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  • El modo, por Gérard Genette

    El modo, por Gérard Genette

    Introducción

    Gérard Genette en el «Discurso del relato», nos explica cómo funciona el modo. En la entrada anterior hemos introducido los conceptos sobre el orden, la duración y la frecuencia del relato, pero nos faltaba el modo. Así que, a continuación, nos centraremos en desarrollarlo.

    1. ¿Qué es el modo?

    Para empezar, el modo es el verbo, que cambia según el punto de vista. Cabe destacar que el objetivo del relato es contar una historia.

    En el relato, la narración tiene diferencias graduales, que son expresadas por la variación de modales. Entonces depende de distintas perspectivas.

    2. Las tres clasificaciones

    A lo largo de la historia de la literatura, surgieron varios problemas para explicar e intentar agrupar los modos narrativos. Así pues, hay varias clasificaciones. Explicaremos tres: según Platón, según Bertil Romper basada en la tipología de Stenzel, y una última, simplificada en tres términos.

    La primera clasificación, la de Platón, se centra en relato puro versus la mímesis.

    • El relato puro es la narración donde el poeta habla en su propio nombre siendo él. Depende de la relación entre emisor-receptor. Y consiste en decir lo máximo con el mínimo de palabras posible. Por tanto, es un relato de sucesos.
    • La mímesis (imitación) es la narración donde habla el personaje a través del poeta. Se trata de una imitación absoluta. Consiste en ofrecer la máxima información con el mínimo informador. Para ello, hay tres estados del discurso:
      • El discurso narrativizado que es el discurso relatado. Se caracteriza por narrar un suceso puro.
      • El discurso transpuesto al estilo indirecto que es aquel discurso donde el lector lo puede interpretar a su libre albedrío. Por tanto, es poco fiel.
      • Y el discurso mimético, metodología rechazada por Platón, que es donde el narrador cede de forma literal su discurso al personaje. Ejemplos claros son la epopeya y, a posteriori, la novela moderna. Dentro de la mímesis, en el género dramático, de finales del siglo XIX, surge la «mímesis de doble grado», es decir, la «imitación de la imitación». Así pues, en aquella época de finales de siglo la escena novelesca se consideraba como la «copia de la escena dramática». Lo podemos denominar como «monólogo interior» o, mejor escrito, como discurso inmediato.

    La segunda clasificación por Bertil Romper en 1962, basada en la tipología de Stenzel, la cual retoma, se divide en varias perspectivas.

    • El relato con autor omnisicente, donde el narrador lo sabe todo porque conoce los pensamientos, sentimientos y acciones de todos los personajes, incluso los hechos pasados y futuros.
      • Ejemplo: el narrador de Los Miserables de Víctor Hugo.
    • El relato con punto de vista, donde el narrador limita su conocimiento a la perspectiva de uno o varios personajes. Por tanto, narra lo que ese personaje ve, oye o siente, creando un efecto de cercanía y subjetividad.
      • EjemplO: en Madame Bovary, la narración se filtra mediante la mirada de Emma y su entorno.
    • El relato objetivo, donde el narrador actúa como un observador externo porque describe solo lo que puede verse o escucharse, sin acceder a la mente de los personajes.
      • Ejemplo: en varios cuentos de Ernest Hemingway, el narrador relata acciones y diálogos sin entrar en pensamientos.
    • Y el relato en primera persona, donde el narrador participa en la historia y la cuenta desde su propio punto de vista («yo»).
      • Ejemplo: en El guardián entre el centeno Holden Caulfield narra su propia experiencia.

    Y, la tercera clasificación, es la simplificada en tres términos.

    • La perspectiva subjetiva es donde el narrador sabe más que el personaje.
    • La perspectiva neutra es donde el narrador sabe lo mismo que el personaje.
    • La perspectiva objetiva es donde el narrador sabe menos que el personaje.

    Finalmente, las focalizaciones, un recurso retórico, son una de las subclases dentro del mundo del discurso del relato. Hay tres tipos:

    • El relato no focalizado o con focalización cero. Se encuentra en el relato clásico.
    • El relato con focalización interna. Se encuentra en la novela de carácter espistolar.
    • El relato con focalización externa. Se encuentra en la novela histórica.

    Además, las focalizaciones pueden alterarse, porque son «infracciones aisladas», según Gérard Genette. Hay dos tipos: la paralipsis y la paralepsis.

    • La paralipsis es la anticipación del «héroe focal«, donde el narrador lo disimula al lector.
    • La paralepsis es el «exceso de información y consiste en la incursión de «la conciencia de un personaje (…)»

    3. ¿Para qué sirve el modo?

    El modo es otra de las características que sirve como forma de análisis del relato desde el enfoque teórico basado en Gérard Genette. Por tanto, es útil para analizar cómo se cuenta una historia.

    Mientras el tiempo organiza los hechos (orden, duración, frecuencia), el modo determina la forma en que esos hechos son percibidos: qué se muestra, qué se oculta, desde qué perspectiva emocional o cognitiva se filtra la narración.

    4. ¿Cómo aplicarlo a la escritura creativa?

    En la práctica, el modo narrativo es una herramienta fundamental para construir la voz y la experiencia del lector:

    • Permite decidir desde dónde se cuenta la historia (narración omnisciente, interna, objetiva o en primera persona).
    • Ayuda a controlar la distancia narrativa: si el lector está dentro del personaje o si observa desde fuera.
    • Facilita crear efectos de empatía, misterio o tensión, según la información que se ofrece o se retiene.

    Por ejemplo:

    • Un modo omnisicente puede generar profundidad moral y amplitud temporal.
    • Un modo interno o con punto de vista intensifica la identificación emocional.
    • Un modo objetivo produce realismo o frialdad deliberada.

    Conclusión

    En resumen, el modo es una de las categorías fundamentales de análisis narrativo según el enfoque teórico de Gérard Genette, junto con el tiempo y la voz.

    Y además de su valor analítico, es una herramienta práctica de creación, porque conocer el modo te permite elegir cómo contar para lograr el efecto que buscas en tu lector.

  • Entre lo que piensan y lo que dicen: personajes con vida propia

    Entre lo que piensan y lo que dicen: personajes con vida propia

    1. Introducción: la profundidad del personaje

    En primer lugar, todo personaje realista va más allá de la descripción física. Para que sea rico son muy necesarios tanto los pensamientos como las contradicciones y las emociones con el objetivo de que el lector sienta que está frente a una persona viva. Así que cuanto un personaje és más incoherente, es más real, más humano, porque así somos, ¿No?

    2. El monólogo interior

    El monólogo interior son una serie de pensamientos y emociones internas. Tiene varias funciones: mostrar dudas, miedos y deseos ocultos; contrastar lo que el personaje piensa con lo que dice y hace (si es coherente o no), y crear intimidad entre el lector y el personaje.

