Aun así, se me cristalizan los ojos.

Y se me sigue rompiendo el alma.

Se me enorgullece el corazón de tantas cicatrices, sobretodo, de aquella tan profunda. Que la odio con todo mi odio y, a la vez, la amo con todo mi amor. Porque me ha enseñado a sobrevivir, y no es por despreciar a las otras, pero es que sólo fueron rasguños reparables o, quizás, más quebrantables.

Porque el amanecer ya está aquí, rozándome los labios, acariciándome el pelo; me dice que viva, joder. Me lo grita a cada instante, con cada rayo.

Estallo.

Y me vuelvo a levantar aunque, unas cuantas veces, me quedé abrazando el suelo. Hasta lo quise que, aunque era feísimo, fue queridísimo.

Porque soy amante de las margaritas, las marchitas, las que se quedan en ceniza, las que se mueren por haber sentido demasiado.


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