Voy en blanco, soy la «tabula rasa» que arrasa sin nada. Me compongo diciéndome, cayéndome, y de esos pedazos saco la mierda, la miseria inquieta. Creía, luego sentí y, a posteriori, decidí. Derramé alguna lágrima. También comprendí de dónde vengo, aunque ya no sé mi dirección. Consistía en algo de dos, pero voy algo perdida, poco a poco ahueco el pozo, que paulatinamente se deshaucia solitariamente.
El caso es que (discúlpame el pretexto) sigo aquí, en este bucle entero, que parece que escribo o que me describo. ¿El hecho? Que voy, que me cuelgo y que me desvivo. ¿Era al revés? Yo ni lo sé ni tampoco lo sabré porque con el quehacer de mi monotonía seca y eterna me quedo quieta.
Soy la mosca muerta, la luna solitaria, la oscuridad ensombreciéndose. Enciéndeme esta, vida, tal vez sea la vencida o la opción desubicada. Se me cruzan las palabras. Serán las letras, las coletillas y las comillas que se destierran, que se encierran como si fuese todavía más palpable, más posible. Así que el resultado de hoy es este. Sigue leyéndome, quizás crees encontrar, aunque te comparte mi nueva novela Punto, y aparte, puedes dedicarte a leerla, a indagar, a soñar, a volar o a ninguna de las anteriores.
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