    Básicamente, si se quiere usar esa técnica narrativa es esencial utilizar preguntas retóricas («Por qué sigo aquí?»), imágenes sensoriales (memoria, recuerdos) y, por último, la fragmentación, las repeticiones (de palabras, frases, ideas…), y los silencios (las eclipsis) que sirven para crear suspense o que el lector interprete a su libre albedrío.

    • Fragmentación: hacer saltos en la historia, explicar los sucesos de forma no cronológica, sin un orden líneal.
    • Repeticiones: volver a escribir palabras, frases o ideas.
    • Silencios: ecliplsis, saltos en el tiempo de la historia, para agilizar la narración y centrarse en lo esencial.

    3. Los diálogos externos

    Los diálogos externos son las interacciones con otros personajes. Tienen también varias funciones: mostrar cómo se construye la identidad frente a los demás, revelar sensaciones entre lo que se piensa y lo que se dice y dar dinamismo narrativo.

    Para ello se usan varias técnicas como el subtexto, el choque entre expectativas y respuestas y, también, el lenguaje corporal y los gestos que acompañan. Por ello es importante definir la caracterización de un personaje: características físicas, rasgos psicológicos y emocionales, comportamiento, habla y discurso, contexto social y cultural.

    4. La consciencia de sí misma (autoconciencia)

    Cabe destacar que el personaje siempre reflexiona sobre su propio ser porque reconoce sus contradicciones, se juzga, se cuestiona, se justifica y, además, busca un sentido, para él único, a lo que va viviendo. Así pues, la consciencia del personaje crea efecto en el lector porque humaniza al personaje, genera empatía y conecta emocionalmente con este y lo vuelve tridimensional (que tiene varias dimensiones), alejándose de todo arquetipo, aunque los cánones se repitan continumente siglo tras siglo.

    5. Integración de las tres dimensiones

    Las tres dimensiones necesarias para que un personaje sea completo son el monólogo interior, los diálogos externos y la autoconciencia. Sin ellos, el personaje se queda cojo. Por ejemplo, si el personaje piensa una cosa, dice otra y luego se reprocha a sí mismo… ¿Dónde está el conflicto interno? Pues el conflicto interno se refleja en la forma de hablar, de actuar y sentir.

    6. Consejos prácticos

    Así pues, es importante no revelar todo de golpe sino dejar espacio a la ambigüedad, usar contrastes entre pensamiento y acción, mostrar evolución (cómo se va transformando la voz interior con la historia) e ir revisando si el personaje se siente real, contradictorio. Aunque si escribes desde tu interior y con emoción, ya sabes lo que saldrá, ¿No?

    7. Conclusión

    En resumen, un personaje profundo es imperfecto, es decir, que es contradictorio, siente y se equivoca como todo ser humano. Así que el lector siempre conectará más con la vulnerabilidad que no con la perfección. Por tanto, la clave es darle voz interna, voz externa y voz consciente de sí mismo.

  • ¿Cómo escribo mis textos?

    ¿Cómo escribo mis textos?

    Pues, básicamente, dejando que el corazón vaya sangrando, brotando, latiendo al son de mis sentimientos.

    1. Punto de partida: la experiencia personal

    Para empezar, lo primordial es ir observando ya sea el entorno, a las personas, incluso a mí misma (parte bastante complicada) y a tus propios pensamientos… Para ello es necesario recordar sensaciones, imágenes, sonidos, olores y gestos.

    En segundo lugar, es esencial escoger una vivencia con carga emocional ya sea intensa, sutil o ambigua. Por ejemplo, un momento especial, un instante vivido con esa persona a la que quieres.

    Y, en tercer lugar, decidir cómo vas a narrar el texto si en primera o tercera persona, si desde un narrador omnisicente o desde tu yo-poético.

    2. Conexión emocional

    La conexión emocional es también importante: identificar qué emoción es la central (amor, dolor, tristeza, felicidad…). En mi caso, la identifico después de escribir el texto, justo cuando decido leerlo y analizarlo de forma superficial. Cabe destacar que soy una persona que no me gusta criticar a los de mi alrededor, por tanto, hacer autocrítica es lo que más me cuesta.

    A parte, abundan otras emociones que van completando la atmósfera y, muchísimas veces, se mezclan entre ellas, porque pueden haber dos, tres o, incluso, cuatro emociones. Por eso mismo, consiste en explorar la emoción desde matices y contrastes.

    3. Lenguaje poético

    Respecto al lenguaje poético hay que tener en cuenta las imágenes sensoriales (vista, oído, olfato, tacto y gusto), las metáforas y símbolos para dar profundidad a la vivencia y colocar ritmo y musicalidad, es decir, usar el recurso retórico de las repeticiones, las pausas, las aliteraciones…, y jugar entre frases cortas para crear tensión y, también, frases largas (subordinadas) para provocar fluidez.

    En mi caso, describo mis sentimientos más íntimos de forma poco realista. Eso significa que voy conjugando las palabras con las ideas a través de las metáforas. Esta forma de escribir no ha sido de un día para otro, sino de años de ir plasmando mis palabras en libretas y diarios personales hasta acabar formando este blog e ir creando alguna obra literaria, que actualmente tengo cuatro.

    4. Transformación en texto

    En este punto es recomendable revisar el texto, que se puede hacer justo después de haberlo escrito (como yo hago la mayoría de veces con mis textos de prosa poética del blog), porque así está recién sacado del corazón, es decir, en caliente, y las ideas y sensaciones aún están flotando por el aire, intentando retenerlas.

    Aunque también se puede transformar el texto a largo plazo. En este caso, es mejor hacerlo con textos más largos como los capítulos de las novelas. ¿Y por qué? Porque hay que dejar reposar tanto el texto como las ideas que van surgiendo y, luego, aplicarle un poco de lógica, la máxima que se pueda y quepa.

    Así pues, a la hora darle forma al texto es más importante expresar la emoción indirectamente, porque pierde toda la magia si se describen las acciones, las imágenes y las sensaciones de forma literal.

    La perspectiva temporal es otro de los aspectos, pues es distinto narrar desde el momento vivido, que desde la memoria. Se pueden alternar ambas situaciones (flashbacks y analepsis).

    5. Construcción de la atmósfera

    Para construir un ambiente hay que elegir el tono (melancólico, luminoso, introspectivo…) En Burlando el tiempo el tono es de carácter introspectivo, demasiado, creo yo.

    El espacio y el tiempo deben ser extensiones del estado emocional, es decir, que deben estar presentes de forma palpables, porque si no el lector se pude perder. Y, con ello, usar detalles concretos para enlazar la emoción con lo tangible (espacio-tiempo).

    6. Revisión y pulido

    Hay quienes dicen que leer en voz alta puede ser un buen método para ajustar el ritmo y la sonoridad. Sinceramente, yo nunca lo he hecho. En este punto hay que eliminar palabras planas o redundnates, incluso cambiar algunas en concreto para que el texto tenga una coherencia entre la emoción principal, la imagen y el tono.

