Etiqueta: literatura personal

  • Vaya cuadro

    Vaya cuadro

    Las coletillas de los árboles se mueven al compás de las copas, cuyas chocan firmando la paz entre ambos, pero esta vez (dejé de calcular las casualidades) hemos sellado un «tú» y un «yo» separado, muy distanciado, zanjando, al fin, el comienzo; colocando, por fin, el punto final. ¿Qué estábamos tratando? ¿Cómo? Espejismo, espejismo rojísimo (y roto)…, ¿Quién es la más arpía de este cuento narrado del revés? Caí, conté…, un, dos, tres, y me pausé. Lloré varias veces. ¿Tanto me cristalicé? Me postergué materializando lo subjetivo. «De lo inédito ni me hables», le confesé al reflejo que tan muerto se quedó. Vaya por Dios, voy saltando párrafos de dos en dos y, de mientras, las raíces que están a rebosar de colillas ennegrecidas, deciden por ellas mismas, retirarse de la meta, porque está tan cerca, que les da pereza. La astucia, ¿Para qué? Si culmino rozando el larguero, y el arquero y el arco y el marco… me fusiono en otro charco. Quédate, pues si lo vas alcanzando. Yo jamás pude ni tampoco supe, pues se cayeron en pedazos las escaleras, todas y cada una de ellsa, las que supuestamente me hubiesen llevado a tu letargo ya asesinado.

  • Las flores

    Las flores

    Acaba de salir escopeteada la frase, la palabra, que se sale de la línea de la hoja del papel. Que se marcha, se desvanece, se enternece (la fe). Me ocultaré, pero antes barreré y escupiré. Probablemente fui cultivando ese papel quebradizo, enfermizo. La calidez y la rigidez y esa pequñísima sensación de intentar caer bien y, al final, sacar de mi océano teatral mi faceta más mágica. Culminar en otro umbral, incluso cruzarlo. Zanjarlo ya ni sé. Tampoco pude porque, bueno, de metáfora en metáfora ando. Dejaron de ubicarse, sí, las cursivas se pusieron de pie, aunque fue muy insuficiente. Así que decidí, ya por enésima vez, entrar, y quedarme sempiternamente en mí, en mi queridísimo corazón. Acogerme, acurrucarme sin fin, ya que nadie me quiso querer ni tampoco corroborar el bucle de aquel cien-pies. Traspasaré la fugacidad del siglo anterior. Me quise, me quise quedar contigo. Estuve mal, luego fatal. A posteriori, por allá en un marzo casi primaveral, me dividí, seguí sin ti. A pesar de quedarme sin piezas, me nacieron margaritas. ¿Alguien se enamorará de mí?

  • Cada dos por tres

    Cada dos por tres

    Se me enfría el café, y el corazón a propósito, de mí. ¿Y me quiero caer o me dejo desvanecer? ¿Estoy apostando por mí para el después? El día, el atardecer, el de más allá, el que se planta en aquel punto y seguido. Pareció, sí, pareció escabullirse, pero resulta que se fue duplicando. Quise, quise, quise arrasar, y de tantos intentos culminé arrastrándome: llevé a mi sombra encima de mis hombros, a cuestas, subiendo la hechicera cuesta. Me hipnotizó tanto que acabé. ¿Dónde? Pues colocando mi reflejo, el del espejo, debajo del pedestal, sacándolo a la fuerza. Dicen que la «maña» gana, pero yo de inteligencia poca. Luego, después de tantas pausas, de los paréntesis, decidí, cómo no, sacarme las astillas y, todas las pestañas y los colores y los descosidos de mi corazón torcido sencillamente iba cojo y loco y poco roto, ya decidió volver a matarse y, pues, ya va acostumbrado.