Etiqueta: tristeza

  • Romper con todo, conmigo

    Rompiendo ambos vínculos -con el externo y con mi ser interno-. Y es que del pasado al presente solo hay un trecho, formado por tres huecos, o más.

    Quebrantar el hilo invisible, y tan latente, con mi propio sufrimiento es complicado, tanto, que voy estallando y de chispazo a chispazo tiro, sin avanzar, y me arranco del pecho, que duele, que escuece, manifestando aquella tristeza tan prfounda.

    ¿Cómo definirla? Es ilimitada, gigantesca y deshilachada de donde van brotando las dudas, los miedos y las sombras que, de estas, con impulso, nace el monstruo. ¿Para qué ocultarlo? ¿Cómo remediarlo? Si la forma que se va armando es abstractamente vacía, y rota. Mira, como yo. ¿Estoy, sin querer, inconscientemente, descifrándome? Joder, cuesta abajo, ¿O arriba? Créeme cuando mi mirada cae. Me siento abatida, casi rendida. Aunque voy caminando todavía sin lanzar la bandera al mar. Espera, porque soy yo el océano colérico, enfurecido. Gruña, ¿Le oyes? ¿Me escuchas? Siente estallando en susurros. Son gritos, ¿Sabes? ¿Cuál será el penúltimo? ¿Cuándo? ¿Y de qué manera?

    Ayer sopló el viento, y la ceniza del amor desgarrado que quedaba en mi corazón, débilmente se fue yendo. Ahí, descolgándose.

  • Las olas coléricas

    Quiero un océano entero, fuera de mí, porque dentro ya lo tengo.

    Las olas coléricas chocan con mi corazón. Se van disecando las lágrimas. Estoy en sequía y muero y vivo y vuelvo a nacer, y a florecer. ¿Sabes qué? Dame certidumbre porque de inseguridades y miedos tengo pa’ aburrir. Me los voy comiendo a bocanadas de aire mientras saboreo la tristeza mezclada con la sal del mar. La espuma abruma porque abunda. ¿Qué traerá? Aquel pájaro de allá, siento. Me tumbo en la arena. Quiero paz, pero sigo en un bucle continuo. ¿Cómo romperlo? Necesito otro tipo de infinito.

  • Mar de sangre

    Quiero hablar contigo, contarte, llorar entre tus abrazos y quedarme ahí. Levitar entre llanto y lagrimales, las flores se caen. Me marchito, me marchito, papá ya he muerto. Me desmaié esta tarde, ahí, en mi cama, abrazando mi cora’ lloro otra y otra y otra y otra y otra vez. En bucle voy volando mientras arraso el suelo. Tengo a mi niña, que debo alimentarla de amor, pero es dolor. Amansar la tregua, quiero guerra y ser más y sentirme menos. Me quemo, me estoy quemando solo al ver la mirada con la que carbonicé, tiempo atrás, mi ser, mi alma. Córtame la fe, la esperanza, la ilusión que viene y se queda. Y se queda y me observa. Es distinto a otro día e igual a la mañana siguiente. Porque los amaneceres abundan, ¿Pero cuántos atardeceres quedan en este vaivén de cicatrices? Son heridas rotas, obvio, pero, triste, quieren seguir sangrando. Quieren… seguir, ahí, muriéndose en el mar del dolor.

  • Perderse contínuamente

    Perdiéndome en bucle, así me siento últimamente. Sí, llena de tristeza, es decir, vacía. Me tomo cada tarde un café con mi querida soledad. Escribo, o la denomino tantas veces, que se ha apropiado de mí. Ahora me llamo Anna, la ahuecada; la que se rompe al borde de la costura. Solo necesito crearme. ¿Y si la solución es, sencillamente, seguir relamiéndome las heridas? Las costillas, ¿Dónde están? De cosquillas ni hablemos. Quiero decir, ni me las busques. Sí, porque, no entiendo cómo, pero voy despilfarrando la vida. ¿Era eso vivir? Será desvivirse, deshauciarse de una misma. O desalojarme. ¿Me sigues? Siento que solo te dedicas a perseguir mis huellas. Te hablo a ti, sombra; que me observas, anhelante, y angustiada, desde el espejo. Somos, nosotros, otro tipo de reflejo. Nos vamos transformando. Volvemos otra vez al ruedo. Como duele el acto de marchitarse sin ya saber ni apreciar el querer(se). Los intentos, aquellos, por amarse, se han vuelto locos, tontos o sordos. O los tres a la vez. Unísonos y cuatro hostiazos. Dicen que a la tercera, la vencida. Voy, ya, por la quinta, y sumando. O restando. ¿Cómo lo ves? Yo demasiado oscuro; un cielo ennegrecido, sin estrellas. Probablemente había tantas que se han estrellado levitando entre el desliz, el vaivén, de seguir siendo, o inmutarse para siempre.

