Todo el cielo, oscuro, chispeante de luces pequeñas, te miraba a ti. Y, yo, te sentía allí. Te sentía intensamente.
Te sentía, te siento.
Llegaste, terremoto inquebrantable, para rehacerme, para montar todas las piezas que, aunque estén rotas, han vuelto a su sitio. El bombardeo de un grito, el sentimiento de un pitido, agudo, que se alza hasta nuestras almas para unirlas.
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