¿Qué sucede? Que la vida pasa, no perdona y arrasa, aunque una no quiera ni tampoco le pertenezca esa guerra. La que me gustaría perder, sí, zanjar la batalla, soltar la armadura, instaurar el cartel de paz para, por fin, bailar en una solitaria libertad, pero abriendo las alas, empezando a volar. Me apetecía saltar, apostar por ese precipicio. Resulta que está maldito. ¿Ya viste mis ojeras? Están feas. Y, yo, que me voy con la mirada nublada y el alma enturbiada. Mis pestañas se caen como todos mis deseos. Tampoco te hablaré de anhelos…, es que se van dejándome cada vez más alocada. Pero, yo, en ese vaivén… ya ni sé ni tampoco puedo, ¿O sí? El caso es que me quedo. Vaya, que si me quiero. Aunque ojalá todo brillase de otro tipo de color. Dicen, dicen, que siempre acaba saliendo el sol…, ¿Pero y si soy la luna? ¿Seré, quizás, la lunática? O la desconocida y, a la vez, la fanática. ¿Algún día dejaré atrás las metáforas? Amanecen las lágrimas, se van saliendo entre realidad y verdad. Será que voy jugando a evitarlas, quizás consiste en olvidarlas. ¿Cómo se arranca una misma la coraza? Está ya tan machacada. Quisiera, si fuera posible, ensancharme la esperanza, abrazarme a la fe. ¿Pero cuál? ¿Con qué final? Ahora, escribiendo con conocimiento de causa, quiero una casa, sentirme amada, ilusionada, enamorada, pero solo veo grises y nubes polvorientas y peldaños rotos y papeles arrugados, y a mí cayéndose por aquel ventanal tan descomunal que me grita a susurros que me tire, que así me ubicaré en otro espacio estelar menos mortal.
Etiqueta: prosa poética

La margarita
Me apetece, ¿Cómo decirlo? Caerme y quedarme para siempre, siendo eterna, en ese hueco mío. Hacerme ovillo, detenerme y no salir jamás. Sí, que la tierra me ahogue en ella para después convertirme en estrella. Jamás regresar a mi antiguo hábitat. Voy, así, tan cansada, con mis ojeras y llena de goteras, que ya dudo de si podré seguir. Tengo la capacidad, que parece inédita, de sangrar y llorar y de sacarme las heridas con no sé qué, que me vayan saliendo más astillas. ¿Tanto se aprecia mi «cansancio emocional»? Quise quedarme, en un pasado raro; mi yo del pasado. Ni poético ni tampoco real, simplemente me fui desdibujando en formato superficial. De golpe y soplido o susurro amargo, me manda la tristeza y se me sueltan, tan secas, unas cuantas lágrimas disecadas. Ahora me aprietan algunas costillas, ¿Serán las espinas? Creí que florecía…, a veces me siento margarita, así, pequeña, desnuda y quieta, que solo se mueve al vaivén del viento. Y vuela y vuela y allá se queda.

Echarse las riendas
La vida va que vuela, la muerte se acelera, mi querida amiga se ausenta al ver mi mirada preocupada, con algo de alma y un llanto no tan seco, que parece inédito. No es que me quiera morir, es que, perdóname por el pretexto…, ya vivo muerta. ¿Me querían vívida, ardiente, candente? Pues aquí estoy, así voy: siendo la inmortal con una pizca de moral y la sonrisa torcida ya sin sal. Que me parece perfecto si la desgracia se apellida con algo de gracia. Quizás con suspicacia se arranca de una peripecia y deja de dar volteretas, pero, oye, que yo termino aquí mi trayecto. Sí, me retiro, me aparto, culmino. Que me alejo de la quietud, de esa rara lentitud. ¿Me explico? Sobrará a raudales la teoría, se saldrá por las orejas. ¿Qué queda? La piedra pesada y enturbiada que no anda. ¿Ya he dicho que me estoy moviendo en este gerundio que va doliendo? Va, la patata, latiendo, quemándose a fuego muy lento, aunque eterno. Tengo, desde hace daños, un montón de milagros incompletos. Además, mis pestañas se me van cayendo al son del vaivén del tiempo. Pasarán los años, pero mis pies intentan con algo de impulso caminar. Resulta que van saltando y, tan alto, que luego aterrizan desde aquel precipicio vacío -el mío, negrísimo- que acaban desencajados, en blanco, porque el posteriori, que es el acto seguido, consiste en desconocer, en no saber ni tampoco poder colocarlos, encaminados uno detrás de otro. ¿Izquierda, derecha, era? ¿O hacer las maletas y dar media vuelta o pirueta? Quizás, pasar las cuentas con una misma para echar las riendas y, finalmente, derrapar en la risa floja que aflora mientras se sonroja la alegría tonta.
Mi poemario «¿Te puedo escribir algo?» ahora está GRATIS
Me apetece compartir algo especial: mi poemario ¿Te puedo escribir algo? está disponible gratuitamente por tiempo limitado.
Es un universo donde recojo fragmentos, cicatrices y desamores. Si te gusta la prosa poética que suelo publicar por aquí, este libro es un pedacito más de mí.
Si lo lees, me harás completamente feliz. Y si te apetece dejar una valoración, una estrellita o un comentario, estarás apoyando muchísimo mi camino como escritora.