  • Perder a una amiga

    Perder a una amiga es como perderse a una misma. De aquella forma se sintió. Así se siente. Mirarse en el espejo y solo ver, y no observar, el reflejo sin percatarse de los matices. Saber que estás mal desde aquel día, ser consciente de lo enferma que te pusiste y de cómo sigues. Tener muy presente que decaíste, de que moriste chocando, tristemente, con el bucle infinito.

    No sé para qué, bueno sí, para joderme, descubrí tu sentimiento. Lo que sentiste, y seguro que sigues sintiendo, hacia ella. Percibí, ya desganada, que te enamoraste perdidamente. Tú dijiste que era el principio de un enamoramiento, pero yo, después de leer a Mario Benedetti, tal y como dijo Don Rafael, cuando dices «creo que me estoy enamorando» es que ya lo hiciste hasta la llaga de tu -y mi- marchitado corazón. Fue jodido. Jodida estoy. Morí, muero y voy muriendo.

    Nosotras en aquella cafetería: ella hablando, yo diciendo mucho con la mirada. Callándolas, las palabras, en suspiros, en intentos de argumentar. La mierda ya estaba echada. El suceso ya anduvo su curso. No hubo opción de cerrar la puerta pues el cerrojo estalló, rompiéndose. ¿Y sabes qué? De una vez por todas, nada estuvo de mi parte.

    Me importa poco. Siempre he sido un zero a la izquierda. Prefiero florecer en mi soledad extraña, rota y malbaratada e ir haciendo malabares con mis sensaciones.

    Entonces, apareció el momento. Parecía algo superfluo y al asemejarse tanto a la nada, esa «nada» se convirtió en otro de mis huecos oscuros. El más ennegrecido. Destacó. La oveja negra, le nombraron los otros agujeros. Porque pensé que lo había perdido todo. Reflexioné innumerables veces: estoy sangrando. He perdido tanto que me estoy recreando en los recovecos de mi misma. Y sé que acabaré, para volver a empezar, sonriendo sin hipocresías. Seré un océano cristalino. Mientras tanto, miento.

    Y fin, de la incógnita.

  • ¿Qué es lo que más odias que te pregunten? Explica por qué.

    Odio que me pregunten cómo estoy, porque siempre mi respuesta será «Bien» aunque esté muriéndome por dentro. Es triste, pero es mi realidad. No sé, imagínate que estás intentando desconectar, sentada en una cafetería mientras lees lo que sea que te apetezca leer y, de repente, aparece tu amiga y te cuestiona cómo estás. Has tenido no un día sino un mes de mierda, ¿Crees que lo que te aptece es contar qué te sucede y porqué?

    Lo último que quiero es martirizarme más. No quiero relamerme las heridas abiertas, no quiero indagar en mi ser, no quiero morir otra vez, no quiero tener que expresar, no quiero sacar todo lo que me hunde y me hace mal. No quiero porque me doy asco por dentro. Porque le tengo miedo a mis miedos, a mis defectos.

    Si eso, ya lo escribiré. Porque soy así. Cuando estoy triste, escribo. Y si leo aquello narrado, aquel sentimiento que bombardea dentro, será por casualidad. Aquel acto regular, tan común, quizás, lo cotidiano de una escritora, lo habitual, en mi caso, nunca lo es.

    Soy rara, soy única, soy la excepción. Me salgo de la norma, de la etiqueta «normal». Lo sé. Y ya lo asumí. Sí, lo acabo de asumir hace treinta segundos atrás. De hecho, lo vuelvo a asumir. Justo ahora soy consciente de que no soy, de que vivo muerta, de que seguirá siendo así y de que volveré a toparme con la tristeza muchísimas veces más. No soy consciente de que soy consciente y, aún así, vivo consciente.

    Así que, bueno, si te preguntabas qué me sucede, pues te lo digo ahora. Me pasa de todo. Cualquier suceso o sentimiento que puedas imaginar, incluso llegar a experimentar, eso me pasa. Y pasa que el día y la vida y el mes y el año se pasa. Y pasan tanto y tan rápido que ya he muerto otra vez.

