Autor: perezitablog

  • Otra noche más, quizás

    ¿Me he quedado sin texto, sin contexto o sin sentimiento? La sensación ronda por mi corazón y, el hecho es que, bueno, ha muerto un trecho de mí o de mi ser o del reflejo de la sombra ennegrecida que cada noche se plasma mejor en el espejo. ¿Cómo definir o describirme? ¿Y la forma? ¿En qué se queda? ¿En la absurdez de lo abstracto o entre la multitud a rebosar de soledad? Así que, vuelo. Esta vez, o la otra, yo qué sabré, me estampé tan fuerte que me convertí en una mujer estrellada, llena de lunares y vacía de lugares, y con muchísimas tiritas. De las cicatrices ni me hables, déjalas allá, que quedan bonitas. Escúchame: oye, luego huye, aún así ve quedándote y si, por casualidad o causalidad, te permites arañarte la locura y prescindir de la cordura, descúbreme en otro instante, pues eres de las mías. Estoy narrando cómo serían las personas si fuesen personas (humanas), es decir, estoy aquí, yo, para descifrarte y confirmarte que yo soy una de estas. Quédate, sí, quédate si realmente quieres quedarte porque eliges y te escoges sin tanto revuelo, porque, ya lo sabes ¿verdad? Que todos viven de ilusiones y anhelos, pero la vida es tan jodida que te va matando de honestas, y sinceras, realidades.

  • Suicidios ejemplares, Enrique Vila-Matas

    Suicidios ejemplares de Enrique Vila-Matas contiene diez breves textos sobre la muerte. El propósito del escritor ha consistido en trazar un mapa geográfico moral sobre la muerte, justamente cuando uno ya se ha suicidado en vida, metafóricamente, y sigue vivo, tal como nos cuenta en el prólogo «Viajar, perder paises.» En todos los escritos aquel que se suicida siempre contiene su propio hueco, que acaba siendo la misma sensación si lo comparamos con los otros protagonistas y, además, es definido como un vacío existencial continuo.

    Para empezar, por ejemplo, en «Muerte por saudade» el significado del término saudade es aquel momento en que uno tiene «la mirada fija en la línea del horizonte (…)» ya que es «(…) la única plenitud posible, la plenitud suicida.» O, si buscas tu pareja eléctrica, es que eres tu mismo, pero el del otro lado, tu reflejo. Ambos estáis sobreviviendo y la paradoja es que como el narrador está tan muerto de la risa, de tanto reírse, se ha muerto.

    Seguidamente, encontramos a Rosa Schwartzer, quien sin querer vuelve a la vida aún estando muerta, es decir, que al abrir los ojos, sigue viviendo muerta dentro de la existencia vital. Incluso en «El arte de desaparecer» leemos, y apreciamos, lo que es sentirse completamente solo, como Anatol, quien se siente «extraviado», extranjero de este mundo y del suyo propio, pues un escritor que se oculta, y que siempre ha pasado por desapercibido porque, según él, aquello que escribe es algo privado, muy íntimo, aunque cuando llega el día de su jubilación acaba siendo descubierto, pero él, fiel a su forma de actuar y de pensar sentencia que «La obligación del autor es desaparecer.» Y así lo hace.

    En «Las noches del iris negro» el protagonista decide, como los anteriores personajes, suicidarse. Por tanto, el suicidio, desde su perspectiva, es un acto lleno de serenidad y valentía. «La hora de los cansados» es un instante tan hermosamente roto, porque uno está agotado de la vida, solo por el hecho de existir, porque el escritor define esa hora como una en que «(…) en torno al siempre misterioso crepúsculo, esa hora vasta, solemne, grande como el espacio: una hora inmóvil que no está señalada en el cuadrante, y sin embargo es ligera como un suspiro, rápida como una mirada, la hora de los cansados.» Aunque, obviamente, los «cansados también somos unos sentimentales», define el que narra la historia. Los acontecimientos posteriores se suceden de forma interesante, ya que este persigue a un señor mayor, viejo, quien, curiosamente, al sentarse en un bar, saca una carpeta roja en que tiene escrito como título «Informe 1.763. Averiguaciones sobre las vidas de los otros. Histoias que no son mías.» También culmina en el suicidio.

    Además, «Un invento muy práctico» es tan útil que sirve, a propósito, para matarse a uno antes de suicidarse. Esta invención es el acto de escribir cartas o de describirse a una misma. Todos estamos locos de una forma u otra y, para ello, acaba escribiendo una nota en la que narra que se va a suicidar, después de haber sacado de su interior toda la miseria. En «Me dicen que diga quien soy» hay dos personajes quienes dialogan entre sí, una conversación en que observamos que todos los artistas normalmente, por no decir siempre, distorsionan la realidad en sus obras. Uno de ellos se mata y, el otro, elige «hacerse cosquillas hasta morir.»

    «Los amores que duran toda una vida» es tan triste como conmovedor, pero es todavía más triste, porque el amor de la narradora jamás fue uno correspondido, y le duele demasiado. En «El coleccionista de tempestades» habita un inventor quien creaba experimentos sobre el tiempo, y tanto probar, que culmina atrapado en la línea temporal e infinita de la muerte. Y «Pero no hagamos ya más literatura» es una carta suicida breve e intensa a la vez, pues la persona que la ha redactado, dice que al día siguiente se tirará a las vías del metro, un dictamen que no tiene solución.

    En resumen, estos varios ejemplos son declaraciones, veredictos finales, con fin.