Gracias por leerme,
Nos abrazamos, aunque sea desde la distancia.

La infinita
Necesito aclararme las ideas y, tanto, que resulta que todo está ya demasiado claro, ¿O no? En este anochecer la luna está ausente, aunque candente. Quiere, anhela, se aprecia las heridas. Parecía mentira, mi mente ennegrecida y, yo, muy viva. Ahora está enredada con la tuya. Sucede que la vida pasa, que las colillas se incendiaron, que el fuego arde. Tiempo atrás le temía a ese hechizo, pero es que la magia ha hecho de las suyas: ha estallado. ¿Sabes qué? Que me duelen los ojos de lo secos que van, que me siento cansada del qué dirán y, además, ese cansancio emocional no se va, sino que se aprecia cada vez más. Paulatinamente la fe que se descolgaba enturbiada, pues nada, que se está hinchando la octava maravilla mientras ella brilla, pícara, y se sonroja porque con orgullo nos mira.

Estamos brillando
Vaya miércoles tan triste, está decaído, así, descolorido. Aunque sin querer voy y me pinto cuando escucho mediante tu playlist lo mucho que me quisiste y me quieres. ¿Que dices que estás colgando en mis manos? Que te susurro, que soy yo la idiota que se cuelga por y también para ti. Que volarás, cantas. ¿De qué? ¿Cuándo saldremos, ambos, a bailar? Porque si te observo me quiero quedar, ya que tu mirada azucarada, de una mezcla de tonalidades otoñales, me grita felizmente anhelante, que aún me quiere. Y que se quiere estacionar, aquí, a mi lado. Aunque tengo una pequeñísima duda: ¿Cuándo es el «momento adecuado»? Porque yo voy y, si te apetece, me lanzo ya, ¿Sabes? Me uno, me ato a tu andar y, así, caminamos juntos. Incluso arrasamos, porque lo haremos. Ambos lo sabemos, si solo con vernos nos sonreímos contentos. Entre las ambigüedades, las ironías y, sobretodo, las corazonadas, ya nos podemos despedir con calma de este mundo terrenal. Porque nosotros estamos hechos de otro sabor, de un olor espectacular. Lo vamos a lograr, así que… Vayámonos a brillar a otro espacio estelar. Me quiero quedar.

Te quiero
Sin nada que temer, con la mente por las nubes, ya menos grisáceas… Llevo en las pestañas -caídas algunas-, mis deseos, entre todos ellos, tú. He soplado varias veces, cerrando mis ojos y abriendo las alas porque sé que vamos a arrasar, que iremos a volar en el más allá. Aunque aún residen amargas desilusiones a conjunto con las frustraciones. Unas tres, diría yo. El caso está hecho, zanjado, porque sea como sea nos estamos queriendo en este gerundio sempiterno. Narro, (me describo), desde otra perspectiva, desde el cuadro casi colorido. Faltaría pintarlo un poco más, sanarle las pinceladas más oscurecidas, las ennegrecidas. Para eso estamos ambos, ¿O no? Me ilusionaste con razón, picardía y bastante sabiduría. A pesar del quemazón en mi corazón, que ya va sanando al son de su sangrado, por favor, querido mío, no me fastidies. Déjate de sandeces, ambigüedades, perdices y finales felices, y ven, que te estoy esperando. Quizás perdure ese agarre unos días más, pero si te quedas atraś, sin querer y con mucho impulso, me precipitaré. Entonces serás tú el fastidiado, y yo diré «la fastidié». ¿Será un septiembre largo? Sólo quiero precisar, concretar, y dejar de ahogar las penas en este lago estancado. Me apetece abrirme al mar, mi verdadero hogar, porque sé que tú serás real en un futuro no muy lejano. Déjame susurrarte ese «Te quiero» en tu oreja izquierda para que luego las rosas florezcan, para que sonríamos sonrojándonos al son de ambos corazones, al unísono de nuestro amor mutuo, tan sano, leal y fiel, que brilla con solo el acto de pensarnos al mismo tiempo eterno y tan hechicero que voy y otra vez te quiero, te quiero, te quiero, te quiero, te quiero, te quiero, te quiero y te quiero.

¿Por qué escribo?
Me describo por necesidad de sacar lo que llevo dentro -esa miseria negra, oscura, disecada- y, sin querer y, con un gran impulso, me encuentro en otro domingo, que parece no ser el mismo, pero que se va cayendo a pedazos, como las hojas otoñales, que dan señales, aunque no sé muy bien de qué ni para qué. El caso es que se van resquebrajando, crujen, se hunden entre mis raíces y cicatrices, y mis costillas, aún doloridas, intentan salir de sus huecos: se perciben escasas y pequeñísimas florecillas todavía ennegrecidas.
Si ves, si miras, si observas, a través de mis letras, quizás encuentres, o no, lo que perdí hace tiempo: a mi yo del pasado risueño, perdido y deambulando entre sueños inéditos y nubes de algodón, que me encantaría alcanzarlas y saborearlas. Entonces, queriendo, ahora, porque remonto, salto y (me) recuerdo, allí, en aquella imagen grisácea, muy vívida, y curiosa, donde vuelvo a ser la niña de nueve años. Sin reflejarme ante el espejo, por fin se me remueven un poco las entrañas, porque aparezco: un yo bastante poético.
