Piedras

Hay piedras valientes,

hay piedras cortas, de mente,

hay piedras cobardes,

otras cantarinas,

hay piedras solitarias,

otras, que están acompañadas.

Hay piedras.

Piedras de todos tipos, de cualquier modo y en pluralidades de tiempo.

Y, todos, somos piedras.

Tú eres una piedra, yo también.

Lo siento. Lo somos.

Porque hay algunas que se caen por el precipicio, ésas, son las más valientes. Después está la siguiente piedra, la cobarde -a secas y porque sí- porque, justo cuando empieza a caer por el precipicio grita y, una vez cae al vacío, ve que sigue viva. Canta, de alegría, a veces llora riendo. Pero canta. Y en esa misma oda de pena, se muere de soledad. Porque no hay nadie que la acompañe. Está, sola. Y, en medio de esa negrura espesa, empieza a llover. Otras piedras que también han sido como esa piedra solitaria que, ahora, empieza a ser acompañada.

Son piedras, piedras que se convierten en personas o personas en piedras. Ya no sé distinguir.

Es un bucle. Un bucle de ánimo que parece no tener fin. Y no lo tiene.

Todos caemos y volvemos a levantarnos. Lo que pasa es que yo no he explicado cómo se levanta uno, porque hay piedras, que no se levantan. Y es que están gruesas, pesan, y están llenas. Llenas de emociones y sentimientos, cicatrices y rasguños profundos. Llenas de mierda por dentro, aunque por fuera sonrían. El caso es que están llenas y las alas no son suficientes para que vuelen, por lo tanto, se quedan en la superfície de la realidad siendo demasiado realistas sin ya poder volver a volar nunca más.


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