    ¿Comprendes? El eco de mis palabras que provienen de mi interior van resonando. A veces, esas palabras que, al final, acaban siendo acciones, tocan canciones graves y tristes, agudas y amargas, breves y alegres. La mayoría son llenas de melancolía. Regresando al pasado, del recuerdo, soy la nostalgia personificada. Si vivo en gerundio es porque me obligo a ser el presente andante.

  • El insecto

    ¿Te has mirado alguna vez?
    La miseria que desprende tu vida, y tú.
    De humana tienes lo mismo que yo de soberbia.
    Estoy sentada, y me siento mal. No es por ti, es por mí. El hecho de que me duela. Tengo que, simplemente, aceptar e ignorar. Pero ese sentimiento que se incrusta como un insecto pica. Y rasco y sigue picando. Qué asco.

  • Cojeo de corazón

    Es irónica la vida ¿No? Al fin y al cabo, vivir en un lugar que nunca fue hogar aún así llamándolo «casa» es contradictorio. Dejar de ser persona a causa de ellos. Ir y venir. Morir y morir: una forma de suicidarse en el mundo. Tendré los años que tenga, pero tengo más heridas sin cicatrizar que vidas. Duele. Me hunde. Jamás seré lo que vosotros queráis que sea.
    Soy texto, palabra y verbo.
    Soy mi propio arte: me construyo y me destruyo al ritmo del viento.
    La superficialidad me habla. Es algo así: llama a mi ventana y dejo que se marche lentamente mientras la observo percatándome de la mierda que se viene. Sí, con ojos críticos y un haz fugaz de tristeza, que divide mi cielo en dos: lo real de lo surrelista.
    Aún así, me rompen. Ya no se trata de cómo me veo ni de cuánto me quiero.
    Simplemente,
    sé paz por mí.
    No me interesa esto: la estupidez humana.
    Y cojéando me voy.

  • Ojos tristes

    Tengo sueño e insomnio,
    ¿Cómo se lo explicas eso a alguien?
    ¿Cómo le cuentas el sentimiento?
    Aquel amor
    que fue arte con arte
    confundiéndolo con dolor.
    Parsimonia por las calles,
    locura
    y un beso detrás de otro
    -amarme falsamente-
    para darme a entender que ya no puedo más.
    La sonrisa, aquella traviesa que se asoma a mi boca,
    me delata.
    Mis ojos también.

  • Un día

    Un día explotaré, mi corazón se derramará y viviré en el intento de morir.
    Últimamente, por no decir siempre, lloro con sonrisas. El cansancio abunda y el insomnio se hace presente en mis noches. En cada una de ellas. «Necesito amor, quiero amor», me repito una y otra vez. No hay manera, o quizás, no hay forma de observar con buenos ojos la vida.
    Porque cada mañana me levanto arrastrando el peso de mis días. ¿Quizás es que no me he tomado un café? No me gusta, está amargado como yo. Como mi ser interno.
    Ya no sé qué digo. Ahora, mi pecho es otro latido. Se me caen los ojitos tristes, muy tristes.

  • Estallido

    Ayer el concierto,
    la música,
    la letra
    o la melodía
    te rompió el corazón.
    Fue el momento,
    recordar tu pasado,
    aquel tan doloroso que parecía no tener salida.
    Tu destino es ser ser,
    pero hay veces que ni uno mismo se entiende,
    se reconoce,
    se quiere.
    Así que,
    o arreglas tu pasado volviendo a él
    o lo cierras para siempre.

  • Etapas

    Porque me iría a otra ciudad a vivir(me) y a sanar la esperanza. No sé. Uno lejano de mi vida natal. De donde vengo, de donde siempre no he sido. La vida son etapas, lo sé. Pero cada vez que termino una, empieza otra mala racha. Y ya cansa.

  • Llorar en palabras

    Escribo para sanar,
    para rememorar.
    Para llorar en palabras
    y regocijarme en ellas.
    Pero, se ríen de mí;
    de mis colores,
    -estados de ánimo-.
    Estallan ante mí
    (explotan).
    Y acaban haciéndome daño,
    muriendo en el intento.
    (Lo siento…)

  • El lobo

    Observo el cielo nublado y luego siento. Me recreo en mi sentimiento, en mi corazón. Me percato de algo: que está hecho trizas. Y tanto que vivo anestesiada en un mar de tristeza incurable. Necesito salir a flote. Permitirme sobrevivir. Déjadme en mis cicatrices, caos y delirios, que así soy feliz. Luego aparece el monstruo -el lobo- y me asusto conviertiéndome en diminuta. Empequeñeciéndome.