Con un documento en blanco, con el cursor botando nervioso en la pantalla y algunas palabras brotando de mi ser interior. De aquella forma, para mí inconsciente, difuminada, se inició mi carrera (de fondo, pero pisando el acelerador cada dos por tres) como escritora, o algo similar.
Así que sí, comencé a plasmar mis sensaciones por una necesidad de escribirme y, con un cúmulo de emociones indescriptibles, he acabado creando un espacio caótico de sentimientos. Con ya varios diarios personales, muy míos, muy íntimos, que se van acumulando in crescendo, y unas cuantas obras literarias, voy a lágrima muy rota, y transformándome, pasando por distintas metáforas o personificándome en algunas, me percibo tan muerta que culmino en un nuevo inicio: la página en blanco, que es un vicio sin fin, ya que permito vaciarme a bocajarro, siempre, desde una inercia extraña y larga.
Escribo, pues, para ir desgarrándome en esta existencia vital.

La luna siendo eterna
Pues siguiendo con la trama lineal, ¿Cómo decirlo? ¿Cómo expresarlo después de haberlo escupido más de treinta veces? Que ya no te quiero, tampoco te aprecio porque me dueles, me raspas, me quiebras las costillas: mis pulmones me asfixian. Es todo tu culpa. El hecho consiste en despedirse, aunque ya lo hice en distintas ocasiones. El problema es que lo expresé siempre desde la misma forma y hasta que no rompa la norma, hasta que no me mueva, hasta que no avance o, al menos, mueva mis talones, jamás podré subirme en mis propios tacones. Y, sin querer, con mucho vaivén, me cuestiono: ¿Cuándo será el momento adecuado? ¿Acaso existe uno? Voy, vengo, vuelvo, me vuelco y regreso al inicio, porque después de un mísero año sigo presa en la peripecia. Tiempo atrás era sencillo el acto de pegarse tres tiros para caerse una muerta. Ahora, resulta que te estoy queriendo. Me regaste día a día la semilla actualmente recién florecida. Ya no soy la chica que a priori parecía una niñita. Soy la mujer querida por ella misma, y por ti. El pequeño inciso es el monstruo, que no viene ni de la ventana ni sale por debajo de mi cama. Cierto, me he convertido en la fuerte. ¿Para qué servirá? Te hablo del villano, del malo, de aquel que te ahoga en su maldita oscuridad y te va hundiendo porque así lo va sintiendo, sin siquiera parecerse al hechicero. Es un maldito embrujo, así, vestido con su bata blanca y su barba aparentemente negra. El lobo más feroz de la manada se ha comido todas mis carcajadas. Suerte de la fe que parecía descolgarse, pero que se va abrochando los botones… la gabardina está llena de hilos ya cosidos. ¿Sabes qué significa? Que la luna convive menos sola, porque el sol está iluminándola, allá siempre, a la vuelta del amanecer. Y, ella, tan bella, va brillando entera convirtiéndose en eterna.

Vaya cuadro
Las coletillas de los árboles se mueven al compás de las copas, cuyas chocan firmando la paz entre ambos, pero esta vez (dejé de calcular las casualidades) hemos sellado un «tú» y un «yo» separado, muy distanciado, zanjando, al fin, el comienzo; colocando, por fin, el punto final. ¿Qué estábamos tratando? ¿Cómo? Espejismo, espejismo rojísimo (y roto)…, ¿Quién es la más arpía de este cuento narrado del revés? Caí, conté…, un, dos, tres, y me pausé. Lloré varias veces. ¿Tanto me cristalicé? Me postergué materializando lo subjetivo. «De lo inédito ni me hables», le confesé al reflejo que tan muerto se quedó. Vaya por Dios, voy saltando párrafos de dos en dos y, de mientras, las raíces que están a rebosar de colillas ennegrecidas, deciden por ellas mismas, retirarse de la meta, porque está tan cerca, que les da pereza. La astucia, ¿Para qué? Si culmino rozando el larguero, y el arquero y el arco y el marco… me fusiono en otro charco. Quédate, pues si lo vas alcanzando. Yo jamás pude ni tampoco supe, pues se cayeron en pedazos las escaleras, todas y cada una de ellas, las que supuestamente me hubiesen llevado a tu letargo ya asesinado.

Las costillas ya florecen
Las canciones repiquetean en mi interior y se van solapando las agrias, y amargas sensaciones. Un suspiro, una verdad que aún queda plasmarla, el punto final casi colocado y la semilla ya floreciendo. «Los comienzos son complicados», dirá mi penúltimo instinto. Ese impulso raro, ese querer quererme, preferirme, elegirme, para después concluir ese cuento chino absurdo. Iba perdida, agotadísima. La gota gorda caía, resbalaba por mi mejilla izquierda. Vaya cuadro tan extraño, inédito. Vaya perspectiva, tan rota, loca. La mariposa se va y vuela, pero aterriza muerta en la otra meta, pues hizo la voltereta, se precipitó, se suicidió. A posteriori de la pausa, del paréntesis, arrasó la herida. Luego estoy yo, mi oculto reflejo detrás (o delante) del espejismo quebradísimo. El borde de la costura se ha deshilachado, se ha despedazado tantísimo que me paralizo ubicándome aquí sentada, en la cafetería de la esquina, entre mis rizos deshechos y varios corazones ya poco derechos, pues se ven tan inertes. Sin creérmelo, y sin saber, con mucha intuición, que la arranqué, saqué de mis costillas la cicatriz abierta que sangraba herida, perdida, hasta que se iluminó mi palidez como si todavía se pudiese. Me quise quedar, de verdad que me apetecía, pero, a día de hoy, me voy sempiternamente conmigo.