    7. Proyección literaria

    Pero como todo escritor, y tal como es la literatura en sí, siempre se pasa de la experiencia a la obra donde la emoción inicial se universaliza, se globaliza, para que el lector pueda reconocerse en las letras del escritor, así como espejo y reflejo. Por tanto, el yo-poético es ese espejo donde el lector conecta con las letras del escritor proyectando sus propias vivencias.

    Mi recomendación es dejar espacios de silencio (elipsis) y algo de ambigüedad para que cada quien interprete a su manera, y de ahí surja la magia de la escritura creativa.

    En resumen, mi consejo es dejarse llevar por los sentimientos y, así, las palabras saldrán solas. A posteriori ya se le inyectará al texto la sabiduría que le caracteriza y necesita.


    Pd. Gracias por leerme,

    Nos leemos.

  • Diamante en bruto

    ¿De qué escribiré? ¿De qué iré escribiendo el día de mañana? ¿De qué forma? ¿Y con qué modales? Aquellos que perdí. ¿Aún los conservo? Abro la galería de donde se van cayendo los cuadros pincelados a palabras. Estoy narrando cómo se deforman los libros y con ellos, a destellos, varios tempos de la literatura, que se deshace a medida. Las frases, ahora hechas, se abren de un sentido gracias a las tonalidades del pasado que fueron grisáceas. Les costó tiempo, les tomaron fotografías, aún con la caligrafía sin mucha tinta, pues se fue arrastrando. ¿Debería decidir? No sé ni escribir. ¿Describirme? Lo único que quiero es bailar, pecar en la pista moviendo las caderas al son de mis ideales que, actualmente son nulos, están desfasados, algunos enturbiados y, los otros, nublados. El caso es que me apetece colocar el punto final, hacer un «borrón y sonrisa nueva». Culminar el penúltimo vaivén ya que el restante es por donde danzaré, así, al son de mi queridísimo corazón. Dame ese colocón, me pertenece. Brillo, estoy burlando la deseada tristeza, echándose a reír. Ahora me levanto, se me rompió la punta del tacón. Después, se partió y entró la dinamita, o esa, yo.

  • La consciencia inquieta

    Hoy me he levantado con el pie izquierdo sin saber si te quiero. Anoche saboreé una mezcla de sabiduría con algo de fantasía y una pizca de melancolía. Se me caen las preguntas, se van deshaciendo, incluso se deshinchan por culminar allá, al borde de la rotura de la costura, de mi alma descosida, y un poco de herida. Me gustaría ser niña, comerme alguna nube de algodón y quedarme azucarada lo que resta de mi vida, que quizás solo es un día o varios segundos o pellizcos de alegría. La que dejé de cantar tiempo atrás. Por años, daños. Será al revés. Me arrepiento de los varios milagros mal logrados, se quedan tan descolgados, así, ensanchados que, al final, me hacen cosquillas. ¿La absurdiad de este amanecer? Que está convirtiéndose en la superficialidad, ¿O ya lo era? Bueno, danza y también baila. Lo superfluo se arraiga en el vaivén vecino y, así, un «contínum» figurado. Un texto que se aferra al sin sentido entrando al transcurso con orgullo y mucho éxito. «Salí por la puerta trasera. ¿O  era la primera?» La sencillez acelera, yo me ubico muerta, y quieta. ¿Y ahora qué piensa mi consciencia? ¿O que no quiere concluir? Agoté la conjunción «o» del susto, de la agonía, se perdió la alegría maldita. ¿En qué momento decide tomar el vuelo? «¿Me habré vuelto loca?», se cuestiona la otra «o». Y sin percatarse, quizás sí lo sepa ya, cae en su bucle.

  • Romancero gitano, Federico García Lorca

    Romancero gitano, Federico García Lorca

    Romancero gitano (1928) de Federico García Lorca (1898-1936) es una de las obras más destacadas de la poesía española. La obra recoge un conjunto de romances. Estos plasman cómo era el mundo gitano entre la sociedad andaluza del momento.

    Empezando con el análisis del poemario, el tema principal es el mundo gitano. Lorca reivindica la marginación de la etnia. También destaca la lucha contra la opresión que sufre. Otros temas son el amor y la muerte, el vaivén entre conflicto y destino y, finalmente, la frustración. Por ejemplo, ya en el primer poema, Romance de la luna, luna, deducimos que un niño gitano muere. El niño muere dentro de una fragua. Esta fragua es un fogón donde se calientan los metales para darles forma.

    En segundo lugar, los símbolos más relevantes son el gitano, la luna, la Guardia Civil y la naturaleza. El gitano es un individuo que lucha constantemente entre aquello más primitivo y lo civilazado. Y el conflicto social y cultural entre gitanos y la Guardia Civil se percibe en Reyerta, el tercer poema.

    La luna simboliza la muerte y sobretodo la noche y los misterios que esconde. «Verde que te quiero verde» es uno de los versos del cuarto poema que simboliza la vida y la muerte. Entonces, describe un momento trágico donde una joven gitana se ha suicidado porque su novio gitano fue ejecutado por la Guardia Civil, cuya representa la represión.

    Y, la naturaleza utiliza elementos como el viento, el agua y la tierra. El poeta los personifica, y por tanto, cobran vida. Otro ejemplo es el significado del agua, del tercer poema, que simboliza la muerte.

    En tercer lugar, el estilo de Lorca se centra en un lenguaje lleno de símbolos y metáforas. Con estas herramientas, crea un mundo idílico rodeado de belleza y emociones. Por ejemplo, con elementos como la noche y la luna, ayudan a crear una atmósfera llena de misterio. Además, con el recurso del romance, el poeta encuentra más facilidad en conectar con la tradición popular. Así, puede crear musicalidad con los versos octosílabos. Incluso con los diferentes elementos fantásticos incorporados por el escritor, ayuda a crear un ambiente misteriosa.

    En resumen, el Romancero gitano es una obra compleja. Contiene varios símbolos que exploran la condición humana mediante el mundo gitano. Además, aborda temas universales como el amor, la muerte y la lucha por la libertad. Utiliza un lenguaje poético lleno de metáforas.

  • Mucho albedrío

    Estoy agotada de mente y alma, y llueve, ya ni se incendia la llama. «Quédate», me susurraste allá en aquella hamaca que se balanceaba. Te arrastrabas, yo ya iba desgastada. Te lo repetí varias veces en distintas ocasiones, pero ni me escuchaste. Te seguiste acurrucando, me descolgué: mi corazón danzando en el limbo. La canción resbaló en los tres últimos bailes. Dicen que «a la tercera va la vencida» y, oye, llevo más de una copa y cinco bailes. ¿Echamos un brindis? Ambos, digo, por lo que pudo haber sido y que se quedó en mitad del camino. Bueno, sencillamente consistía en recorrerlo entero para que nuestros labios se conocieran. Es lo que tiene ser escritora, que incluso te describo lo imperceptible -aquel sentimiento con apellidos-, tú. ¿El significado? Que todavía estás inscrito en el primer pedazo que se desgarró al verte por primera vez, porque se colgó, de ti. ¿Ahora? Me he transformado, soy otra. Me he comido la loca, la ola y la rotura al borde de la costura. Sí, he ahogado casi todas las penas y tus pecas, me puse la sabiduría por delante, se me escapa de las manos tu alegría. Después de la pausa y también del paréntesis, aparece la peripecia. Me la bebo entera. Las bocanadas de aire resulta que son pellizcos de realidad. La verdad va saturada, y yo enamorada de mi mirada. Ha florecido la Anna, pues la anterior, no es que se haya caído por el precipicio ni huido… es que se ha enorgullecido, ensanchando el pecho derecho y, con ello, sopla una risa ligera, muy sincera. Me muevo eterna al son de mi queridísimo viento.