  • Quítate la coraza

    No sé ni para qué sigo intentando, eso de ir arrasándote y acabar arrastrándome. «Ahí no es», me mata la consciencia. «Déjalo ir, no estáis destinados», me remata el corazón, y la razón. Voy saliendo del caparazón, la cáscara se quebrantó. Lo siento, por las molestias causadas. Espera, cierro la puerta, y todas las ventanas también, por si entra el moscarrón: tú, que me agrietas poniéndome ojeras, agregándoles amargura, alejando la ternura, restándole sensatez, y cordura. Quiero locura, bebérmela, emborracharme con las estrellas, ser una de ellas. Amargada voy, amargada soy. Quítame, o quítate, el pestillo, el interior, donde late el dolor que va sin color, en una tonalidad grisácea: nos hacemos añicos. Ahora estamos hechos de pedacitos pequeños de nuestros pasados, de un nosotros rasgado, y muy arrugado, que ya ni arreglo tiene. Contiene ambos recuerdos, las sombras del espejismo, la ilusión aquella, rota. Al borde de la dulzura, de la cuerda floja, danza, bailando el vals del amor más triste: el acto, a rebosar de fe, de ir desenamorándose, de ir desencajando, de que aquello que nos unía y nos hacía al unísono, ahora suena como una guitarra sin afinar, como una partitura sin acordes, como una canción sin su melodía. Tan melódicamente me paseo por un atardecer vívido, anaranjado y enrojecido. Significa que la flor, la rosa está amanecida, y querida. El punto final resultó ser otro fin que culmina en el inicio de la semilla, del florecimiento.

  • El amor impropio de mí

    Ir queriéndose a una misma al vaivén del run run del mar. Caerse, y que de corazonada a corazonada salte eso que bombardea dentro de ti tan fuerte, con tanta furia y de un sabor más dulce que amargo. Es la fiera que quiere salir a la profundidad e introducirse en otro amar, para luego enfurecerse de un amor bonito y leal. Es la madrugada de San Juan y con mi falda de flores, de colores verdosos, rosados y azucarados, voy estando bien. Armarse de valor, de uno entristecido y, en el chocar del enamoramiento, la ola nace, la que quiere saborearse, oler a sal y a arena y a cal y a alegría, que trasciende: ha dejado de ser hueco convirtiéndose, y convirtiéndome, incluso a mí, en otro latir. Aunque el cielo esté nublado, siempre va saliendo el sol, o la luna ennegrecida que brilla siendo la soledad absoluta. Ya quiero ser la loba o la bruja o la penúltima vida de la felina hambrienta, porque estoy preparada para lo que venga, y aquellos segundos que se marchan, que machacan o se arrastran… quieren dejarse existir, vivir.
    El ambiente está abstracto, de un sentir bastante cálido, de un ver encanelado, enternecido. Un cuadro, ni gris ni pálido, tampoco lleno de anhelos ni a rebosar de deseos. Está vacío de todos los sacrificios ya hechos, que culminaron, quedándose estrellados en el pasado. Las caricias, los besos y los amantes siguen locos, y la música, que resuena en mis pupilas, solo se dedica a arroparme mientras voy queriendo al son del viento, tocando el suelo y a ras del cielo, en esta playa a las cinco de la mañana, que parece ser, por fin, un invierno estival. Y tanto que derrapo por mis raíces de donde se deshacen o rehacen las cicatrices. ¿De heridas? Pocas, la mayoría ya curadas, u odiadas o alocadas. El caso es que voy a terminar para volver a empezar.

  • La metamorfosis

    Es tan bonito que te hagan daño porque luego te vas reconstruyendo para acabar oliendo a mar, a nubes de algodón, a café y al atardecer anaranjado. Hablar las cosas, que entre palabras se cuelguen los corazones, que se abran y se partan en dos y así puedan seguir naciendo florecillas. Sí, se irán marchitando… ¿Pero y el proceso? La transformación es lo que nos queda, y ese acto de crecer, de ser y de volver a nacer por haberse matado una más de cuatro veces, es lo que nos hace abrir las alas, aletear y volar a ras de los recovecos de una misma. Y, joder, qué hermosura. Estoy narrando la metamorfosis del ser humano, pues el dolor ha trascendido a otro color. Me siento, y eso es lo mejor, lo sano, ir al grano, estamparse y a posteriori de la pausa, afrontar al reflejo del espejismo roto.

  • Esperando al diluvio, Dolores Redondo

    Esperando al diluvio (2022) de Dolores Redondo trata sobre un caso sin resolver desde el siglo XX, uno que la sociedad ha denominado como el de Jhon Biblia, un asesino en serie. Este caso tiene dos persepctivas. La primera se basa en una leyenda, y, la segunda, se centra en la fe del policía detective Noah Scott Sherrington. La historia, con chispazos de realidad histórica, está ambientada, principalmente, en Bilbao.

    Respecto a la estructura de la novela se divide en tres partes: el antes, el durante y el después. En un inicio, la escritora omnisciente describe la situación y el contexto en el que se encuentra el detective hasta que paulatinamente el lector comprende totalmente de qué manera se siente Scott Sherrington. Además, se va introduciendo el problema principal. Entre líneas, en el nudo, también entendemos los intríngulis del asesino, es decir, porqué mata, su modus operandi y sus sensaciones más internas y vertiginosas. Incluso, van apareciendo varios personajes como Mikel Lizarso, Maite y su hija, Kintxo, Bego, Rafa, Collin, Lucy Cross y la Doctora Elizondo.

