con algo de fantasía y una pizca de melancolía. Se me caen las preguntas, se van deshaciendo, incluso se deshinchan por culminar allá, al borde de la rotura de la costura, de mi alma descosida, y un poco de herida. Me gustaría ser niña, comerme alguna nube de algodón y quedarme azucarada lo que resta de mi vida, que quizás solo es un día o varios segundos o pellizcos de alegría. La que dejé de cantar tiempo atrás. Por años, daños. Será al revés. Me arrepiento de los varios milagros mal logrados, se quedan tan descolgados, así, ensanchados que, al final, me hacen cosquillas. ¿La absurdiad de este amanecer? Que está convirtiéndose en la superficialidad, ¿O ya lo era? Bueno, danza y también baila. Lo superfluo se arraiga en el vaivén vecino y, así, un «contínum» figurado. Un texto que se aferra al sin sentido entrando al transcurso con orgullo y mucho éxito. «Salí por la puerta trasera. ¿O era la primera?» La sencillez acelera, yo me ubico muerta, y quieta. ¿Y ahora qué piensa mi consciencia? ¿O que no quiere concluir? Agoté la conjunción «o» del susto, de la agonía, se perdió la alegría maldita. ¿En qué momento decide tomar el vuelo? «¿Me habré vuelto loca?», se cuestiona la otra «o». Y sin percatarse, quizás sí lo sepa ya, cae en su bucle.
Mucho albedrío
Estoy agotada de mente y alma, y llueve, ya ni se incendia la llama. «Quédate», me susurraste allá en aquella hamaca que se balanceaba. Te arrastrabas, yo ya iba desgastada. Te lo repetí varias veces en distintas ocasiones, pero ni me escuchaste. Te seguiste acurrucando, me descolgué: mi corazón danzando en el limbo. La canción resbaló en los tres últimos bailes. Dicen que «a la tercera va la vencida» y, oye, llevo más de una copa y cinco bailes. ¿Echamos un brindis? Ambos, digo, por lo que pudo haber sido y que se quedó en mitad del camino. Bueno, sencillamente consistía en recorrerlo entero para que nuestros labios se conocieran. Es lo que tiene ser escritora, que incluso te describo lo imperceptible -aquel sentimiento con apellidos-, tú. ¿El significado? Que todavía estás inscrito en el primer pedazo que se desgarró al verte por primera vez, porque se colgó, de ti. ¿Ahora? Me he transformado, soy otra. Me he comido la loca, la ola y la rotura al borde de la costura. Sí, he ahogado casi todas las penas y tus pecas, me puse la sabiduría por delante, se me escapa de las manos tu alegría. Después de la pausa y también del paréntesis, aparece la peripecia. Me la bebo entera. Las bocanadas de aire resulta que son pellizcos de realidad. La verdad va saturada, y yo enamorada de mi mirada. Ha florecido la Anna, pues la anterior, no es que se haya caído por el precipicio ni huido… es que se ha enorgullecido, ensanchando el pecho derecho y, con ello, sopla una risa ligera, muy sincera. Me muevo eterna al son de mi queridísimo viento.
La nota rara
Ya me caí, creo, desde hace varias heridas. Luego, me las comí. Aunque son las cuatro de la tarde, ya pasadas, y se van las horas, se marchan. Se diagnostican la tristeza, tan arraigada a la cicatriz. Se murió, o se mató (sola) la perdiz después de intentar estar feliz. La venda, y la vena aorta, ahora, resulta que se ahorca. Bueno, tantas mariposas loquillas, al final, la cuenta se desliza, con el café derrumbándose. Sigo aquí, no sé ni qué escribí. Será, como cada madrugada, la descripción de mi alma arrugada. Quise ensancharme la mirada. Tanta observación para nada, o para, absolutamente, todo. ¿Que me quede? Si ya me derretí, pues me fui. Resulta que la vida afloja y, a la vez, aprieta, ahí, en el corazón de donde se va cerrando a cremallera. Aletea, corre, y vuela, que se te pasa el arroz. Acelera en la carretera, gira a la derecha y aprieta (el gatillo). Voy, grito. Me quedo casi ciega, de voz, y medio sorda de sensación, porque, si te hablo de la emoción, se me baja el subidión. Vaya colocón. Descoloréame esta, por favor. Y gracias, ríete de mis desgracias.