  • ¿Aún no me lees?

    Hoy me paseo por aquí porque la noticia es que dos de mis libros están gratuitos actualmente.

    ¡Echa un vistazo en mi perfil de Pinterest!

    Pd. Gracias por leerme, nos leemos.

  • La nota rara

    Ya me caí, creo, desde hace varias heridas. Luego, me las comí. Aunque son las cuatro de la tarde, ya pasadas, y se van las horas, se marchan. Se diagnostican la tristeza, tan arraigada a la cicatriz. Se murió, o se mató (sola) la perdiz después de intentar estar feliz. La venda, y la vena aorta, ahora, resulta que se ahorca. Bueno, tantas mariposas loquillas, al final, la cuenta se desliza, con el café derrumbándose. Sigo aquí, no sé ni qué escribí. Será, como cada madrugada, la descripción de mi alma arrugada. Quise ensancharme la mirada. Tanta observación para nada, o para, absolutamente, todo. ¿Que me quede? Si ya me derretí, pues me fui. Resulta que la vida afloja y, a la vez, aprieta, ahí, en el corazón de donde se va cerrando a cremallera. Aletea, corre, y vuela, que se te pasa el arroz. Acelera en la carretera, gira a la derecha y aprieta (el gatillo). Voy, grito. Me quedo casi ciega, de voz, y medio sorda de sensación, porque, si te hablo de la emoción, se me baja el subidión. Vaya colocón. Descoloréame esta, por favor. Y gracias, ríete de mis desgracias.

  • Me estoy yendo

    Sé hacia donde me dirijo, pero va y sin querer me desperdicio, caigo, no me elijo. Aunque las florecillas vayan ascendiendo en picado, sigo en la buhardilla, ocultándome, y tragando, hacia fuera, la miseria, muy imprecisa e inconexa. Los codos los tengo rasgados. ¿O eran los ojos? Será el cora‘ que va desgastado. ¿Cuándo dejaré de arrastrarme y amargarme? A día de hoy, ya está siendo el ayer, me quedé de piedra, con la cicatriz abierta. Me pica la oreja izquierda, me escuece la coletilla, la última colilla eres tu misma, o el otro reflejo. Déjame decirte: he perdido el espejo. Fugazmente me voy yendo. Creí marchitarme tantas veces que, al final, solo consistió en quemarse la semilla, sí, en carbonizarla para, a posteriori, ejecutar el crímen con la mirada asesina, perdida. Así culminé en el placer número 33. «Me quise quedar. Me iba a quedar, de hecho, ya me había quedado», sopla mi latido enfermizo. La acción más complicada es el hecho de no accionarse, de querer irse y no poder porque aún, una, sigue en el vaivén del gerundio. ¿En qué momento le cortaré las alas o la lenguaa? ¿Cómo puedo dividir a cuchilladas sus letras? Porque ese presente intermitente parece imposible de detenerle. Supongo que comiéndome la realidad. ¿No se transformará en muchas verdades? Supongo que juntas la forman, la crean, lo son. ¿El qué? Me derretí por quinta vez. El inconveniente recae en que no me conviene y me pertoca quererme más, y mejor, a mí, a mi niña interior. Se me rompió el color. ¿O es que dejé caer el dolor y ahora me ha absorbido por contactar con él desde mis insignificantes pies?

  • Amor con amor

    ¿Será una manía? Eso de querer sentirme querida. Hace años, después de tantos daños, que no he deseado absolutamente nada hasta que llega la agridulce velada donde pido ser amada, y no una amargada. Oíste hablar de esa sensación de sentirse querida por una misma, pero que aún le falta la penúltima costilla para que se vea florecida. Yo soy la última costilla rescatada, y alzada, del suelo. Quise, quise, quise…, aunque tampoco recibí. ¿Alguna vez di? Me he golpeado con el futuro tantísimas veces. Fueron intentos fallidos. Ahora nace, quizás crecerá y luego brotará ese presente tan latente, algo inerte. Quiero borrarme, transformarme, pero ya no pudo ser. Aunque si te apetece leerme, únete a mi nueva novela Punto, y aparte, que la encontrarás en Wattpad.

  • La escena servida

    Todo va cambiando: la rutina, los quehaceres y la vida, pero mi sensación sigue siendo la misma; la monotonía sentimental, tan normal, de sentirme igual y, a la vez, neutral. La mismísima alegría se descojona, colocándose la tontería en una esquina. Luego aparezco yo, justo en medio de esa belleza negra, y muy extraña, que se asoma desde la ventana, y se cae. El caso es que el suceso es tan imperceptible, tan predecible, que los pasos -torcidos y cohibidos- se disocian. Consistía en dejarse llevar, ser y florecer. La cosa va del revés, bastante derretida. ¿Para qué leerme tanta filosofía si entre líneas voy ya servida? El último placer que encuentro en esta casi dinámica es la insuficiente perspectiva, pues carezco de autocrítica. A posteriori agradezco ese momento descontento. Descuelgo la fe del tendedero. Ahora voy con los pies de plomo, pero me pesan, me duelen. ¿Me esperan? Parecía sencillo en mi panorama teatral, digo, la escena montada en mi mente. Solo eran tres pasos y un párrafo preparado soltado, en un futuro, a bocajarro a conjunto con un breve diálogo y la escasa afirmación, sí, que te quiero con menos intensidad, una de tipo fluorescente, de forma intermitente, y ese foco que contiene una superflua intensidad.

  • Las olas, Virginia Woolf

    Las olas (1931) de Virginia Woolf (1882-1941) es un paseo por la vida desde que somos pequeños hasta que envejecemos. Ese transcurso es narrado desde seis perspectivas que son los siete personajes: Jinny, Louis, Susan, Bernard, Neville, Rhoda y Percival, que este último aparece indirectamente. Los primeros seis narran sus experiencias y sensaciones mediante el recurso narratológico del diálogo, que parecen ser monólogos interiores. ¿Lo son realmente o son pura coincidencia?

    Inician, los protagonistas, una nueva etapa escolar, un sitio religioso donde abunda la añoranza y la tristeza y donde son uno más entre la gran multitud. Después de la misa, salen al aire libre y se echan en el césped. Cada personaje dialoga en voz alta con su pensamiento y, con ello, desde esos diálogos individuales del «yo», se va narrando la trama de la novela. La mayoría de ellos detestan la escuela o sueñan con estar en otro lugar o ser otra persona.