    Entre las sensaciones, cabe destacar las corazonadas, los varios instintos que va teniendo el detective Sherrington, como también distintos sentimientos opuestos y translúcidos. El amor, el miedo y el dolor son algunos de ellos, que gracias a estos nos ponemos en la piel de los protagonistas y de los personajes, incluso del asesino. Por tanto, obtenemos una perspectiva completa y desde varios ángulos.

    Concluyendo, considero la novela como estar en medio de un cóctel de intensidades con un final hermosamente roto, con un desenlace que te deja en un shock intermitente y en un vacío muy profundo e interminable.

  • El amor se escapó

    Me he dejado la libreta roja, y cada rosa, allá fuera. Se están marchitando, y enfriando, porque se quieren tanto que los colores, y dolores, repiquetean. Suenan los huesos y los reflejos de los espejos, sombras que se van ocultando para luego ir estallando, se van, pero en el otro vaivén. He perdido el tren porque fui caminando del revés por el andén. Los gusanillos de mi estómago se mueven rápidamente, las mariposas se han suicidado después de tantos daños consecutivos. Será el miedo, pienso. O el sufrimiento, siento, atragantado en mitad de mi garganta. El sabor, amargo, y el ir queriéndose de una forma tan sustancial y agridulce, me va matando. Agarro mis raíces por debajo de las pieles: ya no sé. Aún así, me percato de varios hechos, entre ellos, que me quiero querer y, alzando tanto el vuelo, me quedo en el gerundio sempiterno. Dejó de llover, la sequía ahora abunda. Me quiero quedar, de verdad que me gustaría, y sin necesidad. ¿Pero en qué consiste quererse? ¿Y amar? ¿El amor mutuo existiría? Porque si hablo, si narro, aquel de mi pasado, jamás tuvo acto de presencia. Simplemente hizo bomba de humo, y vaya si explotó. A posteriori, tristemente se exclamó, personificándose entre los pliegues, y recovecos, de mi ser que tenía un impulso ahuecado que se transformó el agujero. Aquí me pierdo, en la inercia, entre la peripecia y la voltereta.

  • ¿Qué significa escribir bien?

    El otro día, alguien, no recuerdo quién me soltó un: «Escribes bien». Entonces me puse a pensar, a reflexionar sobre qué sentido tiene, o contiene, la siguiente cláusula, una frase que sentencia y se planta y se queda, instaurándose en tu ser para el resto de tus días. Escribir sí, pero «bien». ¿Quién lo define? ¿Quién no? ¿Qué te dice que sea así? ¿Cómo te lo confirman? Quizás es que soy bastante insegura. Me soplarán, gritándole a los cuatro vientos: «Creételo más, pues eres escritora.» Eso creo, ¿O no? Acaso comprendes para qué escribo? Por necesidad, la de soltar e ir sanando, curándome y florecer, pero hay tantos matices y es un proceso tan largo, porque dura hasta fallecer, ¿Sabes? Aunque yo me maté y a mí me mataron tantísimas veces, incluso de forma real y leal con metáforas pintadas a pinceladas, y esbozos malditos (y marchitos) en la hoja, que mi corazón seguirá vívido.
    Así que, «escribir bien», para mí, el significado que contiene es que mientras te describas y te deshaucies y te marchites y regreses para caerte y, bueno, lo transmitas desde un sentimiento a rebosar de vulnerabilidad, culminarás sintiéndote mal, y lo describirás bien.

  • Estrellándome

    Quiero, quiero bailar contigo y ser estrella y estrellarme en tus labios. Bésame despacio, hazme creer en el amor por primera vez. Quiéreme, quiéreme. Roza con la yema de tus dedos los míos, mira mi sonrisa, ¿sientes cómo late? Con solo verte todo se hace grande, eres inmenso porque las nubes grisáceas desaparecen y la tristeza huye de mi cora’. Somos tan felices, créate conmigo, seamos la misma canción.

  • Querida, la otra yo

    Queridísimo diario, ¿Me sale a cuenta esperar tantos días a alguien? Se rompen los años a añicos combinando con los daños. Le soplé tan intensamente a la esperanza, que se fue deshilachando hasta ahora: acaba de estornudar. La vida va de caerse, de derretirse y que el corazón se vaya, cosiéndose sin aguja. El mío hace ya hipotecas, aún ni empezadas, que se marchó. Estoy triste, ¿Tú no? Los planes cambian, con ello el rumbo. Después de cantar a los pájaros y contar los céntimos que tengo, y desencantarme, dejándome tirada, allá, enturbiada en la parte trasera de mi cabeza, me percato del otro hecho, que solo hay todo un techo y medio trecho: estuve desesperándome, despedazándome, ¿Sabes a quién echaba en falta? O de más… A mí, a mi ser interno, a mis florecillas marchitas, que son lágrimas de cristal arrasando los cielos, los suelos y los infiernos. Estamos enfermos: a veces queremos querernos o que nos vayan amando, apreciándonos. Al final, nos dejamos, y las caricias tan coléricas se transforman en algo monótono, moribundo y gris. Aunque de los cuadros translúcidos, despintados y coloreados de tonalidades ennegrecidas, saldrá la pincelada iluminada, la que se mata convirtiéndose en la estrella. Soy ella.