En ese bonito latir
Oscureciéndome voy, después de que nazca otro anochecer, que seguirá siendo el mismo atardecer. Un cuadro grisáceo, con algunas manchas ennegrecidas, podría haberlo coloreado. Preferí que se quedara en un estancamiento mental y, que, en vez de volar al espacio estelar común, se quedara enganchado con mi agonía. La ironía arrasa, ¿Será que voy perdida o dolida? Mi risa estalla de tanta semilla que aún le falta nacer, crecer y florecer. Me apetecía arder, y vaya si ardí, tanto que, bueno, he vuelto a sonreír en ese bonito latir. El «pero» es que en ese viaje voy a sufrir, no porque sí, sino por ser así.

¿Será real?
Resulta que no sé escribir ni definir ni tampoco vivir. Lo único que hago es huir de ti, de mi faceta que parece atreverse cada vez más a moverse, a surfear por otros, y nuevos y fugaces lugares. Desabróchame la cobardía, llévame a saltar, a volar, que me gusta esa sonrisita inesperada que se asoma de golpe en mi carita de niña tonta, y muy ilusionada estoy volviendo a sentir. ¿El qué? Ni yo lo sé, porque te soplaré un «Yo no sé qué es el amor, y por tanto, no me enamoro». A lo que tú me mirarás con tu atrevimiento que te caracteriza, alargarás tu mano y me sacarás a bailar. Y, con la oscuridad que le pertoca a la vida, y los dos seres humanos a los cuales se les ha detenido el tiempo en el mismo momento que chocaron sus miradas, por estar danzando su tempo y empezando su nuevo y único vals, por fin se besarán. Se acaban de enamorar. ¿Será verdad?

Comiéndome las estrellas
Has dejado de estar, de ser conmigo, y tanto, que tu presencia es ausencia. Me quise quedar, y estuve bastante tiempo atrapada en aquel pasado. Aferrándome a un tú que nunca fue y que tampoco será. Pensé, creí. ¿Para qué? Caí, caí, me rendí abajo, en el pedestal que creé por y para mí. Me cobijé en el lugar, en el primer escalón. Tú estabas allí, bien bonito, idealizado. Yo, ilusa de mí, esperaba a que todo cambiase, a que te convirtieras en otro. En un buen hombre, leal y fiel, y lo fuiste allá, en mi ideal. «Yo te quiero mucho, amor» me vas lanzando de vez en cuando, justo a posteriori de mis «¿Me quieres?» Y probablemente sí lo sientas, pero no lo demuestras. Tantos puntos suspensivos, tantas pausas… ¿Para qué? Tengo migraña y las pestañas disecadas (de tantos suspiros y llantos internos). Me quisiera quedar. Ya no es que pueda, es que no quiero. No me apetece. Fui sola, avancé solitaria y lo sigo haciendo con y sin ti, porque, repito, no estás. Ni me arropas ni tampoco me mimas. ¿Qué significa que me beses? No me apeteces, porque vienes y vas y me desvaneces. Quise, quise tantas veces…, aunque culminé embriagándome de una sed ya seca y muy vacía. Y, al final, arrasé del revés, cierto. Decirte que soy, pero que no estoy. Me disgusta el pecado que cometí: me como las estrellas, ahora soy todas ellas, brillo convirtiéndome en eterna.

Un poco de mí
A veces no se llega a todo, así que me paseo por aquí para agradecer que me leas. Es un placer leerte en comentarios o desde mensajes que me van llegando de vez en cuando.
En esta entrada me describiré, aunque no tan exhaustivamente como lo hice en Burlando el tiempo, publicada el 2024. Justamente anoche me escribió una lectora, quien se había perdido con una de mis breves historias HORAS (publicada en Wattapad hace ya daños) que escribí a mis quince. Aquel mensaje provocó que volviera a releerme aquellos textos tan intensos, agudos y oscuros. Y, entre otras sensaciones, me dio un subidón: nunca me he considerado escritora aunque lleve escribiendo desde los nueve años.
El hecho es que me hizo ilusión, porque aquí donde me lees, detrás de la pantalla, hay una mujer hecha y derecha, con varias emociones entre sus manos, y con una evolución y trayectoria interesantes. Una mujer que antes fue niña, una chiquilla a quien se le quedaron varias ilusiones colgando, porque el milagro no aparecía hasta que estalló ella y acabó derrumbándose para luego lograr salir a flote, para culminar en un quererse sempiterno, en un gerundio eterno. Así que, bueno, a pesar de toda la miseria, aquí sigo, como la protagonista de Burlando el tiempo: autobiográficamente casi rota, o algo así. Ahí lo dejo, a tu libre interpretación.
Soy consciente de que esta vez no he ofrecido gran cosa, solo una de mis obras.
Pd. Únete al caos,
Y gracias por estar.