    Bernard es muy distraído y siempre llega «demasiado tarde». A Neville le gustaría ser otra persona, es decir, tener más actitud y cualidades positivas, aunque tiene el don de ser muy creativo, un artista. Se compara mucho con Percival a quien le tiene envidia. Louis es un excelente estudiante, el mejor, aunque cuando llega la noche se siente solo y se marcha a otro espacio a ser libre y a estar en paz. Tanto Susan como Jinny y Rhoda desean que termine la escuela para poder regresar a sus respectivas casas y así poder respirar y ser libres, entre otras sensaciones abstractas. A posteriori de la etapa escolar, cada uno de ellos viaja hacia Londres.

    Es una novela circular porque empieza con una escena romántica, donde Jinny besa a Louis y, al mismo tiempo, es dramática, por parte de otro personaje, Susan, quien se rompe por dentro, sintiéndose una desgraciada, llena de soledad. De la misma forma culmina la novela, pues Bernard, el que cuenta la historia final, explica cómo Louis se encuentra solitario dentro de su individualidad, más un sentimiento melancólico, rememorando el pasado, de lo que fue y de lo que pudo haber sido, y como ya todo está hecho. Los días que restan están contados, ya que es el final de la vida. Concluye, entonces Bernard, con una metáfora de la existencia vital, la muerte, que es a donde todos nos dirigimos. Y es interesante como los cada «yo» que parecían estar separados, divididos, se unen y, en vez de ser varias facetas, terminan siendo sólo una. Por tanto, en el tramo final es cuando el ser humano se abre ante esa incógnita, donde se ilumina y, finalmente, se resuelve y se ve transparente, porque el reflejo y el espejo son el mismo. Por fin uno es capaz de comprender el sentido de la muerte que, al fin y al cabo, es esa simple, y a la vez, complicada vida.

    Ese descubrimiento transcurre por varias fases que van desde la niñez hasta la vejez, donde nos cuestionamos distintas preguntas. Qué significa ser poeta; de qué manera uno se define como «poeta»; quiénes somos realmente: una faceta o varias de un mismo «yo»; en qué consiste amarse a una misma, en priorizarse, en saber elegir, en poner límites…; qué somos, de qué estamos hechos; hacia dónde vamos exactamente; en qué consiste el matrimonio, y quién es cada uno cuando se casa, en qué se transforma; y qué es, entonces, el amor, de qué forma amamos al otro y de qué maneras, y un largo etcétera.

    En definitiva, no somos nada y nunca hemos ido hacia ningún lado, porque solo vamos hacia la muerte convirtiéndonos en la nada. Por tanto, en la vejez lo único que queda es recapitular, recordar el pasado y tener una acumulación de cosas, sensaciones y emociones ya pasadas, que no están en su auge. Así pues, la muerte es el enemigo, y siempre lo será, del ser humano, que siempre acaba llegando y arrasando con todo, llevándose la vida.

  • ¿Soy yo?

    Disimuladamente me acentúo las pestañas o las entrañas. Extraño nuestras miradas, que se crucen en un atardecer impreciso, como si fuese cualquier inciso. El impulso, el vaivén de ir y gritar «¡Ven!» Se marchó cobijándose en otro placer. El del número treinta y tantos, allá van unos cuantos. Me he perdido contando los cuartos. ¿De qué? Ya ni lo quiero saber porque eso significa perder. Tiempo atrás magnifiqué, sí, equivocándome: pinté de colores, y muchísimos sabores (abstractos) la nube que acabó convirtiéndose en un sujeto ennegrecido. Mi reflejo querido. Después, sin querer, atravesé la silueta y culminé reconstruyéndome de una pulmonía que, a posteriori de estallar, ha estrellado. Ahora le han nacido algunas florecillas, nada, cinco margaritas. Resulta que vuelan, y que huelen a algodón, que se componen de picardía sin quitarte la alegría. ¿La viste? Está oliendo a sabiduría, y tanta, que se siente la belleza, y la vejez, interna, no tan hueca ni cabizbaja, de la poesía, pues mi ser externo iba a conjunto con ella. Dejó de de detestarse, de apestarse y separarse. Al fin, decidió unirse. Bueno, luego de desvestirse, o es que, dentro de su simplicidad, repitió tanto el verbo… El sujeto se ha quedado quieto: ha pisado el penúltimo acento. De mientras se saca el sombrero. ¿O a acción significa que se lo quita? Vaya, abundan las analogías con la vida. ¿O eran diferencias? Se me escapan, a escupitajos, las paradojas. Será que han saltado el charco -ensangrentad- del martes pasado. Un cuadro que se dio el lujo de deshacerse a pedazos. ¿Soy yo ese espejismo roto? La costura, se te ha caído.

  • La poetisa quebradiza

    Buenas tardes, ¿Podríamos, si fuese posible, redefinir o, mejor verbalizado, dejar de definir lo nuestro? Sacar ambos pronombres y separarlos, dividirlos de un escopetazo o varios tortazos, que después de rasparme las costillas, rasgarme las alas y quedarme en la escasez de las comillas, que parece que digan algo intrascendente. Spoiler: no hablan porque son, eso, tristes signos de puntuación que van de dos en dos. Pues mi yo-poético desearía, con esa intensidad que le caracteriza, desvanecerse del presente y de la pura realidad, centrarse en la divina irrealidad, sumergirse fervorosamente en ella. Dejar de ser la ola alocada. Me voy expresando, supongo. Interioricé tanta miseria. Soy varios poemas enturbiados, quebrados, como los papeles y aquellas cartas del pasado. El caso se acentúa, va en cursiva y en mayúsculas, y entre letras se regocija, ocultándose, pero mi otro reflejo, que carece de espejo porque se observa de reojo, acaba de plantarse: quiero, intento, escribo, piensa, el suceso acaecido, pero no sé. Serán los pretextos de los cuales abundan los escasos acentos. De interrogantes, aún quedan porque así lo eligieron desde hace ya tres segundos atrás, que van restándose. «Me apetecía caer mientras aprecio aquel quehacer», se asombra mi cerebro que va aprisa. Descorreré la cortina, que se ilumine la caricia y traspase la fase entristecida. Aunque el verbo quisiera cerrarse, jamás podrá, pues se va meciendo y, así, intenta, sin poder ya definirse. Esa acción es en la que me he convertido. Dejé de derretirme, de definirme, de convencerme. Lo único que surge es el impulso fallido, vacío de esperanza, de ser. Por tanto, me dirijo, a tiro fijo, a mi queridísimo discurso absurdo. Seré zurda, por eso me sale todo con el pie izquierdo. Voy, y quiebro.