  • Metafóricamente, yo

    Huí, me transformé en otra yo, metafóricamente poeta, toda rota, o coja. Un vaivén detrás de otro, en un bucle continuo. Ir cayéndose, ir lavándose la cara, que ya toca, que ya es vida de ir naciendo entre los sucesos coléricos, enrojecidos.
    Estoy sana, e ida, porque estar muy de la otra esquina, es recorrer la calle con los pies cortados, ¿Sabes? Aquel, el trozo del papel quebrantado. Déjame decirte… ¿Por qué tantos «lo siento»? ¿Para qué? ¿Qué finalidad habrá? Porque el fin, que consiste en comenzar del derecho, tal vez. Ayer me levanté con el pie izquierdo, y poca cordura. Ya lo he explicado, ¿No?
    Quiero colores, pero se deshacen por el desagüe de mi corazón que le falta una o varias piezas. ¿Cómo se forma? ¿Y por dónde empecerá a florecer? Agarrar el riesgo desde la última coletilla inexistente, aunque presente. ¿Arderá algún tipo de fuego? Aletéame que vuelo tan a ras del suelo que me convierto en el puto cielo.
    Y regresar para culminar en la avenida del instante anterior. ¿Sabes cómo construir un pasado? ¿Y de qué manera se destruye el futuro? ¿Consistirá en morderse la lengua unas cuantas veces? Quizás se trata solo de querer que te acaricien o te pellizquen las pestañas ya desgastadas para que a posteriori renazcan.

  • El viaje vertical, Enrique Vila-Matas

    En El viaje vertical de Enrique Vila-Matas recorremos el vacío existencial tan abismal de Federico Mayol, el protagonista, narrado desde el punto de vista de Pedro Ribera, quien es escritor y dueño del hotel Bom Jesus, último lugar de su viaje donde se hospeda Mayol.

    ¿Pero qué sucede cuando uno mismo se siente tan cómodo en su propio hueco?

    Quiero decir, cuando viviendo muerto, uno se recrea tanto en su tristeza que se queda ahí, cayendo en picado sin parar. Esa sensación comienza a experimentar el protagonista justo cuando Julia, su mujer, le echa de casa ya que quiere y necesita saber quién es. Quiere ser libre. El acontecimiento sucede al día siguiente después de la boda de oro, de los cincuenta años. Ella le deja clara la sentencia: quiere estar sola.

    Ahí comienza el declive emocional de Mayol. Desde Barcelona, pasando por Lisboa y acabando en Madeira donde conoce el escritor que a posteriori narrará a su vida.

    En resumen, ‘viaje vertical’ significa el recorrido que hace Mayol hacia el sur y también su forma anímica de descender, de ir cayendo.

    Porque tal y como escribió Enrique Vila-Matas:

    «Era fantástico notar que se hundía, tal vez porque por primera vez en su vida sabía al menos adónde se dirigía, lo tenía muy claro porque no hacía más que ver una imagen muy concreta de él mismo descendiendo en posición radicalmente vertical hacia el más absoluto vacío, camino al hundimiento total».

    Enrique Vila-Matas

    Y aquí yo me quedo, como Mayol, siendo un paisaje hermosamente doloroso.

  • ¿Los corazones pueden ser dementes?

    Los corazones están dementes, ¿O qué? ¿Pero lo son realmente o solo se convierten en una ficción latente, tan irreal, que duele? Desdibújame y estréllate en la curva de la carretera, la más compleja y estrecha. Ahonda en tu ser, acciónate y déjate parafrasear o narrar lo que harás que nunca lograrás de la forma dicha. De promesas tampoco me hables, en el para nunca se van quedando. Del amor, ¿Cómo se siente? Agárralo, si puedes y quieres, de un soplido, y cómetelo a bocanadas de aire, que las nubes de algodón que flotan en el cielo azucarado lloren de tanta dulzura. Luego ya se encenderá el fuego. Cuando me sueltes, ¿Te recuerdo que ya lo hiciste? Pues rómpete las muñecas en cortar perfectamente el hilo rojo, ese del que nadie sabe, pero todos anhelan con una fe ciega al espero que me quieran como yo quiero. ¿Para qué? Pregunto, si, total, los segundos espacio-temporales entre tú y yo ya están contados, y suspirados. Todos se han esfumado, solo necesito fumarme los pétalos de las rosas marchitas e ir naciendo otra vez, o no haberlo provocado jamás. ¿Te cuestionaste cómo mata el crecer? Y quedarse anclada en el vaivén que viene más que se va.

  • Va a amanecer

    Amanecerá, pero del revés porque los cielos se desbocan, se derraman, deabordándose, y ya. Sigo descendiendo en aquel vaivén que fue tan pasado y está aquí haciendo presencia con su esencia. Me caigo, mírame: soy torpe, pues puse el otro pie y ahora está agachado. ¿Mi corazón? Orgulloso, de mí, obviamente y, aunque hay instantes que alguien, la otra del reflejo del espejo, va cabizbaja, sin querer le hago cosquillitas: se pone a reír como una niña. ¿O es que ya lo es? Quiero decir, ¿ya lo soy? Siempre seré la inocente, y la rota, la muy rota y, de tanto, que explota. Déjame explicarte, o expresarme. Hace un par de años sí que estaba deslizándome por mi otra vida, la gris, ¿sabes? Ahora, desde hace tres tardes atrás, me observo, más que miro, y me veo. Ni sombras ni escupitajos. Eso sí, muchos garabatos e ir abriendo las cortinas mientras entra un sol que flipas y, cómo no, ir cosiéndose a una misma sombra. Hubo tantos meses que estuve a cinco latidos de pegarme cuatro tiros, pero como no había pistola, tampoco vivía en un piso con más de seis ventanas, solo me quedé. Aún así, se sentía: quería. El impulso se quedó retraído, después me puse a correr sin lápiz ni tiza ni papel, simplemente con el corazón que asaltó el tuyo. ¿O ya lo había conquistado? Pues fueron saliendo las palabras a balazos enredados, y muy enternecidos, sí, tenía sabor de nube algodón, de un sentido enamoradizo. Salieron endulzándose, las corazonadas serán ciertas.