Me estoy yendo
Sé hacia donde me dirijo, pero va y sin querer me desperdicio, caigo, no me elijo. Aunque las florecillas vayan ascendiendo en picado, sigo en la buhardilla, ocultándome, y tragando, hacia fuera, la miseria, muy imprecisa e inconexa. Los codos los tengo rasgados. ¿O eran los ojos? Será el cora‘ que va desgastado. ¿Cuándo dejaré de arrastrarme y amargarme? A día de hoy, ya está siendo el ayer, me quedé de piedra, con la cicatriz abierta. Me pica la oreja izquierda, me escuece la coletilla, la última colilla eres tu misma, o el otro reflejo. Déjame decirte: he perdido el espejo. Fugazmente me voy yendo. Creí marchitarme tantas veces que, al final, solo consistió en quemarse la semilla, sí, en carbonizarla para, a posteriori, ejecutar el crímen con la mirada asesina, perdida. Así culminé en el placer número 33. «Me quise quedar. Me iba a quedar, de hecho, ya me había quedado», sopla mi latido enfermizo. La acción más complicada es el hecho de no accionarse, de querer irse y no poder porque aún, una, sigue en el vaivén del gerundio. ¿En qué momento le cortaré las alas o la lenguaa? ¿Cómo puedo dividir a cuchilladas sus letras? Porque ese presente intermitente parece imposible de detenerle. Supongo que comiéndome la realidad. ¿No se transformará en muchas verdades? Supongo que juntas la forman, la crean, lo son. ¿El qué? Me derretí por quinta vez. El inconveniente recae en que no me conviene y me pertoca quererme más, y mejor, a mí, a mi niña interior. Se me rompió el color. ¿O es que dejé caer el dolor y ahora me ha absorbido por contactar con él desde mis insignificantes pies?
La escena servida
Todo va cambiando: la rutina, los quehaceres y la vida, pero mi sensación sigue siendo la misma; la monotonía sentimental, tan normal, de sentirme igual y, a la vez, neutral. La mismísima alegría se descojona, colocándose la tontería en una esquina. Luego aparezco yo, justo en medio de esa belleza negra, y muy extraña, que se asoma desde la ventana, y se cae. El caso es que el suceso es tan imperceptible, tan predecible, que los pasos -torcidos y cohibidos- se disocian. Consistía en dejarse llevar, ser y florecer. La cosa va del revés, bastante derretida. ¿Para qué leerme tanta filosofía si entre líneas voy ya servida? El último placer que encuentro en esta casi dinámica es la insuficiente perspectiva, pues carezco de autocrítica. A posteriori agradezco ese momento descontento. Descuelgo la fe del tendedero. Ahora voy con los pies de plomo, pero me pesan, me duelen. ¿Me esperan? Parecía sencillo en mi panorama teatral, digo, la escena montada en mi mente. Solo eran tres pasos y un párrafo preparado soltado, en un futuro, a bocajarro a conjunto con un breve diálogo y la escasa afirmación, sí, que te quiero con menos intensidad, una de tipo fluorescente, de forma intermitente, y ese foco que contiene una superflua intensidad.
¿Soy yo?
Disimuladamente me acentúo las pestañas o las entrañas. Extraño nuestras miradas, que se crucen en un atardecer impreciso, como si fuese cualquier inciso. El impulso, el vaivén de ir y gritar «¡Ven!» Se marchó cobijándose en otro placer. El del número treinta y tantos, allá van unos cuantos. Me he perdido contando los cuartos. ¿De qué? Ya ni lo quiero saber porque eso significa perder. Tiempo atrás magnifiqué, sí, equivocándome: pinté de colores, y muchísimos sabores (abstractos) la nube que acabó convirtiéndose en un sujeto ennegrecido. Mi reflejo querido. Después, sin querer, atravesé la silueta y culminé reconstruyéndome de una pulmonía que, a posteriori de estallar, ha estrellado. Ahora le han nacido algunas florecillas, nada, cinco margaritas. Resulta que vuelan, y que huelen a algodón, que se componen de picardía sin quitarte la alegría. ¿La viste? Está oliendo a sabiduría, y tanta, que se siente la belleza, y la vejez, interna, no tan hueca ni cabizbaja, de la poesía, pues mi ser externo iba a conjunto con ella. Dejó de de detestarse, de apestarse y separarse. Al fin, decidió unirse. Bueno, luego de desvestirse, o es que, dentro de su simplicidad, repitió tanto el verbo… El sujeto se ha quedado quieto: ha pisado el penúltimo acento. De mientras se saca el sombrero. ¿O a acción significa que se lo quita? Vaya, abundan las analogías con la vida. ¿O eran diferencias? Se me escapan, a escupitajos, las paradojas. Será que han saltado el charco -ensangrentad- del martes pasado. Un cuadro que se dio el lujo de deshacerse a pedazos. ¿Soy yo ese espejismo roto? La costura, se te ha caído.