  • Timidez

    Pues sí, que habrá y hay mucha gente a la que le es fácil esto, este mundo. Pero hay otras personas que no. Que no se adaptan o, que la vida les desencaja constantmente.
    Se derraman en sufrimiento porque son desarmadas moralmente. Y la culpa no la tienen esas personas por ser así, sino como está formada esta sociedad que no tiene ninguna cabida.

    Y luego tienen que ir a terapia para trabajar la autoestima y las habilidades (sociales). Pero es que estamos en constante movimiento, y nada pasa y todo cambia. Y es absurdo armarte de valor en este bucle sin salida. Porque el problema no son ellos, sino los demás. El problema real radica fuera. Allá.

    Y duele y llena de frustración. Y luego, las personas -ajenas- las miran con curiosidad concluyendo que son raras. Pero es que la rareza no es mala ni buena pero apesta. Almenos hasta donde yo sé.

    Es que nos han educado para vivir en sociedad, para caer bien, para ser buenos en algo. Luego, de tanto no sacamos nada provechoso. Todo es en vano.
    Vamos tirando como podemos ¿O como quieren que tiremos? Es decir, ¿Caminamos como burros sin cabeza o somos los burros personificados?

    Sinceramente, me repela el mundo y no me resbala nada. Antes estaba asustada y ahora voy forjándome, construyéndome pieza por pieza siendo cada día una mejoría. Qué absurdo ¿No?

    Y yo digo que quien no se destruye no se construye.

  • Cuadro invernal

    Me sentía nerviosa, demasiado. Mi corazón acelerado y mi cuerpo temblando aunque mi apariencia parecía calmada. Y caminaba con la música agalopando mis oídos. Sentía, y quería dejar de hacerlo pero no podía. Así que seguí mi rumbo. Las palpitaciones aumentaban y mi cerebro se bloqueaba. «Qué miedo, qué miedo» pensaba mientras buscaba el número en la pared. Y al entrar, al subir y al sentarme me entró una serenidad y una paz anormal. Llegó tarde, me sentí mal. Leí unas cuantas páginas para despejarme. Y luego me sentía peor de lo mal que ya estaba. Me rechazó, aquella señora de pelo rubio, asustada e insegura, me sacó de allí con palabras. Que eran balas disparadas a mi interior provocando un colapso a todo color. Me convertí en una mujer en blanco y negro al salir de allá. Y bajando y bajando y, bueno, hundiéndome en la decepción encontrándome con la tristeza, me quedé pasmada. El tiempo, por un instante, se detuvo.
    «Ya tengo otra historia que contar», pienso ahora, después de escribir el texto.
    Pero es que la vida me abruma con su frío, con su forma helada de abrazarte y quebrantarte. Y duele, joder si duele.

  • Vacío

    Quiero esperar al amanecer y dormir durante el atardecer. No tengo sueño, porque pienso, porque siento. Tiemblo ante un mundo injusto y lleno de crueldad. Y así va que me hundo en una miseria hermosa, y muy humana. Temerosa de todo esto me voy ocultando entre las risas -sombras- de las personas. Sólo hay gente. Muchedumbre. Los pasos hacia la gloria se esfumaron, desaparecieron. E intento -uno absurdo y sin sentido- abrir mis alas y volar. No puedo. Soy un pájaro a punto de despertar del ensueño que luego se acaba matando. Cayendo. Voy con la vida entre mis manos porque, como dije, voy acelerando para acabar derrapando. Y entre ellos avanzo adentrándome en un caos sin salida. Sollozo, a sorbos lentos. Se me atraganta el corazón en la garganta. Y se queda ahí intentando bajar, queriendo con todas sus fuerzas volver a su lugar. Pero ahí está hasta que, bueno, salta. Y tan alto que sale por mi boca y yo me quedo vacía. Hueca.

  • Mi soledad

    Mira, no sé.
    Lo que viene y va,
    y se fue.
    -Se fue-.
    No hay nada más bonito
    que ver como la primavera florece
    o como se deshace el otoño;
    como caen sus hojas,
    llenas de dolor,
    y resentimiento.
    Porque la vida te llega
    y no para.
    No se detiene ni un segundo.
    Y te dicen que aproveches.
    ¿A qué?, Me cuestiono yo.
    Porque ya no hay paz
    sólo soledad.
    Mirálas, ya no están.
    Se han ido…
    Y hablando del irse,
    ya no hay marcha atrás.