  • Estancarse

    Sigo aquí, pausada y, además, se va tensando la coma. Y entre espacios y acentos y señales salgo a la superficie para volver a hundirme en mi mar de dudas, de precipicios que siguen alzándose hacia el cielo.

    Estancarse, o arrancarse los pulmones de una bofetada, o dos, por describirme demasiado o, al menos, intentarlo. Definitivamente, no sé cerrar ni ciclos ni etapas ni colocar puntos finales, pues siempre termino en el bucle inicial, alargando la corazonada ya sin tanto latir ni sentir.

    Desde hace semanas que pensé que podría zanjar, de una vez por todas, la novela y presentarla. Bueno, realmente presentarme. Luego saltar por el trampolín, y fin. Con todo ello, vengo a escribir, a recordarme, que se puede sonreír y ser feliz si dejo de escribir.

    ¿Ya lo hiciste? Cuestiono el acto de dejarse fluir y comenzar a vivir.

  • Leer o no leer y otros escritos, Virginia Woolf

    Adeline Virginia Woolf (1882 – 1941), conocida como Virginia Woolf, fue una escritora británica, destacada por ser una de las figuras más representativas del siglo XX.

    Leer o no leer y otros escritos son críticas de extensión breve, que fueron inéditas durante largos años. Se caracterizan por provocar al lector el hechizo de pensar.

    Los temas son varios, entre ellos cabe destacar el ensayista; el ensayo como a tal; las guías de viajes, que son inútiles; el acto de leer; la literatura londinense; las novelistas; las novelas contemporáneas; los novelistas ingleses, aquellos prejuicios que tenemos o vamos creando sin querer; el ensayo actual; reflexionar sobre la vida; cómo no hay que leer un libro; qué es una buena novela; el centrarse en el presente; un poco de los clásicos, y el ponerse en la piel del escritor. Las dieciséis críticas se enmarcan en el modernismo anglosajón, entrelazados entre sí por la metaliteratura.

    En resumen, una obra literaria va desde ser el más egoísta como, por ejemplo, en un ensayo, hasta romperse y quedarse en goteras, como un poema o un breve texto en prosa. Por eso hay que escribir bien, respetar la literatura y demostrar y hacer desde el corazón. Aunque, según Virginia Woolf «(…) los grandes escritores a menudo requieren de nosotros esfuerzos heroicos para leerlos adecuadamente.»

  • El portazo del amor

    ¿Cómo me digo adiós a mi misma? ¿De qué manera? ¿Dónde está el portazo? Hace daños que me di un porrazo, y vaya tortazo. Me quedé allá levitando en un quehacer del revés. «Quiéreme, Anna, que el espejo de donde vislumbro tu reflejo está hecho añicos.» ¿Será que ahora el impulso es hacia arriba? Ir subiendo escalones, galopando sin casi quererme, ahogándome un día más, un día menos ¿Qué más da? Simple, dicen. Yo solo voy sintiendo entre recovecos, huecos y lugares inéditos me recorro las carreteras de tres en tres y del revés. Me las como: las bocanadas de aire saben tan hermosamente machitas que duelen. Las espinas, las espinas. La sangre derramándose, como el café que tiré esta misma tarde. Mísera de mi propio precipicio. Quiero, quiero otro inicio. Me voy muriendo en el ciclo, el círuclo vicioso. ¿Será que tengo tanta hambre que engullo todos placeres? Será que luego salen por el agujero transparente, y tan translúcido que se suicidó repetidas veces. Maréame la perdiz, dejó de estar feliz. ¿Estado o sentimiento? Ocúltame la verdad, enamórate de la cruda realidad. Oye, concédeme este tristísimo baile, danza conmigo, si pudiese ser para siempre aunque sea un eterno y efímero segundo.

  • El antepenúltimo

    Tres escopetazos, cuatro bombazos y otro latigazo. ¿Será el último? Quizás no. Y de un golpe en el corazón me quedo en blanco, pero como ya estoy tan acostumbrada a la miseria, a los huecos y a las nubes estrelladas que se desbocan, me da absolutamente igual y, por eso, ahí levito, rozando las puntas de los malditos recovecos, de mis preciosos precipicios. Estoy así.

  • El café, un corazón y nosotros

    Le he dado un golpe al café, y se derramó. ¿Será la señal del último volantanazo? Voy escopeteada, siendo una lunática quien por cada día transcurrido se enamora de ti. Irme, que te escurras de mis deseos y que el sueño se haga realidad. ¿Besarte? Quizás. ¿Que me beses las entrañas? Ahí hay tantos ojalás, un vaivén detrás de otro: te estoy queriendo. ¿Cuándo te alcance nacerá la muerte y morirá la vida? Deletréame cómo se siente el amor, así, pellizcándome el corazón, quitándome todas las dudas. Sin sentido corro a buscarte, plántate aquí, quiéreme, sí, de ese amor bonito, sano y leal. Aquel en el que se vuela, en el que representa que ambos abrimos las alas y arrasamos sin miedo a la caída, porque nos confesamos que nos amamos. Sin quehaceres ni bucles ni vaivenes, ¿Bailas conmigo esa canción? Esa en la que repiquetea el corazón, en la que desaparece la razón. Estoy aquí, sin ti, y por cada esapcio, un escalón sube mi corazonada anhelando ser amada, y curada. Apreciando cada pedazo de mis recovecos, joder, vaya formas de estar queriéndome. ¿Te unes a mi rareza? Te concedo el honor de verla. Probablemente te asuste a raudales y huyas a pasos agigantados, pero, oye, aún nos falta algo por vivir, algo sin fin, ¿Sabes qué es? Nuestro propio, y tan hermoso, jardín: si lo cuidamos, de él crecerán las flores, brillarán, y seremos eternos en un mundo donde las rosas estarán infinitamente agradecidas, y florecidas, mientras sigamos latiendo al son del enamoramiento.