La poetisa quebradiza
Buenas tardes, ¿Podríamos, si fuese posible, redefinir o, mejor verbalizado, dejar de definir lo nuestro? Sacar ambos pronombres y separarlos, dividirlos de un escopetazo o varios tortazos, que después de rasparme las costillas, rasgarme las alas y quedarme en la escasez de las comillas, que parece que digan algo intrascendente. Spoiler: no hablan porque son, eso, tristes signos de puntuación que van de dos en dos. Pues mi yo-poético desearía, con esa intensidad que le caracteriza, desvanecerse del presente y de la pura realidad, centrarse en la divina irrealidad, sumergirse fervorosamente en ella. Dejar de ser la ola alocada. Me voy expresando, supongo. Interioricé tanta miseria. Soy varios poemas enturbiados, quebrados, como los papeles y aquellas cartas del pasado. El caso se acentúa, va en cursiva y en mayúsculas, y entre letras se regocija, ocultándose, pero mi otro reflejo, que carece de espejo porque se observa de reojo, acaba de plantarse: quiero, intento, escribo, piensa, el suceso acaecido, pero no sé. Serán los pretextos de los cuales abundan los escasos acentos. De interrogantes, aún quedan porque así lo eligieron desde hace ya tres segundos atrás, que van restándose. «Me apetecía caer mientras aprecio aquel quehacer», se asombra mi cerebro que va aprisa. Descorreré la cortina, que se ilumine la caricia y traspase la fase entristecida. Aunque el verbo quisiera cerrarse, jamás podrá, pues se va meciendo y, así, intenta, sin poder ya definirse. Esa acción es en la que me he convertido. Dejé de derretirme, de definirme, de convencerme. Lo único que surge es el impulso fallido, vacío de esperanza, de ser. Por tanto, me dirijo, a tiro fijo, a mi queridísimo discurso absurdo. Seré zurda, por eso me sale todo con el pie izquierdo. Voy, y quiebro.
Las florecillas
Me cobijé en el asterisco, el cuál, ni yo lo sé, solo voy, siento hacia dentro, ardo llanamente, y estallo vulgarmente. Luego, vuelvo, volcándome intensamente, en el acto -espacio inédito- de quererme. Continúo en el gerundio, esta enésima vez, el del presente. Y, aunque me expreso con inercia, la subjetividad se aparta de mi mente (no tan demente), y me acuchilla, me acicala, incluso parece que se resbala porque imperceptiblemente se para, pero vaya si dispara la bala. Se ha puesto en contra, mi arma se desarma, quiere, le apetece encenderse el alma. Va tarde, lo asimila. Aparece disimuladamente en el punto de mira, me horroriza, porque tanta crítica junta me construye. ¿Consistía en derrumbarse? Puse entre tanta arena, herida seca y sentimientos cadavéricos me encuentro floreciendo. Me ofrezco a ser el semáforo enrojecido. Quizás ya lo soy, de ir y vestirme con florecillas y escupirme a bocajarro. ¿Las semillas estarán heridas? Me las engullí. Tanta margarita, al final, me he transformado en la humedad. Ahora soy el jardín agradecido porque ha florecido.