Cada dos por tres
Se me enfría el café, y el corazón a propósito, de mí. ¿Y me quiero caer o me dejo desvanecer? ¿Estoy apostando por mí para el después? El día, el atardecer, el de más allá, el que se planta en aquel punto y seguido. Pareció, sí, pareció escabullirse, pero resulta que se fue duplicando. Quise, quise, quise arrasar, y de tantos intentos culminé arrastrándome: llevé a mi sombra encima de mis hombros, a cuestas, subiendo la hechicera cuesta. Me hipnotizó tanto que acabé. ¿Dónde? Pues colocando mi reflejo, el del espejo, debajo del pedestal, sacándolo a la fuerza. Dicen que la «maña» gana, pero yo de inteligencia poca. Luego, después de tantas pausas, de los paréntesis, decidí, cómo no, sacarme las astillas y, todas las pestañas y los colores y los descosidos de mi corazón torcido sencillamente iba cojo y loco y poco roto, ya decidió volver a matarse y, pues, ya va acostumbrado.

¿Cómo escribo mis textos?
Pues, básicamente, dejando que el corazón vaya sangrando, brotando, latiendo al son de mis sentimientos.
1. Punto de partida: la experiencia personal
Para empezar, lo primordial es ir observando ya sea el entorno, a las personas, incluso a mí misma (parte bastante complicada) y a tus propios pensamientos… Para ello es necesario recordar sensaciones, imágenes, sonidos, olores y gestos.
En segundo lugar, es esencial escoger una vivencia con carga emocional ya sea intensa, sutil o ambigua. Por ejemplo, un momento especial, un instante vivido con esa persona a la que quieres.
Y, en tercer lugar, decidir cómo vas a narrar el texto si en primera o tercera persona, si desde un narrador omnisicente o desde tu yo-poético.
2. Conexión emocional
La conexión emocional es también importante: identificar qué emoción es la central (amor, dolor, tristeza, felicidad…). En mi caso, la identifico después de escribir el texto, justo cuando decido leerlo y analizarlo de forma superficial. Cabe destacar que soy una persona que no me gusta criticar a los de mi alrededor, por tanto, hacer autocrítica es lo que más me cuesta.
A parte, abundan otras emociones que van completando la atmósfera y, muchísimas veces, se mezclan entre ellas, porque pueden haber dos, tres o, incluso, cuatro emociones. Por eso mismo, consiste en explorar la emoción desde matices y contrastes.
3. Lenguaje poético
Respecto al lenguaje poético hay que tener en cuenta las imágenes sensoriales (vista, oído, olfato, tacto y gusto), las metáforas y símbolos para dar profundidad a la vivencia y colocar ritmo y musicalidad, es decir, usar el recurso retórico de las repeticiones, las pausas, las aliteraciones…, y jugar entre frases cortas para crear tensión y, también, frases largas (subordinadas) para provocar fluidez.
En mi caso, describo mis sentimientos más íntimos de forma poco realista. Eso significa que voy conjugando las palabras con las ideas a través de las metáforas. Esta forma de escribir no ha sido de un día para otro, sino de años de ir plasmando mis palabras en libretas y diarios personales hasta acabar formando este blog e ir creando alguna obra literaria, que actualmente tengo cuatro.
4. Transformación en texto
En este punto es recomendable revisar el texto, que se puede hacer justo después de haberlo escrito (como yo hago la mayoría de veces con mis textos de prosa poética del blog), porque así está recién sacado del corazón, es decir, en caliente, y las ideas y sensaciones aún están flotando por el aire, intentando retenerlas.
Aunque también se puede transformar el texto a largo plazo. En este caso, es mejor hacerlo con textos más largos como los capítulos de las novelas. ¿Y por qué? Porque hay que dejar reposar tanto el texto como las ideas que van surgiendo y, luego, aplicarle un poco de lógica, la máxima que se pueda y quepa.
Así pues, a la hora darle forma al texto es más importante expresar la emoción indirectamente, porque pierde toda la magia si se describen las acciones, las imágenes y las sensaciones de forma literal.
La perspectiva temporal es otro de los aspectos, pues es distinto narrar desde el momento vivido, que desde la memoria. Se pueden alternar ambas situaciones (flashbacks y analepsis).
5. Construcción de la atmósfera
Para construir un ambiente hay que elegir el tono (melancólico, luminoso, introspectivo…) En Burlando el tiempo el tono es de carácter introspectivo, demasiado, creo yo.
El espacio y el tiempo deben ser extensiones del estado emocional, es decir, que deben estar presentes de forma palpables, porque si no el lector se pude perder. Y, con ello, usar detalles concretos para enlazar la emoción con lo tangible (espacio-tiempo).
6. Revisión y pulido
Hay quienes dicen que leer en voz alta puede ser un buen método para ajustar el ritmo y la sonoridad. Sinceramente, yo nunca lo he hecho. En este punto hay que eliminar palabras planas o redundnates, incluso cambiar algunas en concreto para que el texto tenga una coherencia entre la emoción principal, la imagen y el tono.
7. Proyección literaria
Pero como todo escritor, y tal como es la literatura en sí, siempre se pasa de la experiencia a la obra donde la emoción inicial se universaliza, se globaliza, para que el lector pueda reconocerse en las letras del escritor, así como espejo y reflejo. Por tanto, el yo-poético es ese espejo donde el lector conecta con las letras del escritor proyectando sus propias vivencias.
Mi recomendación es dejar espacios de silencio (elipsis) y algo de ambigüedad para que cada quien interprete a su manera, y de ahí surja la magia de la escritura creativa.