  • Quiero quedarme

    Me apetece tantísimo describirme otra vez, como aquel día durante el amanecer o el atardecer. El caso es que iba en bragas y con un moño a medio hacer, o por deshacerse. Ahora estoy recostada sobre mi pecho izquierdo, que late y late y no se calla, y quiere gritarse a él mismo que se silencie, si puede o quiere.
    Ahora estoy aquí sentada con una vida aún por esclarecerse, o derrumbarse. Estoy saciada de tantas conjunciones. Es que son como errores ajenos, opuestos al incendio que quiero declarar, que quiero armar. Al final me agarro en aquel hilo invisible y derrapo y me estampo. Sello el dolor con otro lápiz de color.
    Ahora me hundo en este sillón y la hora pide a garabatos ensuciados de segundos y sin pausa que me quede, que levite en un tiempo inmortal. Y sigo, pero el puntero de no sé qué me está arrancando de esta comodidad sin dueño, pues se adueña de mi ser para obligarme a levantarme e irme.
    Ahora quiero dejar de caerme, pero después de tantas carencias, y creaciones editadas miles de veces), solo queda caerse y enorgullecerse de ello. Incluso ensalzarse en mis vidas (tengo varias facetas) y reírme a carcajada limpia, con alma y un instinto animal por querer quererme.

  • Y si…

    Si pudiésemos volar, abrir las alas y en vez de arrasar el suelo ir a ras del cielo con tu forma de quererme. Saltar, alcanzar las estrellas, y quedarnos estrellados, ambos ser un nosotros  muy latente. Mirarte, embobarme en tus ojos. Te diría, si estuviésemos enfrente del mar, te diría «Tienes un mirar precioso. La luna se está enamorando de ti.» Luego pensaría, si te sentases aquí, que está tan solitaria, que somos la misma, compartimos soledad y una luz rara. Quizás, en otro ambiente, rescataría aquel cumplido, te observaría directamente y te lanzaría la declaración definitiva: que estoy enamorada de ti y que lo siento, lo siento tanto, y que te prometo que dejaré de quererte algún día… Justo en ese preciso instante me besarías, yo sonreiría y latiría con la cabeza contenta. Se caería el último pétalo de la rosa ennegrecida, y sanaría.

  • El poema desquiciado

    Por fin digo «por fin» sin decir «por fin». Te parecerá extraño. ¿A mí? Cuéntame los lunares y déjate de cuentos que van sin fin o escasean de lucidez. Me apetece ser la luna, o cualquier estrella que no se estrelle. ¿Ya lo estoy siendo? Enamórate de la felicidad y siempre terminarás en el bucle del sueño que tiene mucha finalidad llena de verdad, una muy pura. ¿Y las historias? Mejor pregúntate si la nuestra es de un nosotros lejano o cercano, de aquí al lado de las praderas, o romerías. O del lado de los colores translúcidos en que abundan los amaneceres grisáceos. Yo me quiero, yo me quiero, yo me quiero… me voy diciendo. Quédate así quieto y no muevas ni un dedo, o muévelos todos. Solo me apetece ensuciarme de palabras inéditas o excluidas o extraídas o extranjeras. Sencillamente me encantaría ser la poesía en persona y, al final, mi cara, y toda yo, somos un poema, aquel de prosa poética: el más breve y, al mismo tiempo, el que narra la nada y es la nada a la vez. La mirada déjala en el pasado, que se estanque.

  • ¿El amor es una necesidad?

    ¿Debería serlo? No, y aún así lo sigue siendo, creyéndonos que necesitamos ser queridos cuando realmente el amor consiste en elegir, en el acto de te quiero amar, e ir haciéndolo en un gerundio sempiterno. A posteriori del enamoramiento, solo queda continuar construyendo algo, el nido común, entre dos y ser uno al unísono. Cómo palpitan los corazones, la manera y sus formas abstractas, pues son otros temas inéditos, o no.

    Cuando el amor se convierte en una necesidad es peligroso porque uno, o los dos, se precipitan al precipicio que solo desciende y parece desconocer la salida. ¿Será que es un continuo vaivén? Sí, yo lo viví, lo sentí, porque necesitaba, y cuando una persona, o alma, necesita, otra corazonada bailaría divertidamente y sin tanta pesadumbre en su mente.

    Nos han educado, probablemente de nosotros a otros o de los otros a los demás, que el amor es algo idílico, que lo encontramos siendo príncipes y princesas, pero resulta que el cuento ha cambiado, al menos, en mí. ¿Para qué quiero uno cuando soy la propia reina de mis desilusiones? Si con unas cuantas tiritas y tirándome de cabeza al océano ya me voy curando, ya estoy sanándome, recreándome en otro vals.

    Tanto desamor propio, dejándonos para el final, siendo el penúltimo hueco, porque el último es el cabo atado, que culminamos en el inicio de volver a intentar querernos. Y, oye, no está mal, pero cansa, agota.

