Todos cometemos errores. ¿Seremos humanos o sobrenaturales? A veces, por no decir siempre, escupo lágrimas, que son mis pestañas llenas de llamas. Y, sin querer, con mucho poder, me vuelco en mi quehacer. Me quedo, sin más, latiendo del revés. Que alguien me salve, por favor, pero es que llegó el ayer el atardecer y, con él, el anochecer y, cierto, fui ennegreciéndome, así, convirtiéndome en una niña, en una chiquilla, en la quinceañera que tan enturbiada le acaban brillando los latidos desde dentro hasta que las estrellas estallan quebrantadas. Sigo aquí, así voy: distinta, echada a un lado, siendo la luna oscura, aquella que ya ni se ilumina con una simple sonrisa, de la que ya no le sale chispa. Pensando, suponiendo que, bueno, que ya estaba floreciendo… Es que duele muchísimo ese latir, ese mal vivir, ese ir y sufrir. Espero y, al mismo tiempo, me mueve, aunque, cómo lo estoy haciendo…, porque me caigo, desciendo. A veces soy tan invisible, otras pocas soy la mancha convertida en tinte negro, siendo el pegote raro, desencajado, enturbiado. No, no me mires, huye, arrópate en el vaivén vecino que seguro que te econtrarás menos vacío y un poco más vivo, así, eterno y entero.