El intitulado
He cambiado de panorama, de cicatriz, y de perdiz en perdiz solté, me estrellé y fui feliz. Después de tantos, sí, retrocedí. Quiero decir, cuando voy, me planto y cambio de escenario, me caigo sin querer. Me tropiezo y, queriendo ya ni sé desvanecerme bien. La soledad me ha ido acompañando algunas veces. Se ha quedado en espacios huecos y muy eternos. Luego miro hacia atrás (me miro la espalda, la peca aquella, por el reflejo del otro espejismo rarísimo), y creo encontrarme cuando sencillamente culmino situándome. La cuerda, nena, se está aflojando porque aguantó los latidos casi salidos, vacíos y, la gran mayoría, enternecidos. Realmente estaban todos enloquecidos. Me fastidia, me revientan las colillas llenas de coletillas, pedazos rotos, ocultos entre algo de barro. ¿Para qué ponerle título a mi vida cuando puedes colocarle varios puntos suspensivos, que vayan suspendidos como las nubes o las olas superfluas o, simplemente, se suspendan. Que se elimine la función por carencias o muchísima desviación. Mira qué bonito aquel avión… ¿Será el bárbaro? Completamente, aunque exagerado. Bueno, aquí zanjo los temas, pues se me acumulan mientras se van iluminando de negrura espesa.
La diana soy yo
Cansada, desesperada de tantos escopetazos, de todos los balazos por y para encajar en un golpe, o varios, ya insostenibles y muy sospechados, aunque totalmente desechados. Me apatecía quedarme, allá, en el borde de la orilla, apreciar la ola enloquecida, convertirme en ella y llenarme entera de arena para luego vaciarme. Quiero armarme sin tantas erres y sin ser la que siempre va errando. Y, oye, ¿Me escuchas? ¿Me hueles? A mí me dueles y, ahora, ya ni me sostiene la ira. La tremenda y gigante herida parece que se cicatriza, pero con tanta sal pica. Arrasé en el muelle mientras llueve. Quizás, de un «zás» me caigo queriendo. ¿El suspiró se quedará atrás o se quedará conmigo? Posiblemente se ensangrentará: las costillas te escocerán, ya que habrán chocado en el cielo del suelo, la profundidad enfermiza del agua del mar. Los diminutos agujeros (ahora perfiero dejar aparcados los diminutivos, me sangran los pelillos de las orejas…) El caso es que los agujeritos de mis ensombrecidas ojeras se asoman de una forma abstractamente gradual y también en desigual. Está mal estar bien, según la percepción de mí misma. A pesar de todo, rompo el tacón, abro el telón y enciendo la televisión del año del dos mil veintidós: espera, ya llego, que aparezco y, en un par de toques ajenos, que son los polvos mágicos, sí, ¿No me pillas? Las pastillitas de cuando ni dormir podías. Bueno, resulta que te has quedado sin casa, vas divina del asco. Y con tu cara dura, te da el subidón después de tanta cafeína. Sigue sonriendo tristemente a tu nube dela izquierda, la de la esquina, la rota, la negativa. Pégate bien la tirita que tienes la sonrisa ensombrecida. A conjunto, con tanto cuadro pintado a garabatos enturbiados -grises y muy blancos-, los demás, los restantes, se quedaron en el otro banco fotografiándote. Eres la reina del baile de tu propia telenovela, pequeña y bien escueta, y ellos son el blanco perfecto.
Queriéndome
Me estoy enamorando de mí misma y es un acto hermoso. ¿Y sabes qué pasa? Que se suceden tan lentamente los sucesos que van así, derrapando, arrasando y desarmándose y, yo qué sabré. El último caso es que ahí me quedé. Esto, justamente, ¿Significará quererse? Supongo que con el simple acto de quitarse la armadura y cantarle a mi espesura ensombrecida, para después soplarle a la herida, saltarme la caída, pues solo consistía en decirle a la cicatriz que iba a florecer, que se dejase hacer y, sobretodo, ser. Entre mis pliegues, ¿Huyes? ¿O te destruyes? Bueno, mis yo poéticos se fueron marchando, danzando al unísono de todos los latidos tanto ajenos como intensos. Yo me quiero: me veo, me aprecio el recoveco. Se fueron aquellas ansias, y la tía Angustias, tan lejana, por quererme desvivir entre nubes rosadas. ¿Me pillas? Me he puesto pila… ¿Quieres una pizca de semillita? La que te lleva de golpe y portazo, y porrazo, a la realidad. Me quiero quedar, me va gustando ese nuevo latir, sí, esa forma tan abstracta de existir, de vivir, que hay, y abunda, dentro de mí.