En resumen, mi consejo es dejarse llevar por los sentimientos y, así, las palabras saldrán solas. A posteriori ya se le inyectará al texto la sabiduría que le caracteriza y necesita.
Pd. Gracias por leerme,
Nos leemos.
Diamante en bruto
¿De qué escribiré? ¿De qué iré escribiendo el día de mañana? ¿De qué forma? ¿Y con qué modales? Aquellos que perdí. ¿Aún los conservo? Abro la galería de donde se van cayendo los cuadros pincelados a palabras. Estoy narrando cómo se deforman los libros y con ellos, a destellos, varios tempos de la literatura, que se deshace a medida. Las frases, ahora hechas, se abren de un sentido gracias a las tonalidades del pasado que fueron grisáceas. Les costó tiempo, les tomaron fotografías, aún con la caligrafía sin mucha tinta, pues se fue arrastrando. ¿Debería decidir? No sé ni escribir. ¿Describirme? Lo único que quiero es bailar, pecar en la pista moviendo las caderas al son de mis ideales que, actualmente son nulos, están desfasados, algunos enturbiados y, los otros, nublados. El caso es que me apetece colocar el punto final, hacer un «borrón y sonrisa nueva». Culminar el penúltimo vaivén ya que el restante es por donde danzaré, así, al son de mi queridísimo corazón. Dame ese colocón, me pertenece. Brillo, estoy burlando la deseada tristeza, echándose a reír. Ahora me levanto, se me rompió la punta del tacón. Después, se partió y entró la dinamita, o esa, yo.
¿Aún no me lees?
Hoy me paseo por aquí porque la noticia es que dos de mis libros están gratuitos actualmente.
- ¿Te puedo escribir algo?
- Poemario de prosa poética.
- Burlando el tiempo
- Breve novela de suspenso romántico.
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Pd. Gracias por leerme, nos leemos.
- ¿Te puedo escribir algo?
La nota rara
Ya me caí, creo, desde hace varias heridas. Luego, me las comí. Aunque son las cuatro de la tarde, ya pasadas, y se van las horas, se marchan. Se diagnostican la tristeza, tan arraigada a la cicatriz. Se murió, o se mató (sola) la perdiz después de intentar estar feliz. La venda, y la vena aorta, ahora, resulta que se ahorca. Bueno, tantas mariposas loquillas, al final, la cuenta se desliza, con el café derrumbándose. Sigo aquí, no sé ni qué escribí. Será, como cada madrugada, la descripción de mi alma arrugada. Quise ensancharme la mirada. Tanta observación para nada, o para, absolutamente, todo. ¿Que me quede? Si ya me derretí, pues me fui. Resulta que la vida afloja y, a la vez, aprieta, ahí, en el corazón de donde se va cerrando a cremallera. Aletea, corre, y vuela, que se te pasa el arroz. Acelera en la carretera, gira a la derecha y aprieta (el gatillo). Voy, grito. Me quedo casi ciega, de voz, y medio sorda de sensación, porque, si te hablo de la emoción, se me baja el subidión. Vaya colocón. Descoloréame esta, por favor. Y gracias, ríete de mis desgracias.
La escena servida
Todo va cambiando: la rutina, los quehaceres y la vida, pero mi sensación sigue siendo la misma; la monotonía sentimental, tan normal, de sentirme igual y, a la vez, neutral. La mismísima alegría se descojona, colocándose la tontería en una esquina. Luego aparezco yo, justo en medio de esa belleza negra, y muy extraña, que se asoma desde la ventana, y se cae. El caso es que el suceso es tan imperceptible, tan predecible, que los pasos -torcidos y cohibidos- se disocian. Consistía en dejarse llevar, ser y florecer. La cosa va del revés, bastante derretida. ¿Para qué leerme tanta filosofía si entre líneas voy ya servida? El último placer que encuentro en esta casi dinámica es la insuficiente perspectiva, pues carezco de autocrítica. A posteriori agradezco ese momento descontento. Descuelgo la fe del tendedero. Ahora voy con los pies de plomo, pero me pesan, me duelen. ¿Me esperan? Parecía sencillo en mi panorama teatral, digo, la escena montada en mi mente. Solo eran tres pasos y un párrafo preparado soltado, en un futuro, a bocajarro a conjunto con un breve diálogo y la escasa afirmación, sí, que te quiero con menos intensidad, una de tipo fluorescente, de forma intermitente, y ese foco que contiene una superflua intensidad.
¿Soy yo?