  • Las florecillas

    Me cobijé en el asterisco, el cuál, ni yo lo sé, solo voy, siento hacia dentro, ardo llanamente, y estallo vulgarmente. Luego, vuelvo, volcándome intensamente, en el acto -espacio inédito- de quererme. Continúo en el gerundio, esta enésima vez, el del presente. Y, aunque me expreso con inercia, la subjetividad se aparta de mi mente (no tan demente), y me acuchilla, me acicala, incluso parece que se resbala porque imperceptiblemente se para, pero vaya si dispara la bala. Se ha puesto en contra, mi arma se desarma, quiere, le apetece encenderse el alma. Va tarde, lo asimila. Aparece disimuladamente en el punto de mira, me horroriza, porque tanta crítica junta me construye. ¿Consistía en derrumbarse? Puse entre tanta arena, herida seca y sentimientos cadavéricos me encuentro floreciendo. Me ofrezco a ser el semáforo enrojecido. Quizás ya lo soy, de ir y vestirme con florecillas y escupirme a bocajarro. ¿Las semillas estarán heridas? Me las engullí. Tanta margarita, al final, me he transformado en la humedad. Ahora soy el jardín agradecido porque ha florecido.

  • La diana soy yo

    Cansada, desesperada de tantos escopetazos, de todos los balazos por y para encajar en un golpe, o varios, ya insostenibles y muy sospechados, aunque totalmente desechados. Me apatecía quedarme, allá, en el borde de la orilla, apreciar la ola enloquecida, convertirme en ella y llenarme entera de arena para luego vaciarme. Quiero armarme sin tantas erres y sin ser la que siempre va errando. Y, oye, ¿Me escuchas? ¿Me hueles? A mí me dueles y, ahora, ya ni me sostiene la ira. La tremenda y gigante herida parece que se cicatriza, pero con tanta sal pica. Arrasé en el muelle mientras llueve. Quizás, de un «zás» me caigo queriendo. ¿El suspiró se quedará atrás o se quedará conmigo? Posiblemente se ensangrentará: las costillas te escocerán, ya que habrán chocado en el cielo del suelo, la profundidad enfermiza del agua del mar. Los diminutos agujeros (ahora perfiero dejar aparcados los diminutivos, me sangran los pelillos de las orejas…) El caso es que los agujeritos de mis ensombrecidas ojeras se asoman de una forma abstractamente gradual y también en desigual. Está mal estar bien, según la percepción de mí misma. A pesar de todo, rompo el tacón, abro el telón y enciendo la televisión del año del dos mil veintidós: espera, ya llego, que aparezco y, en un par de toques ajenos, que son los polvos mágicos, sí, ¿No me pillas? Las pastillitas de cuando ni dormir podías. Bueno, resulta que te has quedado sin casa, vas divina del asco. Y con tu cara dura, te da el subidón después de tanta cafeína. Sigue sonriendo tristemente a tu nube dela izquierda, la de la esquina, la rota, la negativa. Pégate bien la tirita que tienes la sonrisa ensombrecida. A conjunto, con tanto cuadro pintado a garabatos enturbiados -grises y muy blancos-, los demás, los restantes, se quedaron en el otro banco fotografiándote. Eres la reina del baile de tu propia telenovela, pequeña y bien escueta, y ellos son el blanco perfecto.

  • Un estado que me define hoy

    Hoy es un día de no hacer absolutamente nada. Voy cansada, estoy agotada. Me pica la pereza, abunda, resplandece por y para ella. Es uno de los domingos, de los que una se queda en el sofá leyendo Virginia Woolf o algún poema de Shakespeare. O leerme a mí mientras estallo al son de varios balazos que van sangrando después de dejar que se desvanezca mi ansiado corazón. Lo quiero arropar durante este vaivén, que pase la tormenta. Estoy tan deshecha. Metida en mi melancolía, se me peta el chispazo de alegría, revienta, se quiebra. Aunque mi enemiga, ella, se cuelga la fe de la oreja izquierda, y le soplaría hasta que saliesen las estrellas y le brindaría unos cuantos destellos de ellas, y de sencillez y un tempo sólido para darle poco al coco. La voz se me ahoga dentro de mi mísera razón, y la patata palpita con rapidez, así, yéndose borracha, dando la lata. Es tan veloz… y, yo, tan absurda e ingenua.

  • Queriéndome

    Me estoy enamorando de mí misma y es un acto hermoso. ¿Y sabes qué pasa? Que se suceden tan lentamente los sucesos que van así, derrapando, arrasando y desarmándose y, yo qué sabré. El último caso es que ahí  me quedé. Esto, justamente, ¿Significará quererse? Supongo que con el simple acto de quitarse la armadura y cantarle  a mi espesura ensombrecida, para después soplarle a la herida, saltarme la caída, pues solo consistía en decirle a la cicatriz que iba a florecer, que se dejase hacer y, sobretodo, ser. Entre mis pliegues, ¿Huyes? ¿O te destruyes? Bueno, mis yo poéticos se fueron marchando, danzando al unísono de todos los latidos tanto ajenos como intensos. Yo me quiero: me veo, me aprecio el recoveco. Se fueron aquellas ansias, y la tía Angustias, tan lejana, por quererme desvivir entre nubes rosadas. ¿Me pillas? Me he puesto pila… ¿Quieres una pizca de semillita? La que te lleva de golpe y portazo, y porrazo, a la realidad. Me quiero quedar, me va gustando ese nuevo latir, sí, esa forma tan abstracta de existir, de vivir, que hay, y abunda, dentro de mí.

  • La magia estrellada

    Sí, resulta que necesito un descanso de mí misma, para después resurgir de las cenizas y acabar convirtiéndome en una de ellas. Y, así, metafóricamente seguir, porque para culminar ante la realidad, pues ya está mi otra verdad. Quisiera yo saber o dejar a un lado, a poder ser, mi latir, aquel que danza enfurismado. Me gustaría encararlo para asustarlo y echarlo a un lado. Es que me amarga la existencia y el don, ese amor tan iluso y absurdo, por vivir, o no. El acto tan hermoso, ese de ir naufragando, de convertirse en el mar hundido, como si pudiese aún enfurecerse más, como si, sin querer, se alocase, se quedase en aquel arte, sí, el de existir porque sí. Desvíveme, mantenme alerta. Luego ya me iré desvistiendo en carne y hueso y eso, y entre alma, cicatriz enredada y bala perdida, me quedo, pero para seguir queriéndote probablemente dentro de un suspiro anhelante y erróneo. Aunque si este consiste en continuar llorando en silencio, elijo ese latir que se sustenta en sentir, y fin. A posteriori de las escasas palabras llenas de migraña, enturbiadas, me percato de dos tristes y simples sucesos: el segundo, que todavía te quiero. Y, el primero, que ya no sé cómo decírtelo. ¿Será que ahora me toca deletreártelo desde mi escasa sabiduría en esa significante brujería?