La magia estrellada
Sí, resulta que necesito un descanso de mí misma, para después resurgir de las cenizas y acabar convirtiéndome en una de ellas. Y, así, metafóricamente seguir, porque para culminar ante la realidad, pues ya está mi otra verdad. Quisiera yo saber o dejar a un lado, a poder ser, mi latir, aquel que danza enfurismado. Me gustaría encararlo para asustarlo y echarlo a un lado. Es que me amarga la existencia y el don, ese amor tan iluso y absurdo, por vivir, o no. El acto tan hermoso, ese de ir naufragando, de convertirse en el mar hundido, como si pudiese aún enfurecerse más, como si, sin querer, se alocase, se quedase en aquel arte, sí, el de existir porque sí. Desvíveme, mantenme alerta. Luego ya me iré desvistiendo en carne y hueso y eso, y entre alma, cicatriz enredada y bala perdida, me quedo, pero para seguir queriéndote probablemente dentro de un suspiro anhelante y erróneo. Aunque si este consiste en continuar llorando en silencio, elijo ese latir que se sustenta en sentir, y fin. A posteriori de las escasas palabras llenas de migraña, enturbiadas, me percato de dos tristes y simples sucesos: el segundo, que todavía te quiero. Y, el primero, que ya no sé cómo decírtelo. ¿Será que ahora me toca deletreártelo desde mi escasa sabiduría en esa significante brujería?
Vaya vaivén, y ven
El caso, el hecho y el suceso al mismo tiempo resulta que consisten en que sin querer te espero. ¿Y sabes qué? Aunque me duele, aunque podría estar mejor, ser de otro color, o dolor, elijo quedarme en ese vaivén de ir queriéndote sin ya esconderme y sin saber si tú me perteneces. ¿Cómo decirme…? ¿De qué forma describirme…? Quería colocar el punto final, pero no quiero después de tantos suspiros y milagros entristecidos, te quiero, cariño, en mi pecho. Te quiero aquí conmigo. Dirán que una de las mayores locuras del amor es esperar al otro sin saber si sí o si no. Yo te espero con la fe colgando de la punta de mi corazón de donde le sangra una chispa de ilusión. ¿Se incendiará? ¿Estallará? ¿O se estrellará? Bueno, todas mis ideas inéditas, y muy ciegas, y bastante ensombrecidas, centellean allá en el cielo, se recrean en su único latir. Luego está mi ser poéticamente roto falleciendo, desvaneciéndose, vaciándose del eco hueco. Me pierdo, me encierro y, con todo ello, te alejo de mí como un colibrí. Me va picando la lengua y la oreja izquierda y siento un cosquilleo raro en mi ser interno porque aún arde ese fuego. Ahora, mientras voy imaginándome algún que otro cielo, oye, despierto, te observo en mi pensamiento y te ves tan imperfecto que, joder, me hallo queriéndote de forma incesante, indiscreta, directa y entera.
De metáforas, va la cosa
¿Será esa ya la última vez de todas las próximas inercias? Esas donde en cada una de ellas me caigo solo porque quiero, sin percatarme, aletear tan alto que culmino arrasando el suelo. Cada recoveco es un pequeño, pero intenso, placer más. Me muero, ¿O creo hacerlo? Mordí tu anzuelo, aunque tranquilo, ya me quito del medio para así enterrar el diablo que me canta continuamente dentro de mi alma: «le quieres y no sanas». Luego de tantas pausas, aparezco yo, metafóricamente hablando -o narrando-, salgo de mi cubículo, dejo que sangre la herida, provoco el estallido y, entonces mi arte maldito y ennegrecido surge. Soy la bala amarga o la enjaulada o la fastidiada. El caso es que ya cogí el escopetazo. Soy la diablilla que salta sin parar y entra aún más en su propia burbujilla. A posteriori de que exploten las mariposillas, qué pícaras, va y me pillas quedándote enrojecida, permaneciando contentilla. Sin querer derrapa la ilusión hasta enfriarse entera que cuando se rompe revienta en varios pedazos y nos recuerda a todos que hay que tocar de cabeza al suelo para abrírsela y acabar comprendiendo que hay que ir huyendo del surrealismo y estar, aunque duela, en la jodida realidad. Puntualizar, puntuar, colocar los acentos correctamente y borrar los dos puntos que sobran de los suspensivos. Dejarse de tantos suspiros y milagros incomprendidos. Es hora de suprimirse las desgracias y apreciar las sombras más oscurecidas.