Disimuladamente me acentúo las pestañas o las entrañas. Extraño nuestras miradas, que se crucen en un atardecer impreciso, como si fuese cualquier inciso. El impulso, el vaivén de ir y gritar «¡Ven!» Se marchó cobijándose en otro placer. El del número treinta y tantos, allá van unos cuantos. Me he perdido contando los cuartos. ¿De qué? Ya ni lo quiero saber porque eso significa perder. Tiempo atrás magnifiqué, sí, equivocándome: pinté de colores, y muchísimos sabores (abstractos) la nube que acabó convirtiéndose en un sujeto ennegrecido. Mi reflejo querido. Después, sin querer, atravesé la silueta y culminé reconstruyéndome de una pulmonía que, a posteriori de estallar, ha estrellado. Ahora le han nacido algunas florecillas, nada, cinco margaritas. Resulta que vuelan, y que huelen a algodón, que se componen de picardía sin quitarte la alegría. ¿La viste? Está oliendo a sabiduría, y tanta, que se siente la belleza, y la vejez, interna, no tan hueca ni cabizbaja, de la poesía, pues mi ser externo iba a conjunto con ella. Dejó de de detestarse, de apestarse y separarse. Al fin, decidió unirse. Bueno, luego de desvestirse, o es que, dentro de su simplicidad, repitió tanto el verbo… El sujeto se ha quedado quieto: ha pisado el penúltimo acento. De mientras se saca el sombrero. ¿O a acción significa que se lo quita? Vaya, abundan las analogías con la vida. ¿O eran diferencias? Se me escapan, a escupitajos, las paradojas. Será que han saltado el charco -ensangrentad- del martes pasado. Un cuadro que se dio el lujo de deshacerse a pedazos. ¿Soy yo ese espejismo roto? La costura, se te ha caído.
La poetisa quebradiza
Buenas tardes, ¿Podríamos, si fuese posible, redefinir o, mejor verbalizado, dejar de definir lo nuestro? Sacar ambos pronombres y separarlos, dividirlos de un escopetazo o varios tortazos, que después de rasparme las costillas, rasgarme las alas y quedarme en la escasez de las comillas, que parece que digan algo intrascendente. Spoiler: no hablan porque son, eso, tristes signos de puntuación que van de dos en dos. Pues mi yo-poético desearía, con esa intensidad que le caracteriza, desvanecerse del presente y de la pura realidad, centrarse en la divina irrealidad, sumergirse fervorosamente en ella. Dejar de ser la ola alocada. Me voy expresando, supongo. Interioricé tanta miseria. Soy varios poemas enturbiados, quebrados, como los papeles y aquellas cartas del pasado. El caso se acentúa, va en cursiva y en mayúsculas, y entre letras se regocija, ocultándose, pero mi otro reflejo, que carece de espejo porque se observa de reojo, acaba de plantarse: quiero, intento, escribo, piensa, el suceso acaecido, pero no sé. Serán los pretextos de los cuales abundan los escasos acentos. De interrogantes, aún quedan porque así lo eligieron desde hace ya tres segundos atrás, que van restándose. «Me apetecía caer mientras aprecio aquel quehacer», se asombra mi cerebro que va aprisa. Descorreré la cortina, que se ilumine la caricia y traspase la fase entristecida. Aunque el verbo quisiera cerrarse, jamás podrá, pues se va meciendo y, así, intenta, sin poder ya definirse. Esa acción es en la que me he convertido. Dejé de derretirme, de definirme, de convencerme. Lo único que surge es el impulso fallido, vacío de esperanza, de ser. Por tanto, me dirijo, a tiro fijo, a mi queridísimo discurso absurdo. Seré zurda, por eso me sale todo con el pie izquierdo. Voy, y quiebro.
Cerrando etapas
Quizás, desordenando mi cabeza, o mi corazón que va ensangrentado, arrastrándose, encariñándose en un pasado. ¿Tal vez así huya y disminuya el dolor? Lo que pasa es que me da tanta pereza existir que no sé ni cómo sobrevivir. Pensé, sentí tan adentro, que el amor dolía. Resultó ser el desamor y la forma en que me quisiste que no es la que me pertenece ni la que me merezco. Cerrando etapas, así voy, así me ahogo, pues intento plantar la semilla, pero se considera tan metafórica que me pilla y, de tan pícara, se pellizca hasta arder y jamás florecer. Me quiere morder y soy tan lenta que culmino en el otro placer. ¿Cuál será? ¿Tendrá nombre? ¿Y apellido? Luego de ubicar las caóticas ideas, me quiero quedar, y ya. ¿Que cómo será? ¿Qué sucederá? El destino ya se agotó de ir tirando balas, así que como actualmente voy tomando decisiones, ¿Será que por eso todavía me pierdo?
El pero
Cuando intentas convencerte de una sola manera y de una única forma tan real y latente, significa que la frase que parece inédita ha sido transformada, sí, descolocada, conjugada, borrada y reescrita varias veces. Jamás podrás ocultar o cambiar el qué, el cómo quizás, pero la realidad escondida detrás y dentro de la verdad es la sinceridad completa, exacta, perfecta. Sí, la maldita y embrujada sentencia: que te sigo queriendo, que a pesar de todo te quiero, y hay un pero, y vaya si es jodido. ¿Dónde está el truco? ¿Eres el mago? Seguramente la magia la puse yo, de primera mano, con tanta ilusión que se incendió, que estalló el infierno de donde chispeaban brillando todas las estrellitas eternas, efímeras, encendidas, y muy enrojecidas, como mis costillas.
Las semillitas florecidas
Las palomas van suspirando, te busco entre las semillas de mi corazón que ya va sanando, a ver si te encuentro en aquel escondrijo, el huequito. Cómo duele y, al mismo tiempo, escuece, la rosa que parece que se sonroja, pero ya estalló sacándose de la herida la última, marchita. El caso es que está sangrando, intentando aguantar las ganas y los colores en los pétalos muertos. ¿Sabes qué pasa? Que se descosen, cada vez van menos deshilachados. «Es el proceso», dicen. «Trascender a otro ser, transformarse», dije yo. Para luego estancarse, ahí, en la misma miseria, aunque el bucle esté roto, quebrantado, se precipita por la escalera desde arriba y se va cayendo mientras se golpea al vaivén del querer quererse. Si en eso consiste la vida, me aptece seguir, por y para mí, desde dentro, siendo feliz.
