Máscaras

La máscara de la hipocresía es un conjunto de balas perdidas, y partidas en dos, en tres, en cuatro y en cinco. Porque se pone, se quita y se pone y se quita hasta se coloca y ya jamás se marcha. Se queda, otra técnica, quizás, la de la estatua que no sabe -ni quiere- quedarse estática. Estéticamente, la forma (abstractamente rota) se va reconstruyendo. Entonces la otra deformación, menos hueca, más uniforme, aletea, aquí o allá, qué más dará, pues se marchitó; esfumándose. De mientras, los latidos estaban quietos porque la inercia yendo por cada idea lejana, nacida de la nada, surge deprisa. Paseate, paseate que te pisa la prisa. Arrancándose el motor que tanto estalló a causa del fuego; el humo salió cerrando de un portazo el pasado, que se quebrantó en su propio llanto bucólico: el bucle infinito.

Me arrimo, sin ocultarme y conectándome, a todas mis iras. Son, y siempre serán, las sombras malditas.  Aquellas idas y venidas. Por las carreteras se caen, (se caen) las florecillas, aún siendo primavera, por las rejillas de los cielos casi oscuros de tonalidades vitales. Salen, y saliendo, el sol resplandece. Es el mío. No hablo de palomas ni de palomillas. Te estoy describiendo un par de colillas en cenizas, o se las coletillas, o las comillas; de como van flotando en el vaivén del papel en blanco que, bueno, terminó empalideciendo. Diciendo burradas hiperbólicas unas detrás de otras, consecutivamente y, consecuentemente, regreso para convertirme en la penúltima cara hipócrita. Me lanzo.


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