Las canciones repiquetean en mi interior y se van solapando las agrias, y amargas sensaciones. Un suspiro, una verdad que aún queda plasmarla, el punto final casi colocado y la semilla ya floreciendo. «Los comienzos son complicados», dirá mi penúltimo instinto. Ese impulso raro, ese querer quererme, preferirme, elegirme, para después concluir ese cuento chino absurdo. Iba perdida, agotadísima. La gota gorda caía, resbalaba por mi mejilla izquierda. Vaya cuadro tan extraño, inédito. Vaya perspectiva, tan rota, loca. La mariposa se va y vuela, pero aterriza muerta en la otra meta, pues hizo la voltereta, se precipitó, se suicidió. A posteriori de la pausa, del paréntesis, arrasó la herida. Luego estoy yo, mi oculto reflejo detrás (o delante) del espejismo quebradísimo. El borde de la costura se ha deshilachado, se ha despedazado tantísimo que me paralizo ubicándome aquí sentada, en la cafetería de la esquina, entre mis rizos deshechos y varios corazones ya poco derechos, pues se ven tan inertes. Sin creérmelo, y sin saber, con mucha intuición, que la arranqué, saqué de mis costillas la cicatriz abierta que sangraba herida, perdida, hasta que se iluminó mi palidez como si todavía se pudiese. Me quise quedar, de verdad que me apetecía, pero, a día de hoy, me voy sempiternamente conmigo.
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En ese bonito latir
Oscureciéndome voy, después de que nazca otro anochecer, que seguirá siendo el mismo atardecer. Un cuadro grisáceo, con algunas manchas ennegrecidas, podría haberlo coloreado. Preferí que se quedara en un estancamiento mental y, que, en vez de volar al espacio estelar común, se quedara enganchado con mi agonía. La ironía arrasa, ¿Será que voy perdida o dolida? Mi risa estalla de tanta semilla que aún le falta nacer, crecer y florecer. Me apetecía arder, y vaya si ardí, tanto que, bueno, he vuelto a sonreír en ese bonito latir. El «pero» es que en ese viaje voy a sufrir, no porque sí, sino por ser así.
Comiéndome las estrellas
Has dejado de estar, de ser conmigo, y tanto, que tu presencia es ausencia. Me quise quedar, y estuve bastante tiempo atrapada en aquel pasado. Aferrándome a un tú que nunca fue y que tampoco será. Pensé, creí. ¿Para qué? Caí, caí, me rendí abajo, en el pedestal que creé por y para mí. Me cobijé en el lugar, en el primer escalón. Tú estabas allí, bien bonito, idealizado. Yo, ilusa de mí, esperaba a que todo cambiase, a que te convirtieras en otro. En un buen hombre, leal y fiel, y lo fuiste allá, en mi ideal. «Yo te quiero mucho, amor» me vas lanzando de vez en cuando, justo a posteriori de mis «¿Me quieres?» Y probablemente sí lo sientas, pero no lo demuestras. Tantos puntos suspensivos, tantas pausas… ¿Para qué? Tengo migraña y las pestañas disecadas (de tantos suspiros y llantos internos). Me quisiera quedar. Ya no es que pueda, es que no quiero. No me apetece. Fui sola, avancé solitaria y lo sigo haciendo con y sin ti, porque, repito, no estás. Ni me arropas ni tampoco me mimas. ¿Qué significa que me beses? No me apeteces, porque vienes y vas y me desvaneces. Quise, quise tantas veces…, aunque culminé embriagándome de una sed ya seca y muy vacía. Y, al final, arrasé del revés, cierto. Decirte que soy, pero que no estoy. Me disgusta el pecado que cometí: me como las estrellas, ahora soy todas ellas, brillo convirtiéndome en eterna.
Un poco de mí
A veces no se llega a todo, así que me paseo por aquí para agradecer que me leas. Es un placer leerte en comentarios o desde mensajes que me van llegando de vez en cuando.
En esta entrada me describiré, aunque no tan exhaustivamente como lo hice en Burlando el tiempo, publicada el 2024. Justamente anoche me escribió una lectora, quien se había perdido con una de mis breves historias HORAS (publicada en Wattapad hace ya daños) que escribí a mis quince. Aquel mensaje provocó que volviera a releerme aquellos textos tan intensos, agudos y oscuros. Y, entre otras sensaciones, me dio un subidón: nunca me he considerado escritora aunque lleve escribiendo desde los nueve años.
El hecho es que me hizo ilusión, porque aquí donde me lees, detrás de la pantalla, hay una mujer hecha y derecha, con varias emociones entre sus manos, y con una evolución y trayectoria interesantes. Una mujer que antes fue niña, una chiquilla a quien se le quedaron varias ilusiones colgando, porque el milagro no aparecía hasta que estalló ella y acabó derrumbándose para luego lograr salir a flote, para culminar en un quererse sempiterno, en un gerundio eterno. Así que, bueno, a pesar de toda la miseria, aquí sigo, como la protagonista de Burlando el tiempo: autobiográficamente casi rota, o algo así. Ahí lo dejo, a tu libre interpretación.
Soy consciente de que esta vez no he ofrecido gran cosa, solo una de mis obras.
Pd. Únete al caos,
Y gracias por estar.