Escribir, escribir, escribir. Luego, morir. Quiero partir, me apetece ir. ¿A dónde? Ni lo sé, ni jamás, quizás, lo sabré. Ay amor, amor, dolor. ¿De qué sabor te has pintado? ¿Alcanzará el color? Me marchitaré, probablemente vuelva a caer y, a posteriori, a renacer, pero me marcharé, sí, a otro tipo de sobrevivir. Ese, ¿Será más ameno? O ajeno…, a ti. Porque, nena, de mí para ti, déjate fluir, aplícate un poco de raciocinio y vuela sola como una paloma, como una blanca paloma. Y sentir, y sentir, y sentir y creer vivir, y alcanzar el duelo, para llegar al precipicio, el inicio, y precipitarse. Culminar en el «summum», en el colmo. ¿Cuál era la locura? ¿Y la cordura? Sencillamente…, quiero sonreír, endulzarme a unas cuantas, muchísimas palpitaciones; emociones bonitas. Aunque hay veces que me pica la melancolía.
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Borrón, sin cuenta nueva
Me siento triste, poco esperanzada, deshinchada, pero con muchas ganas de que me encuentre el amor. Vaya por Dios, siempre me topo con el dolor. Ya encajonada en el mal sabor, me lo trago con un poco de licor. Entra amargo, un toque agridulzón, así, un toque tontorrón. Al menos estoy. ¿O ya no? A veces me vuelvo cuerda, otras la misma cuerda me ahorca. Otras simplemente se afloja hasta que se tensa y culmina en el «summum». ¿Quiero aún? ¿Me apetece seguir? Quizás acabe en este sufrir, en ese latir. Aunque mi vaivén se fue, regresó, se ahogó y se plantó. Quiso, quiso, quiso. No pudo, se marchó. Ahora late del revés si es aquello que crees. Todos aparentan llevar vidas milagrosas. Algunos pocos lo van gestionando de realidad, de algo de verdad. Yo, yo, yo te veo allí volando como un colibrí. Fin, porque otro principio amanece. Parece que me observo desde dentro. Eh, que continúo siendo experta en retratarme, en ir tarde a absolutamente todo. De mis raíces. ¿Qué nacen? Ni me quedan perdices ni tampoco narices para perderte de vista, para querer zanjar la brujería. Aunque la relojería haya estallado, de donde salió escopeteada creando una magia rara, los tempos se han cancelado solos, congelándose. Al final se agrietaron, pues se saltaron o se soltaron. Y yo quiero que me quieran completa, también eterna, pero cada vez que abro los ojos acabo cerrando mi corazón oscuro. Y vaya pequeña coincidencia: somos dos perros hambrientos. Tú, por querer comerme entera, yo porque me saboreen con dulzura, pasión y un temblor, el del amor. Qué pena que esté muerta, enferma y harapienta. Me duelen los codos de tanto describir quien soy o de qué me gustaría no carecer. Los locos, ¿Existen o se extinguieron? Bueno, ¿Me quieres? Es que me ubico lejos de ti, en otra estación primaveral del año del tuntún, del dos mil veint-«tú», instante preciso y perfecto en que hubiese cortado los hilos que nos unían. Resulta que se han despedazado, sí, van desangrados mientras se desgarran. Luego, un poco de indecisión, de revolcarme en mi propia perdición. Salvar la primera canción que nos ligó, que nos metió en un buen marrón. Borrón, y a seguir con la antigua cuenta, porque eso de colocar el punto… «¿Cuál?» Y saltar al nuevo escalón, al otro escuadrón es un cuento (tontorrón).