Era una mañana silenciosa, al contrario de mi corazón que, como siempre, gritaba al vacío un «Te quiero». Pero esta vez, esta vez ya no era como debía ser. Era diferente, distinto. Y en medio de la calle me encontraba yo. Era un sitio desagradable y a la vez agradable. Mi pequeño y único sitio íntimo, donde allí, sin pensarlo y sin querer pero con necesidad, se humedecieron mis ojos hasta que de ellos empezaron a salir lágrimas que bajaban por mis mejillas, ya rojas, sin detenerse nunca más. Me estaba muriendo, muriendo de dolor. Mi cuerpo vacío. Mi corazón cerrado. Ya no había solución, no. Y me morí. Estoy muerta. Cuesta creerlo, pero sí. Morí dentro de mi propio charco de lágrimas, donde en todas ellas se escondían miles de recuerdos, todos preciosos. Todos pareciendo demasiado irreales. Todos siendo reales.
Era una mañana fría y triste.
por
Etiquetas:
Deja un comentario