    Hace tantos años que me deshaucié, quiero decir, mi yo-poético huyó, ¿Pero de qué? ¿Del dolor o del miedo al amor? Realmente estoy acojonada y acabo cojeando, ¿Y sabes qué? Mata. Aunque, si me enamoré de ti fue por casualidades del destino, pero si quiero estar contigo es porque te elijo, porque quiero quererte e ir floreciendo a tu lado diariamente. El amor es bonito, dicen, ¿No?


    Pd. A continución ¿Te puedo escribir algo?, que está gratuito, ¿Te unes al caos?

  • Enlazar a mi ser

    Desato el pasado, lo anclado ha flotado y aunque volvió lo encallé en el fondo del mar. El sentimiento se está ahogando, pero no tanto. Necesito contarlo, sufrí tan fuertemente. Los varios golpes se dieron de una intensidad que a día de hoy me quiebro, me quiebro, me quiebro… Y, bueno, estoy saliendo del estallido, del bucle jodido: me fui. Ahora estoy presente, latente.

  • Qué hermoso, el quererse

    ¿Sabes qué sabor tiene el amor? Uno agridulce, quizás. En el más allá lo masticarás, incluso lo tragarás. O un balazo chocará contra tu cuerpo invisible e indivisible. Te crearás; serás. Otra forma de palpitar: entre bucles, pues eras tan transparente que, al cabo de diez años contados de pedacitos de arena, sumándose de tres en tres, te ves. Te reflejas en un océano indistinto, pero presente. Estás latente. Después de tantos entonces, te quieres de forma rara, lo eres. Eso de ir y venir y ser y caer y morir son nimiedades y, a pesar de todo, quedas en la nada. En una neblina espesa y tu cerebro es un «tabula rasa» que arrasa. Solo puedes, porque sientes, escribirte, y hay momentos que sin impulso ni lápiz ni papel ni corazón, y con mucha coraza que rebosa tu caparazón. ¿La razón? La dejaste oculta, ¿recuerdas? Sí, me rememoro en otro espejo y con otros reflejos y me percato de algo, de un hecho (o dos): que los días ya están contados y que culmino en la cumbre de mi sencillez, que el atardecer resurge entre mis pliegues risueños y que soy, queriéndome, una nueva mujer ya florecida. Oye, qué bonito se siente.

  • ¿Cómo perder el tiempo?

    Tan sencillo como ir a comerse las bocanadas de aire en el mar, observar el horizonte y creerse que todo está bien. Por un instante, aunque sea efímero, lo es, pues vas creándote en un vaivén sereno y es el más bonito, y sano. Perder el tiempo consiste en perderse a una también, o creer que estás perdiéndote. Solo necesitas abrir los ojos otra vez, agarrar la perdiz, dejarla que vuela más allá del cielo, arrasando las nubes de algodón, y volar, o ir volando.

    Hacía tantos días que me sentía de aquella forma, no sé cuál, simplemente estaba más que era. La verdad es que hay veces que ni te percatas de que estás siendo en un gerundio sempiterno, brillando al lado contrario de las montañas.

    Y, oye, ¿Cómo se siente ir perdiendo tanto el tiempo? Calcúlame los segundos, luego ya hablamos o nos ponemos a contarnos cuentos, de aquellos que están a rebosar de mentiras eternas, pero infinitas. ¿Cuando éramos niños qué? Pues nada, y con todo ello, perdíamos tanto el tiempo, invirtiendo en un nosotros con una amplia sonrisa.

    Pero aquí sigo, perdiéndome en mí: es un acto de valentía muy hermoso, ¿O no? Porque mientras te caes en picado y verticalmente, al cabo de varios daños, te das cuenta de las alarmas, y de tus cuentas pendintes contigo misma. Así que, bueno, no sé qué será ni cómo, solo siento que voy viviendo al son de mi corazón.

    ¿Ahora? Un nuevo punto, y seguido, y a seguir perdiendo el tiempo.

  • La colección

    ¿Qué va a salir de ahí? Una flor bien marchita. Se va colocando en el otro vaivén: el hueco deshauciado. Estamos, ambos, con las nubes grisáceas aún ennegreciéndose más. Duele, mata; la bala arrasa. Déjala bailar(se), déjala que va a volar… decían. Un vacío añadido a mi colección de corazones partidos. No sé, estoy lo siguiente de nublada. Lo siento, ahí, tan adentro, y me desentiendo. Ya lloré… anoche durante la madrugada… Se hizo larga. ¿Y para qué? ¿Por qué todo esto? ¿Hacia dónde voy con ese latir tan intensamente roto? Dímelo tú, por favor, y dame el placer de cerrar la puerta y todas las ventanas cuando te vayas después de matarme el cora’.

  • Siendo feliz como una perdiz

    Llevo días sin describirme, introduciéndome en otro vaivén que viene más que se va. Voy bailando entre mis raíces. De ellas nacen las flores, nacen, y ya no se caen. Y, yo, que me creía perdida, oculta entre sombras, ahora, estas son otros borradores, ya desechados, y guardados en el cajón de mi corazón. Déjame estallar, me dice la otra del espejo donde me reflejo sonriendo. Por fin ya no siento ese «por fin» tan ansiado, y angustiado. Simplemente, ser.
    Soy feliz como una perdiz, o dos.