La última cicatriz
Justo en este preciso instante me ubico en ese limbo: si te sigo esperando o si me voy yendo. Solo se trata de tomar una decisión, de perderme aún más. Esta mañana rocé el cielo con la yema de mis dedos y caí descendiendo del derecho, quizás. Se está bien, pero aspiro a más, me quiero alcanzar ya que tú no sabes… Después, las mariposas, que iban arrasando la cólera, así, nerviosas enloquecieron todas. ¿Sabes? De tanto sonrojarse, pues estallaron porque se estamparon con la ilusión. Mucha perdición, y las perdices…, que acabaron comiéndose entre ellas en una tristeza profunda. Déjame decirte, tal vez, describirme o definirme, que soy aquella, la última cicatriz.
Cerrando etapas
Quizás, desordenando mi cabeza, o mi corazón que va ensangrentado, arrastrándose, encariñándose en un pasado. ¿Tal vez así huya y disminuya el dolor? Lo que pasa es que me da tanta pereza existir que no sé ni cómo sobrevivir. Pensé, sentí tan adentro, que el amor dolía. Resultó ser el desamor y la forma en que me quisiste que no es la que me pertenece ni la que me merezco. Cerrando etapas, así voy, así me ahogo, pues intento plantar la semilla, pero se considera tan metafórica que me pilla y, de tan pícara, se pellizca hasta arder y jamás florecer. Me quiere morder y soy tan lenta que culmino en el otro placer. ¿Cuál será? ¿Tendrá nombre? ¿Y apellido? Luego de ubicar las caóticas ideas, me quiero quedar, y ya. ¿Que cómo será? ¿Qué sucederá? El destino ya se agotó de ir tirando balas, así que como actualmente voy tomando decisiones, ¿Será que por eso todavía me pierdo?
El pero
Cuando intentas convencerte de una sola manera y de una única forma tan real y latente, significa que la frase que parece inédita ha sido transformada, sí, descolocada, conjugada, borrada y reescrita varias veces. Jamás podrás ocultar o cambiar el qué, el cómo quizás, pero la realidad escondida detrás y dentro de la verdad es la sinceridad completa, exacta, perfecta. Sí, la maldita y embrujada sentencia: que te sigo queriendo, que a pesar de todo te quiero, y hay un pero, y vaya si es jodido. ¿Dónde está el truco? ¿Eres el mago? Seguramente la magia la puse yo, de primera mano, con tanta ilusión que se incendió, que estalló el infierno de donde chispeaban brillando todas las estrellitas eternas, efímeras, encendidas, y muy enrojecidas, como mis costillas.
Las semillitas florecidas
Las palomas van suspirando, te busco entre las semillas de mi corazón que ya va sanando, a ver si te encuentro en aquel escondrijo, el huequito. Cómo duele y, al mismo tiempo, escuece, la rosa que parece que se sonroja, pero ya estalló sacándose de la herida la última, marchita. El caso es que está sangrando, intentando aguantar las ganas y los colores en los pétalos muertos. ¿Sabes qué pasa? Que se descosen, cada vez van menos deshilachados. «Es el proceso», dicen. «Trascender a otro ser, transformarse», dije yo. Para luego estancarse, ahí, en la misma miseria, aunque el bucle esté roto, quebrantado, se precipita por la escalera desde arriba y se va cayendo mientras se golpea al vaivén del querer quererse. Si en eso consiste la vida, me aptece seguir, por y para mí, desde dentro, siendo feliz.
¿O sí?
Después de la herida, la semilla. ¿Cuándo cambiaré de registro? ¿De qué manera? Los pies y las corazonadas despedazadas, sin esperanzas, se me solapan. Estoy, de hecho, voy triste, y enloquecida por la rosa marchita. Me gusta el monstruo, y de la sombra que atrasa y arrastra, ¿A qué se dedicará? ¿Con quién insistió tanto en un pasado? Me arraigo, me enredo, me atrapo, porque mis pensamientos bailan al son del viento muy espeso. Si hablo del enamoramiento…, se difuminarán las luces creando un cielo. Anoche vi las estrellas que me remontaron a la tristeza más inédita; la mía. Aquellas, tan bellas y eternas, eran todas las bombillas petadas. Estallaron de toda la soledad que fueron llevando. Cortando de raíz se me ha disecado la cicatriz. Y perdí la última perdiz, pues ya no hay un final feliz.









