Y aun así,
sin zapatos,
destrozada
y sin corazón;
salí a la guerra,
seguí con la truega,
la de mi alma,
que quería sanar
pero desistió.
Demasiados rasguños,
cicatrices perforadas
y vacíos oscuros.
-Desgarrada,
desalmada-.
¿Qué vas a saber tú,
no de la bala que traspasó mis huesos,
sino del arma que me desarmó los sesos?
¿Qué vas a saber de las cinco vidas que morí?
Y, el milagro, es que renací.
Justo, momento, en que se cayó la piedra al suelo.
Golpe seco.
Un infierno de duelo,
porque ya no vuelo.
Joder,
tengo, siempre, todo el as de perder.
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