De madrugada salió sigilosamente de su casa y corrió por la calle hasta llegar a la plaza, y allí, se encontró con su amante, joven y desesperado. Se sentaron en un banco y él le dijo susurrando en su oreja: «Siéntate más cerca de mí». Ella cedió, nerviosa por la novedad. Entonces él, con sus dedos, recorrió sus piernas, haciendo carreras como si fueran carreteras. «Siéntate encima de mí» le volvió a susurrar. Y, ella, cedió otra vez más. Sus pechos cayeron encima de su cabeza mientras sus partes íntimas chocaban suavemente. Al cabo de un rato se levantaron, cada uno con ganas desesperadas de quitarse la ropa, y andaron hacia un párquing donde allí se besaron y toquetearon, con ansias. Después siguieron caminando hacia un callejón oscuro, donde él le tocó su parte más preciada. Y, los dos, con unas ganas irresistibles buscaron un sitio donde dejarse caer uno encima del otro. Allí, en el césped, él le hizo deditos, jugando con su clítoris, el que mojado estaba. Y ella, le hacía una paja mientras sus senos estaban erectos, duros.
De madrugada
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