  • Acto de florecer

    ¿Sabes qué es la vida? Estar cansada, ir agotada. Dejarse la piel, sacarse la escarcha y que surja la mala racha, que se vaya, pero de marcha. Voy tirada: me quedo en el borde de la costura, y me coso mientras de las costillas se desangran las otras vidas. Ahora tú, mañana me caigo. Derrapo entre distintos bucles ¿Soy el vaivén? Alcanzaré el siguiente tren que al llegar hacía ya muchas décadas que se fugó. ¿Huyó o oyó? ¿El qué? La cáscara del huevo del pájaro que cantaba el bucle agudo, inaudito, tosía a lágrima muerta. Llovía en mi cabeza, la pieza rota y hueca al final terminó, porque dejó de quererse con tanto impulso, y ansias, que se provocó el propio acto de florecer y caer y caer y caer. Derrapar, y caer, esta vez, del maldito revés.

  • Otro -jodido- vaivén

    ¿Te estoy queriendo? Vaya, jodido, cuestionamiento interno. Dicen, o digo, yo qué sé, que debería hacerme una introspección. Me hice tantas… culminé en la desesperación porque absolutamente todas son meras expectaciones de mí que, al final, se quedaron en eso, en borradores. Ni lápices ni colores. En un grisáceo inédito, algo así como una suerte suertuda, burra. Sabes a helado, a un sabor medio amargo y a mucho chocolate, verde. Quizás, o probablemente, me desencajo en otro cajón y, ¡carajo! ¿Ahí cuajo? Me enaltezco, ya no sé si carezco de lo otro, que sí sé qué es: el miedo, y aquel resurgir de entre las cenizas idas, cicatrizadas y, zás. En un pis pás todo regresa, o se va. Pensé, quise creerme, que fui mía. Luego, que fui (muy) tuya. Lo que olvidé durante veinticinco daños -colaterales- es que, aún así con el pretexto delante (o detrás), que siempre fui yo con mis facetas, percales, estados sentimentales, modos en «off» y fuera, de onda, y todo eso, ¿O qué?

  • ¿En qué consiste quererse?

    En caerse continuamente sin querer, en tirarse por el precipicio de tu corazón y estallar, o estrellarse, en la penúltima coma del párrafo.

    Quererse, o deshabituarse para regresar con un impulso desde el revés, es eso. Tiempo atrás, por no decir años, estuve estancada, atragantándome siempre en el final que fue otro inicio, porque hay veces, y ya.

    Entonces, un momento en cualquier día esporádico de tu vida, la cabeza, la tuya, hace un click y no una sola vez, sino varias hasta que el click estalla de una forma abstractamente tan fuerte, tan arraigada y al mismo tiempo alejada de ti, que sellas el punto final de tu etapa pasada.

    Estás en otro quehacer, en un nuevo tiempo inédito.

    Y en esto, justamente, consiste quererse: en dejar de quererse. Hemos creído, o nos han hecho creer, que quererse es querer quererse, y no. ¿Cuántos intentos hice por querer quererme y al final culminé desocupándome (de mí)? Necesitas clicks en tu vida, que tu mente haga un tabula rasa, arrase y se reinicie.

    Sé que es complicado, que cuesta arriba, pero cree en ti. Y créetelo mirando hacia atrás para aprender cómo eras y cómo quieres seguir siendo o querrías llegar a ser. Consiste en dejar, mejorar o iniciar.

    Por ejemplo, gracias a la escritura, hubo un texto que decidí leerlo, después de haberlo escrito hacía meses. No fue el hecho de leerlo sino de analizarlo y, por consiguiente, verme a mí en un pasado. Y, oye, se sentía mal, fatal, pero el acto de haberme descrito y poder haberme comprendido en mi yo-poético antiguo hizo un minúsculo click aquí, en mi corazón: estaba empatizando con la Anna del ayer.

    Cuando me miré en el espejo dejé de ver reflejos y empecé a verme a mí y, aunque tenía aún muchos clarobscuros, pude alimentarme de una sensación tan simple que me inicié en la honestidad conmigo.

    Paulatinamente, a ras del reloj, dejé hundirme en mis propios textos: estaba comprendiéndome. Estaba entendiendo a un yo que jamás se puso a leerse entre líneas. Se sintió bien, por eso, a día de hoy, sigo haciéndolo…

    Me raspo las rodillas, me rasgo las costillas, ahondo en mis líneas descosidas y las deshilacho aún más, porque a garabatos y con saltos directos al vacío, regreso todavía siendo otra. Me encanta.

  • A pesar de todo, el amor…

    A pesar de todo, el amor, ¿Qué es? ¿Se comerá a bocanadas de aire? La nada… ¿Se construye con un cúmulo de vacíos inéditos? ¿Se envía a través de aviones de papel? ¿Viaja y desemboca tirándose de cabeza al océano? El mar, de dudas, se lo comerá con sus sombras oscurecidas, de un tono de azul arrugado. Después de la pregunta, aparecen -a borbotones y de forma dispersa e impar- las demás, que son eso: las restantes, las que sobran pero aguantan. Se sostienen en aquel agujero que hace equilibrismo con otros huecos. Se mantienen entre ambas cuerdas. A posteriori van viniendo las verdades, que brotan a escopetazos. Los balazos han dado en los dos clavos exactos. Y no, no se saca uno con el otro, pues se ha clavado tan adentro que muerdo el hierro y me convierto en polvo. Tiempo atrás estallé y vovleré a explotar. Soy una chispa que con colocarse cerca del fuego se incendia la hoguera. Aunque siempre fría por fuera. Los astros, si escribo de ella, la estrella más bella; ha muerto unas siete o trece o veinticinco veces. Dará lo mismo. Y punto final. Casi.