  • Vaya vaivén, y ven

    El caso, el hecho y el suceso al mismo tiempo resulta que consisten en que sin querer te espero. ¿Y sabes qué? Aunque me duele, aunque podría estar mejor, ser de otro color, o dolor, elijo quedarme en ese vaivén de ir queriéndote sin ya esconderme y sin saber si tú me perteneces. ¿Cómo decirme…? ¿De qué forma describirme…? Quería colocar el punto final, pero no quiero después de tantos suspiros y milagros entristecidos, te quiero, cariño, en mi pecho. Te quiero aquí conmigo. Dirán que una de las mayores locuras del amor es esperar al otro sin saber si sí o si no. Yo te espero con la fe colgando de la punta de mi corazón de donde le sangra una chispa de ilusión. ¿Se incendiará? ¿Estallará? ¿O se estrellará? Bueno, todas mis ideas inéditas, y muy ciegas, y bastante ensombrecidas, centellean allá en el cielo, se recrean en su único latir. Luego está mi ser poéticamente roto falleciendo, desvaneciéndose, vaciándose del eco hueco. Me pierdo, me encierro y, con todo ello, te alejo de mí como un colibrí. Me va picando la lengua y la oreja izquierda y siento un cosquilleo raro en mi ser interno porque aún arde ese fuego. Ahora, mientras voy imaginándome algún que otro cielo, oye, despierto, te observo en mi pensamiento y te ves tan imperfecto que, joder, me hallo queriéndote de forma incesante, indiscreta, directa y entera.

  • ¿Alguna vez te has descrito?

    Me paseo por estos, mis queridísimos recovecos, y te deletreo el teatrero que hacen mis palabras escritas, derretidas, transmitiendo y plasmando varias ironías, entre ellas, que me palpitas y me picas, pero te quitas. Así que, si debo describirme, o autoconvencerte -reflejo de mi espejo- te suelto, te escupo el dolor para que cicatrice aunque siga escociendo. Espera, te cuestiono algo, que surge de mi duda más inquieta:

    ¿Alguna vez te describiste, Anna?

    Demasiadas, tantas, que abundan y, con Punto, y aparte agarro la separación, el espacio vital y, me hundo, me caigo, alzo el vuelo y arraso en aquel aleteo. Me estoy mirando desde el otro lado, desde la esquina, y la espina, y resulta que me he quedado inerte, y muy muerta del asco. Hay algo de atasco, aquí, en mi infierno interno. Saca tu cabeza, aférrate a esa fe extraña (de ti), déjala fluir. Nada, que el principio del Prólogo dice así:

    El mundo estalló, mi alma gemela se apagó, se silenció y, aquí sigo yo, ardiendo en otro color.

  • De metáforas, va la cosa

    ¿Será esa ya la última vez de todas las próximas inercias? Esas donde en cada una de ellas me caigo solo porque quiero, sin percatarme, aletear tan alto que culmino arrasando el suelo. Cada recoveco es un pequeño, pero intenso, placer más. Me muero, ¿O creo hacerlo? Mordí tu anzuelo, aunque tranquilo, ya me quito del medio para así enterrar el diablo que me canta continuamente dentro de mi alma: «le quieres y no sanas». Luego de tantas pausas, aparezco yo, metafóricamente hablando -o narrando-, salgo de mi cubículo, dejo que sangre la herida, provoco el estallido y, entonces mi arte maldito y ennegrecido surge. Soy la bala amarga o la enjaulada o la fastidiada. El caso es que ya cogí el escopetazo. Soy la diablilla que salta sin parar y entra aún más en su propia burbujilla. A posteriori de que exploten las mariposillas, qué pícaras, va y me pillas quedándote enrojecida, permaneciando contentilla. Sin querer derrapa la ilusión hasta enfriarse entera que cuando se rompe revienta en varios pedazos y nos recuerda a todos que hay que tocar de cabeza al suelo para abrírsela y acabar comprendiendo que hay que ir huyendo del surrealismo y estar, aunque duela, en la jodida realidad. Puntualizar, puntuar, colocar los acentos correctamente y borrar los dos puntos que sobran de los suspensivos. Dejarse de tantos suspiros y milagros incomprendidos. Es hora de suprimirse las desgracias y apreciar las sombras más oscurecidas.

  • La última cicatriz

    Justo en este preciso instante me ubico en ese limbo: si te sigo esperando o si me voy yendo. Solo se trata de tomar una decisión, de perderme aún más. Esta mañana rocé el cielo con la yema de mis dedos y caí descendiendo del derecho, quizás. Se está bien, pero aspiro a más, me quiero alcanzar ya que tú no sabes… Después, las mariposas, que iban arrasando la cólera, así, nerviosas enloquecieron todas. ¿Sabes? De tanto sonrojarse, pues estallaron porque se estamparon con la ilusión. Mucha perdición, y las perdices…, que acabaron comiéndose entre ellas en una tristeza profunda. Déjame decirte, tal vez, describirme o definirme, que soy aquella, la última cicatriz.

  • Cerrando etapas

    Quizás, desordenando mi cabeza, o mi corazón que va ensangrentado, arrastrándose, encariñándose en un pasado. ¿Tal vez así huya y disminuya el dolor? Lo que pasa es que me da tanta pereza existir que no sé ni cómo sobrevivir. Pensé, sentí tan adentro, que el amor dolía. Resultó ser el desamor y la forma en que me quisiste que no es la que me pertenece ni la que me merezco. Cerrando etapas, así voy, así me ahogo, pues intento plantar la semilla, pero se considera tan metafórica que me pilla y, de tan pícara, se pellizca hasta arder y jamás florecer. Me quiere morder y soy tan lenta que culmino en el otro placer. ¿Cuál será? ¿Tendrá nombre? ¿Y apellido? Luego de ubicar las caóticas ideas, me quiero quedar, y ya. ¿Que cómo será? ¿Qué sucederá? El destino ya se agotó de ir tirando balas, así que como actualmente voy tomando decisiones, ¿Será que por eso todavía me pierdo?

  • Mi hogar es este texto, y los demás

    Veo los números, aquí, que me van repiqueteando la cabeza, cuestionándome qué carajos plasmar. Entre cartas huecas, borradores sin ideas y frases inéditas, empiezo, pongo un pie detrás de otro, me recoloco, colocándome de la forma más correcta posible y, bueno, me caigo, aunque comprometiéndome. Qué gran novedad, ¿Verdad? Antes, hace escasos minutos atrás, ¿Me describí, quizás? ¿O escribí? Un popurrí, eso sí. Espera, dame diez segundos que recupero el domingo de hoy, momento en el que me encuentro (habla el reflejo de mi espejo). ¿O era al revés? El caso es que ya llevo dos minutos, y se van solapando las tristísimas horas, aunque un poco dicharacheras. Me vibra el ojo derecho, me pica la costilla izquierda, justamente la del medio. Me rindo: no sé escribir si tengo un pretexto, algo ya preestablecido. Así que resisto. ¿Esto no era un lugar seguro para redactar? Nada, aquí oculto mis sandeces y, oye, gracias por estar leyéndome. Manifiesto, definitivamente, que el texto escueto, la imprecisión, una gigantesca impresión y la caótica imperfección…, son algunas de las características de mis cosquillas: las mariposillas ya sueltas. En resumen, si se pudiese precisar algo, que entre palabras es donde me siento en libertad  para poder narrar mientras voy sintiendo. Si me permites, te concedo este baile.