Punto, ¿y seguido?
Es hora de colocar el punto y seguido, seguro que es más sencillo, o no. Con los intentos fallidos de dejar de quererte, cada vez me desvanezco más. Ahora suena una de las muchas canciones que hiciste sonar en tu coche. Sí, eres un todoterreno, pero te quiero lejos porque me dueles, me dueles y, entonces, concluyo, que eso no es amor sino otro tipo de color: el dolor, pero aquí zanjo la cicatriz. Ayer, cómo me mirabas, maldita sea tu mirada, que me corta la vena aorta, que me hiela la sangre entera. Creía ser eterna: soy más efímera que mi propia miseria. Así que si me permites, me elijo de entre todas mis raíces y me planto aquí, no sin antes desvivir mi proceso, mi duelo, mi sufrimiento. ¿Que te quiero? Demasiado, pero, despreocúpate, porque con ese «yo me arreglo», aún sin tener un tipo de celo ni pegamento ni tampoco una pizca de vitalidad, pues me construyo. Del desamor nacerá la rosa, dicen, ¿No? Pues yo narro plantando mi título marchito que soy yo, que siempre lo he sido. Permíteme dar el paso, que ya estoy arrancando del suelo los pétalos muertos. Crujen, crujían y crurjieron. Quizás se cruzan o se mezclen entre la hierba mala, y tanto que nos la acabamos tomando y terminamos, así, descosidos. O torcidos o agarrados de las manos, pero muy separados. Y el texto, es uno de carácter personal, uno de los que he escrito. A leguas se ve tu pescuezo y me quedo sencillamente con mis quehaceres, con los placeres de esa monotonía sempiterna, lo único que queda será esa pequiñísima semillita ya florecida, porque de la flor herida siempre vuelve a nacer, a crecer una más bonita.
Arráncame la hoja
Y lo siento, lo siento tanto por absolutamente todo: por ser yo, por no serlo, por enamorarme sin querer y romperte y, al unísono, estrellarnos, de donde las siete puntas raspan hasta escocer(nos) a los dos. He dejado de llorar, ahora solo me van cayendo lágrimas secas, muy internas y espesas, hacia dentro, porque te sigo queriendo y, entonces, me muero, me muero mucho. También he dejado a un lado la acción de ir tirando flechas porque el flechazo acabó directo en tu regazo, me tienes comiendo de tu mano, solo si tú quieres, pero resulta que aún no me quieres. Se ve que me impulsas a morderme las entrañas, a arrancarme las pestañas y a sacarme del fuego, yo sola, las castañas. Estoy así, tan solitaria, y rota… que ni te percatas y si lo hicieses, si me observases entre líneas que, mírate tú, están borrosas y casi borradas, ensangrentadas, quizás me sabrías leer. ¿Acaso soy un libro cerrado? Será que me encierro tanto que soy fácil de describirme. Tal como dijiste: «Soy predecible.» Joder, si lo soy tanto como tú me hiciste saber: ¿Por qué no me arrancas la maldita hoja del desamor, del dolor a conjunto con el amor? ¿Por qué no te acercas, así, sutilmente, y me plantas en mis labios todos tus deseos? Eres un cobarde, y de serlo tanto, te empieza a herir la cicatriz y, con ella, que le sale la rosa medio roja, y corta, nos provocas un sufrir mútuo y absurdo, demasiado. ¿Te dije que me arreglo sola? Pues la acción de ir poniéndome tiritas en el cora‘… bueno, se han caído todas. Ahora me encuentro en una monotonía inédita, y tanto que de mi llaga quiere salir una mariposa hecha y derecha, pero la costilla izquierda está ya quemada, difuminada. Quiero decir, que de donde debería, mi yo-poética florecer, sencillamente es el otro ser: el monstruo. Se cree tanto lo increíble, que la verdad traspasa la realidad, y mata.
Queriéndote, en gerundio
Te estoy queriendo, así, en un gerundio sempiterno. Es que eres perfecto, y este cielo tan impreciso, nublado, casi anaranjado, poco enturbiado y a rebosar de mariposas son las sensaciones -inéditas- que voy sintiendo por ti. El olor al suelo mojado después de una lluvia torrencial, me quiero quedar en ese latir, y contigo, para siempre, aunque sean dos días contados, y sigan descontándose los segundos. Estamos a escasos momentos de un invierno que, ojalá, sea tierno. Entonces, surfeo entre tus pupilas que me miran, que me miran; qué vergüenza. ¿No ves que me sonrojas todas las costillas? Están loquillas, por ti.
¿Algún día floreceré?
Ya he florecido, pero aún debo continuar regando el jardín. Así que me paso por aquí para comunicarte que, si todavía sigues regándote sin quererte y con impulso, ¿Te puedo escribir algo? Encaja entre tus espinas y heridas. ¿Te unes al caos? ¿Sabes que la semana que viene estará gratuito? Te lo dejo aquí abajo.
Pd. Nos leemos,
Gracias, y que el amor que te das sea sano.

