  • Perdí

    He perdido diecisiete euros
    en una apuesta de mierda,
    siendo lerda.
    Y me he dado cuenta,
    después de todo,
    que malgasto;
    el tiempo,
    las personas
    y mi vida.

  • Días de sol

    Días de sol
    y esa lagrimilla que cae.
    Un poco de corashe roto,
    sombra y luz
    y en blanco y en negro.
    -Vintage-.

  • Ansiedad

    Sé lo que se viene, la detecté tres años atrás y, bueno, ahora la llevo dentro y duele. Como cuando te arrancan el aire y te quedas sin respiración no un segundo, sino un minuto. Como cuando te presionan el pecho con preocupaciones sin sentido que van pasando por tu cabeza constantemente. Y donde está tu corazón se empieza a vaciar toda la sangre. Ahí, a pedazos, comienza el hueco. -El vacío-. Ansiedad, bienvenida. Te abro las puertas a mi vida. Te quiero, a ver si así te vas. Y se va, pero poco a poco va aprisionándote los pulmones. Las rosas que salían de ellos ahora son piedras grandes y pesadas. Que pesan, y pesan.
    Pensar y sentir. La tristeza llega apoderándose de todo tu ser y, luego, el llanto que es como que quiere salir y no puede. Se queda estancado en la garganta. Y es cuando comienza el caos emocional. Uno que no tiene marcha atrás. Que aunque lo eches, regresa. Porque sí, por amor al arte todo esto te supera. Intentas respirar, -intentas-. No puedes. No, no puedes. Querer quieres. Y tiemblas de temor. Y sigue, sigue, sigue asfixiándote. Sea el tiempo que sea lo estás sintiendo con todo tu ser: alma, mente y cuerpo.
    No te mueres porque ya lo estás, y del milagro -susto- sale tu mirada angustiada que se pasea por las calles con la alerta activada. Que ya no vive calmada. Que la sensibilidad arranca y no para, no para.
    Todo pasa, sí, y vuelve (a pasar) arrasando.

  • Ayer

    El día no ha empezado mal, tampoco ha acabado bien. Porque el intento de leer se ha quedado en eso, en un intento de algo. Como levantarse por la mañana y decirse a una misma «hoy será un bonito día». Si hermoso ha sido. Lleno de dolor, de granizo y sol. Después, ha llegado el bucle. Ya no quiero escribir de rutinas ni tampoco de vidas. Simplemente quiero dejarme ser -paz mental- y tener salud, una poquita. Vete a saber qué pasará mañana. O pasado. Nadie lo sabe. Pero es que yo no quiero saberlo. Sí, cierto, tendré muchas horas para escribir, para sentirme y rememorar momentos. Revivir aquello muerto. No quiero, no estoy interesada en ello. Porque me retumba el cerebro y las palabras sobrevuelan mi cuerpo. Y, llegados a este punto, ya no sé si estoy o si soy. Ser soy, ¿Pero cuál? Cada quien tiene su mierda, cada quien entiende su miseria, o su fortuna. Dependiendo de la perspectiva.

  • Alma vacía

    Y entonces, de un segundo a otro todo cambia.
    Todo se siente, se vibra, se percibe.
    Porque duele y se sobrevive como se puede.
    Estoy,
    y soy un hueco que se agranda.
    Un vacío,
    un mar sin agua y sin sal.
    -Que duele, que arranca y mata (almas)-.

  • 00:01

    Ayer fue irónica la situación. Entra un conocido para no sentirse solo, para sentirse refugiado, y justamente ya hay alguien que lo está dentro de la casa. Porque no hay nada más bonito que compartir momentos, dar abrazos y besar mucho. Pero ¿De qué sirve? -digo yo- si tu familiar más crecano no puede estar ahí en persona. No porque no esté, sino porque no debe.
    Es triste y desolador; arranca -el dolor- el alma del sujeto. En este caso yo.
    A partir del viernes a las doce y un minuto, decidí pasar cada fin de año como uno más, como uno igual. Ya no lo voy a celebrar desesperadamente, esperando el inicio de algo mejor.
    No es aquello que está por venir, es lo que tú quieras que venga. No esperes, sueña si quieres pero hazlo real.
    Y hazlo tú mismo.