  • El pero

    Cuando intentas convencerte de una sola manera y de una única forma tan real y latente, significa que la frase que parece inédita ha sido transformada, sí, descolocada, conjugada, borrada y reescrita varias veces. Jamás podrás ocultar o cambiar el qué, el cómo quizás, pero la realidad escondida detrás y dentro de la verdad es la sinceridad completa, exacta, perfecta. Sí, la maldita y embrujada sentencia: que te sigo queriendo, que a pesar de todo te quiero, y hay un pero, y vaya si es jodido. ¿Dónde está el truco? ¿Eres el mago? Seguramente la magia la puse yo, de primera mano, con tanta ilusión que se incendió, que estalló el infierno de donde chispeaban brillando todas las estrellitas eternas, efímeras, encendidas, y muy enrojecidas, como mis costillas.

  • Las semillitas florecidas

    Las palomas van suspirando, te busco entre las semillas de mi corazón que ya va sanando, a ver si te encuentro en aquel escondrijo, el huequito. Cómo duele y, al mismo tiempo, escuece, la rosa que parece que se sonroja, pero ya estalló sacándose de la herida la última, marchita. El caso es que está sangrando, intentando aguantar las ganas y los colores en los pétalos muertos. ¿Sabes qué pasa? Que se descosen, cada vez van menos deshilachados. «Es el proceso», dicen. «Trascender a otro ser, transformarse», dije yo. Para luego estancarse, ahí, en la misma miseria, aunque el bucle esté roto, quebrantado, se precipita por la escalera desde arriba y se va cayendo mientras se golpea al vaivén del querer quererse. Si en eso consiste la vida, me aptece seguir, por y para mí, desde dentro, siendo feliz.

  • Desbloquéate

    Hola, ¿Cómo estás? O, mejor cuestión maldita: ¿Cómo te sientes? ¿Y hacia dónde te diriges? Pues me estoy yendo de mí, aunque me van brillando los ojos, dicen. ¿Será de tristeza, de amargura eterna o de ambas? Las pisadas las voy colocando del revés, pero no pasa nada, hasta que la patada alcanza el alma y, entonces, el balazo estalla y se estampa. Solo me paseaba por aquí para preguntarte, y he acabado cuestionándome. Siempre me rebota la miseria, la sombra, la duda inédita y tan extraña de ella que, bueno, se estrella, y se queda: se ha posicionado, está mirándome, y arrugo la frente, pestañeo tres veces. Detente, muere. ¿Y por qué no te desvaneces reflejo de mi queridísimo espejo? Oyes sin escucharte, sin siquiera percatarte de que ya vas tarde, porque el proceso de quedarse hueca, ¿En qué consiste? ¿En describirse en una novela, o algo así, y luego adueñarse de una misma y acabar desterrándose? Te comparto mi novela que se desgarra por si misma…

  • ¿O sí?

    Después de la herida, la semilla. ¿Cuándo cambiaré de registro? ¿De qué manera? Los pies y las corazonadas  despedazadas, sin esperanzas, se me solapan. Estoy, de hecho, voy triste, y enloquecida por la rosa marchita. Me gusta el monstruo, y de la sombra que atrasa y arrastra, ¿A qué se dedicará? ¿Con quién insistió tanto en un pasado? Me arraigo, me enredo, me atrapo, porque mis pensamientos bailan al son del viento muy espeso. Si hablo del enamoramiento…, se difuminarán las luces creando un cielo. Anoche vi las estrellas que me remontaron a la tristeza más inédita; la mía. Aquellas, tan bellas y eternas, eran todas las bombillas petadas. Estallaron de toda la soledad que fueron llevando. Cortando de raíz se me ha disecado la cicatriz. Y perdí la última perdiz, pues ya no hay un final feliz.

  • Ilusiones, y mucho café

    Un café, y a seguir escribiendo o describiéndome del revés, porque ir del derecho ya ni sé. Me descosí tantas veces que solo me queda huir (de mí). Y sí, quizás me reí. Y no, tal vez no me quiera así, aunque permanezco -en vano- para sobrevivir. A qué es una muy buena cuestión. Pensé y dudé y me retiré, y te pillé observándome mientras mi corazón sintió un pellizco de dolor. Puede ser que en un pasado intentaras llenarme de color en mi interior. Dije puede, porque instantáneamente me fotografiaste y todavía, toda yo, voy queriéndote, ingenua de mí… agarraste el horror estampándomelo a cámara lenta con mucha intención. Quedé estrellada, tan enamorada, hasta las trancas, que me chirrían las escamas de mi corazón amargamente roto, pero estoy aquí: otra vez intentando silenciar cada uno de mis latidos, pero si me captas los suspiros, si me los pillas al vuelo, verás mis reflejos de donde mis miradas irán saliendo los destellos. ¿Sabes qué son? Mis sueños rotos. Obsérvame, ya que mis ojos van cojos, también rojos. Después de los infiernos solo queda florecer y créeme, lo sé, culminaré en aquel arte tan abstracto de ser: volver a nacer, crecer, romper y etc., porque, bueno, a posteriori aún abundarán los cielos enngrecidos, el carbonizarse el alma porque sí -por ti-, el acto de sobrevivir. ¿A qué sí? Déjate de tantas cuestiones, incondicionales paranormales, de tiempos verbales atrasados y hombres raros. Arréglatelas tú sola aunque vayas bailando en ese gerundio. Un día la guerra estallará, lugar donde seguramente serás la menos coqueta, aunque de tierna, hecha y un poco entera, pues yo qué sé. ¿Estaban bonitas las heridas que te comiste? A mí me continúan escociendo, y sobretodo aquellas desilusiones.

  • La frase que escuece

    Por tu culpa se me ha escapado la frase, ¿O es que ha huido como yo? Cobarde de mí. Voy con las ojeras metidas en las orejas. De las costillas ni me hables, déjalas. Luego sácate las entrañas, ¿Me extrañas? Estoy cansada de que tus suspiros le roben alas a mis latidos, porque se mueven, se van desgastando, marchitando. Marchando a otra estación, estancionarse o quedarse de pie para después envejecer y renacer del revés. ¿Sabes qué? La frase sigue estancada, arraigada y enturbiada en el pasado reciente No está mal, tampoco bien, porque sencillamente se pasea relamiéndose entera. Las letras, las heridas y las tiritas tiritan, ¿Sabes? Se repiquetean. Serán las tostadas, o los portazos, del ayer enjaulados en muchos tipos de amanecer y terminar en el mismo quehacer. ¿Me permites este baile? Y todos los que continuarán… chocamos nuestras miradas, a ver si nuestras hadas se unen al unísono y comparten el mismo tono. Aunque de tonalidades grisáceas hay tantas que abundan, y amargan esa rara esperanza. ¿Te apetece colorearlas?