Mamá,
me duele que me digas que no hago nunca nada.
Porque no es verdad, sí que hago cosas.
Vivo, por ejemplo,
y a mi manera.
Me levanto cada día a las siete de la mañana para ir a estudiar. Estoy seis horas allí metida y luego al llegar a casa, después de comer, sigo estudiando.
Y cuando miro el reloj ya se me ha hecho tarde. Entonces valoro si ir al gimnasio o quedarme en casa. A veces voy, otras no soy.
Y cuando se hacen las nueve, ya es hora de cenar. Y hay días en los que ni nos vemos mi querido y yo.
Pero aun así sigo mi lucha,
día tras día.
Y llegan los resultados, no son malas notas, al contrario.
Y ahí, no pido que me felicitéis, sino que no me deprimáis. Ni me quitéis el valor que tenía en mi alma para seguir.
Porque es duro estudiar, ¿Quién ha dicho que sea fácil?
Cansa mentalmente y, a la vez, físicamente.
No todo son resultados buenos, porque cuando llega una mala nota llega el derrumbamiento. Y justo ahí, es cuando machacáis más, papá y mamá.
Y eso no es sano,
y duele.
Y mata,
por dentro y lentamente.
Mamá
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