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  • Suicidios ejemplares, Enrique Vila-Matas

    Suicidios ejemplares de Enrique Vila-Matas contiene diez breves textos sobre la muerte. El propósito del escritor ha consistido en trazar un mapa geográfico moral sobre la muerte, justamente cuando uno ya se ha suicidado en vida, metafóricamente, y sigue vivo, tal como nos cuenta en el prólogo «Viajar, perder paises.» En todos los escritos aquel que se suicida siempre contiene su propio hueco, que acaba siendo la misma sensación si lo comparamos con los otros protagonistas y, además, es definido como un vacío existencial continuo.

    Para empezar, por ejemplo, en «Muerte por saudade» el significado del término saudade es aquel momento en que uno tiene «la mirada fija en la línea del horizonte (…)» ya que es «(…) la única plenitud posible, la plenitud suicida.» O, si buscas tu pareja eléctrica, es que eres tu mismo, pero el del otro lado, tu reflejo. Ambos estáis sobreviviendo y la paradoja es que como el narrador está tan muerto de la risa, de tanto reírse, se ha muerto.

    Seguidamente, encontramos a Rosa Schwartzer, quien sin querer vuelve a la vida aún estando muerta, es decir, que al abrir los ojos, sigue viviendo muerta dentro de la existencia vital. Incluso en «El arte de desaparecer» leemos, y apreciamos, lo que es sentirse completamente solo, como Anatol, quien se siente «extraviado», extranjero de este mundo y del suyo propio, pues un escritor que se oculta, y que siempre ha pasado por desapercibido porque, según él, aquello que escribe es algo privado, muy íntimo, aunque cuando llega el día de su jubilación acaba siendo descubierto, pero él, fiel a su forma de actuar y de pensar sentencia que «La obligación del autor es desaparecer.» Y así lo hace.

    En «Las noches del iris negro» el protagonista decide, como los anteriores personajes, suicidarse. Por tanto, el suicidio, desde su perspectiva, es un acto lleno de serenidad y valentía. «La hora de los cansados» es un instante tan hermosamente roto, porque uno está agotado de la vida, solo por el hecho de existir, porque el escritor define esa hora como una en que «(…) en torno al siempre misterioso crepúsculo, esa hora vasta, solemne, grande como el espacio: una hora inmóvil que no está señalada en el cuadrante, y sin embargo es ligera como un suspiro, rápida como una mirada, la hora de los cansados.» Aunque, obviamente, los «cansados también somos unos sentimentales», define el que narra la historia. Los acontecimientos posteriores se suceden de forma interesante, ya que este persigue a un señor mayor, viejo, quien, curiosamente, al sentarse en un bar, saca una carpeta roja en que tiene escrito como título «Informe 1.763. Averiguaciones sobre las vidas de los otros. Histoias que no son mías.» También culmina en el suicidio.

    Además, «Un invento muy práctico» es tan útil que sirve, a propósito, para matarse a uno antes de suicidarse. Esta invención es el acto de escribir cartas o de describirse a una misma. Todos estamos locos de una forma u otra y, para ello, acaba escribiendo una nota en la que narra que se va a suicidar, después de haber sacado de su interior toda la miseria. En «Me dicen que diga quien soy» hay dos personajes quienes dialogan entre sí, una conversación en que observamos que todos los artistas normalmente, por no decir siempre, distorsionan la realidad en sus obras. Uno de ellos se mata y, el otro, elige «hacerse cosquillas hasta morir.»

    «Los amores que duran toda una vida» es tan triste como conmovedor, pero es todavía más triste, porque el amor de la narradora jamás fue uno correspondido, y le duele demasiado. En «El coleccionista de tempestades» habita un inventor quien creaba experimentos sobre el tiempo, y tanto probar, que culmina atrapado en la línea temporal e infinita de la muerte. Y «Pero no hagamos ya más literatura» es una carta suicida breve e intensa a la vez, pues la persona que la ha redactado, dice que al día siguiente se tirará a las vías del metro, un dictamen que no tiene solución.

    En resumen, estos varios ejemplos son declaraciones, veredictos finales, con fin.

  • Los Pazos de Ulloa, Emilia Pardo Bazán

    Emilia Pardo Bazán fue novelista, periodista, ensayista, crítica literaria, dramaturga, traductora, editora catedrática y conferenciante. La escritora introdujo el naturalismo en España y fue una de las autoras más destacadas del siglo XIX por promulgar sus ideas en relación a los derechos de las mujeres, promoviendo que estas debían instruirse, educarse.

    Su obra más conocida es Los Pazos de Ulloa (1886) trata sobre el costumbrismo de los Pazos de la familia de Ulloa y de la sociedad de aquellos tiempos. La sociedad el siglo XIX se refleja a través de los personajes y un contraste de ideologías que rompen con la época, pues muestran cómo la cotidianidad del momento: Julián, el capellán, es estrictamente religioso, cristiano; don Pedro Moscoso es el marqués, bastante comprometido a seguir el libre albedrío; las hermanas, entre ellas, Nucha, quien acabará siendo la mujer Ulloa, esposa del marqués; Perucho, el niño pícaro; don Eugenio; Sabela, la criada que es descrita como una mujer provocadora, y los cazadores.

    La estructura de la novela, se divide en tres partes, compuesta por veinte capítulos. En la primera parte, se describen los Pazos de Ulloa, la casa, la familia y su convivencia. Desde un inicio, por el tiempo otoñal, se nos presenta el jinete Julián Álvarez cabalgando hacia la casa de los Ulloa para servir al sacerdote, señor abad de Ulloa. Durante su estancia en los Pazos, el capellán, va descubriendo progresivamente cómo es vivir allí. Primeramente, decide adoctrinar a Perucho, un niño (Primitivo) del cual no se sabe de dónde proviene, pero acaba fracasando en los intentos por instruirle. Seguidamente, las hijas de don Manuel, las señoritas de la Lage, están destinadas a casarse con alguien del mismo estatus social que ellas. Entre todas, la elegida es Nucha, quien, a finales de verano del año próximo, se casa con don Pedro Moscoso convirtiéndose en la señora Ulloa. En la segunda parte, hay una clara controversia entre los pensamientos de Julián, el capellán, y de don Pedro Moscoso, el marqués: Julián está en desacuerdo con la forma de pensar y de actuar de don Pedro Moscoso, por eso decide marcharse de los Pazos pues se siente culpable por encubrir las relaciones sexuales entre el marqués y Sabela. Y ya en la tercera parte, observamos cómo Julián se va de la casa precipitadamente mientras su estado anímico va decayendo y, paralelamente, obtenemos la imagen de la casa de los Ulloa que se ha ido deteriorando con el paso del tiempo.

    Concluyendo el enlace, después de diez años, Julián regresa a los Pazos, donde todo se ha transformado, esfumado e incluso muerto. Aún queda una chispa de esperanza dentro de un lugar lleno de tristeza y desgracia cuestionándonos si los siguientes herederos de la casa serán el hijo de Sabel y la hija de Nucha. La Iglesia está empobrecida, más que tiempo atrás y todo en conjunto sigue en ruinas, incluso los corazones de los seres que habitaron y habitan todavía allí. Y, Julián, se encuentra más viejo y desgastado y abatido de lo que ya lo había estado en su juventud.