Mira, mira el cielo lleno de negrura espesa, estallando de luciérnagas pequeñas y cristales deshechos, cayendo, rompiendo contra el suelo. Se mueren, se están muriendo. Sangre derramada del alma, donde florece la flor más bella. Y allí está ella, amando la oscuridad, la soledad.
Mírala, mírala bien, que hoy es tu noche de suerte porque mañana, mañana andará descalza por los prados de margaritas soleadas, encantadas. Y las rozará con la punta de sus dedos, suavemente, delicadamente, frágil como su vida. Y su corazón empezará a palpitar porque encontrará su belleza interna, que es subjetiva. Y llorará hasta dejar el mundo inundado, de agua endulzada y amarga. Se mezclará con la salada, y la sangre, condensada, se diluirá en el mismo pantano ennegrecido, quedándose vacío.
Abrirá todas las ventanas y cerrará cada puerta hallada. Querrá ser encontrada, pero estará tan lejana, y cercana, que no la verás. Por eso, quédate y mantente firme, tal vez ya no la recuerdes. Ha muerto. No sobrevivió. Si hubiese sido un segundo menos o, uno más, no todo hubiese sucedido. Porque arrasó, la margarita creció, en su interior. Tanto que revolvió sus entrañas para enamorarlas.
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